Así lo califica el escritor Eduardo Cierco en el último número de El Ciervo: el mejor cristiano, que ha conocido. Humilde y sencillo teólogo y profesor, jesuita, filósofo especialista en Kant, representaba, según él, un cristianismo evangélico, delicado, limpio, sereno.- Por su parte, el socialista de izquierda Antonio Santesmases dibuja una emotiva estampa de su maestro en el Instituto Universitario de Teología, de Madrid, en el que el filósofo y teólogo José Gómez Caffarena -fundador y director después del Instituto Fe y Secularidad y del Foro sobre el Hecho Religioso- estudiaba y hacía estudiar las distintas formas de increencia, con cuidado, precisión y empatía, para hacer creible y comprensible el mensaje evangélico. Con una claridad, sencillez y profundidad, que él no había visto en ninguna otra parte, el adolescente madrileño veía a su profesor conocer y confrontar; arriesgar una tesis propia, que nunca la ocultaba, pero con tal honestidad intelectual, que comprendía que se podía optar por la tesis contraria: el mero empirismo, Prometeo o Sísifo.- Otro de sus discípulos, el escrritor jesuita José María Margenat, que describe el recorrido filosófico del maestro, dice de él algo que merece escribirse en letra cursiva: Aunque él fuese humilde, respetuoso, afinado, al hablar de Dios, su susurro y sus preguntas eran palabras elocuentes de una persona que creía hondamente en el misterio, aunque lo bordease siempre desde la problematicidad, incierta esperanza y tenue itinerario de quien se sabía peregrino, «homo viator», en busca de un Dios que se deja buscar. Sólo desde nuestra desapropiación indigente, no la más importante, aunque necesaria, la material, sino la espiritual, la de la soberbia del lenguaje que pretende controlar con poder la interpretación, sólo desde el vaciamiento podríamos vislumbrar el «éxtasis».- Yo, que le conocí sólo un poco y asisti una vez solamente al Foro sobre el Hecho Religioso, leí en cambio a fondo su magna obra Filosofía de la Religión, uno de los libros que más luz y más ben me han dado en mi vida. Me uno, pues, con fervor y gratitud, en su mejor laudatio a los que le conocieron de cerca y fueron sus verdaderos discípulos en su vida.