Si hay que llamar presos políticos, como los llama, todos estos días Otegi, a los que matan por conseguir la independencia de su país, habrá que llamar, de parecida manera, presos amorosos a los que matan, por celos, a su novia o su mujer, y presos familiares a los que matan a los parientes, en cualquier grado, por cuestiones de herencia, pongamos por caso. Y en este plan. En los tres casos son tan criminalmente comunes como los más comunes de los criminales, si es que no son más (más reponsables y repugnantes). Pero está visto que, cuando no hay por dónde salir, es decir, justificarse, en el ámbito del derecho y de la virtud, siempre queda el lenguaje como vía de escape, refugio y salida. Para con el lenguaje seguir, moralmente al menos, delinquiendo.