Aunque muchos, comenzando por el lenguaraz Chaves, le llamen negro, el nuevo presidente de los Estados Unidos de América es, como tantos millones, mezcla de dos colores -en este caso de padre negro y madre blanca-, que indican variedades de una sola raza humana. Dos secretarios de Estado republicanos, también mestizos, como Collin Powell y la actual Condolezza Rize, han sido hasta ahora los que han llegado más lejos. Ni siquiera tienen un nombre preciso. ¿Negriblancos? ¿Blanquinegros? Es igual. Lo cierto es que un hombre de color –coloured-, demócrata esta vez, ha llegado a la primera magistratura política del mundo. Sólo quien conozca la atormentada historia racial de la nación más poderosa, con toda una terrible guerra de secesión por este motivo, hasta el asesinato, en 1968, del más grande profeta de la lucha antirracial, Martin Luther King, puede entender el profundo significado de este cambio. Ayer para mí lo más significativo -comprensión, voluntad y emoción- fueron las lágrimas alegres de otro profeta, de otro candidato negro (1984 y 1988), que hizo esta misma carrera quizás demasiado pronto: el reverendo Jesse Jackson. Pero a él y a tantos como él, con muchos muertos en el camino, se debe este triunfo resonante aplaudido en todo el mundo. ¿Es el principio, como dicen hoy algunos periódicos, de una era postracial? Ya es hora que lo sea, sobre todo para quienes no creemos en razas.