Mundanidad espiritual

Fue uno de los conceptos preferidos por el entonces cardenal Bergoglio, y es un concepto que sigue desarrollando el papa actual, Fancisco: «No se contaminen con el mundo», dice el apóstol Santiago –proclamaba en una homilía, hace un año-. No a la hipocresía. No al clericalismo hipócrita. No a la mundanidad espiritual. La mundanidad espiritual consiste en adaptarse, en acomodarse tanto a este mundo (superficial e injusto), en que vivimos, que se llega a disolver la singularidad cristiana, el elemento diferencial cristiano, para congraciarse con los demás, para ser como los demás (olvidando el modelo de Cristo) y reducir el crisianismo a pura espiritualidad interior, no encarnada, sólo rito y plegaria, en el mejor de los casos. Tampoco vale utilizar la fe como medio y modo de promoción humana, lo que resulta contradictorio con la verdadera conversión cristiana, que nace de un encuentro personal con Cristo. La mundanidad espiritual es un espiritualidad a la moda (del mundo), complaciente, acrítica, resignada, apática, poco mundana, valga la paradoja. Porque no quiere tomar en serio este mundo, tal cual es, ni mejorarlo, mucho menos transformarlo en otro, mucho más humano y mucho más que humano.