Navego yo también durante un rato, bajo el toldo protector, sobre la cubierta de una de las naves de Frank Ghery, entre las aguas mansas de la orilla y las aguas densas de la ría, entre las nieblas bilbaíno-polacas, los tulipanes de importación, los arcos rojos del puente de la Salve, las escaleras de los barrios altos y la araña-madre de los sueños de la infancia… Me rodean por todas partes las carpas escurridizas y múltiples de la niñez del gran arquitecto, con sus escamas de titanio, cristal ferruginoso y piedra caliza. Toda la vida de la villa del Nervión está representada, y aun repoducida, aqui: las proas y las popas de sus barcos; sus muchas salas comerciales; el surtidor de fuego, las bolas de acero y el hierro de sus ferrerías y su industria posterior – y ¿qué es la inmensa sala dedicada a Richard Serra sino todo un astillero y hasta un alto horno, apagado ahora por el arte?-; la luz que llega desde la rosa del aire entre las vallas sombrias de los montes que circundan la ciudad; la audacia de sus navegantes y banqueros; la elegancia de sus edificios modernistas; las curvas de sus mujeres matriarcales y de sus artistas innovadores; la obra bien hecha de la multitud de sus trabajadores y líderes obreros, venidos de todas partes; la tradición de sus patriotas de la tierra, del agua y del viento, concretos y caseros, mientras todos navegamos juntos… Y después, me pierdo, literalmente me pierdo, entre algunos artistas del Pop-Art y aledaños, reunidos en la más reciente exposición: las sonrisas heladas de varias señoras vistosas, de Alex Katz; el despertar espeso, de Polke; los decididos adolescentes, de Gilbert and George; la ciudad caótica y creativa, de Rauschemberg; los astronautas muertos, de Basquiat, la seriada y desvaída Marilyn Monroe, de Warhol… El arte de un nuevo mundo, como el último Bilbao, complejo y vario, hecho de materiales y sueños tan antiguos…