Me pregunta un amigo aficionado a la pintura si no creo que algunos de los autores de los cuadros que he comentado (mejor, resbalado sobre) los días pasados no se han reído a mandíbula batiente de sus cándidos admiradores. No tengo ningún motivo para negarlo del todo, pero no, no creo que se hayan reído a mandíbula batiente, porque no es lo suyo, sino sólo desde un punto de vista artístico y con mucho respeto para el visitante y no digamos para el admirador. Cuántas veces los buenos pintores de ayer y de hoy -mucho más los de hoy, mucho más libres- se han reído en sus cuadros de una pintura falsamente realista o popular, falsamente solemne y hasta sublime, pintura no pocas veces comprada, hecha de encargo, subordinada a todo lo que el arte jamás debiera subordinarse en condiciones normales. Cómo se ríen ciertas obras maestras actuales, cómo ironizan, cómo se burlan… Veamos el famoso cuadro Las Tres Gracias, de Antonio Saura, tan distintas de las bacantes (¿sus mujeres?) de Rubens, ya antítesis de las de Rafael: unos garabatos esperpénticos de una mujer con su vientre de campana, de otra luciendo descaradamente los dos volúmenes del diábolo, y de la tercera levantando aparatosamente las caderas. ¿Qué risa, no?