Vuelvo al museo-palacio de mi paisano Lázaro Galdiano, en Madrid, que no había visto desde su última renovación. Comienzo por el tercer piso, abarrotados de gente como están los dos primeros, y me quedo pasmado ante la riqueza y esplendor de las colecciones reunidas por este magnate coleccionista (éste fue su título profesional) durante toda su vida: armas, marfiles, esmaltes -esmaltes sobre todo-, maderas, cerámicas, bronces, porcelanas, platería, monedas, medallas, tapices… a través de los siglos. ¿De dónde sacó este anticuario, bibliófilo, editor de La España Moderna y de cientos de libros, tanto tiempo (vida), tanta habilidad y conocimiento de los hombres y de las cosas para conseguir estos tesoros? Veo luego que las colecciones no están sólo en el tercer piso, sino que, más reducidas, se reparten por toda la casa: muebles, relojes, vasijas, arquetas, miniaturas, entre esculturas, pinturas y retratos de la mejor calidad: El Greco, Ribera, Carreño, Zurbarán, Murillo, Cranach, Brueghel, Tiépolo, Maess, Goya, López, Madrazos. Así que llego a la la mitad del primer piso y no puedo más. Termino volviendo a contemplar la delicada Virgen de la leche, del flamenco Maestro del follaje dorado, y El Salvador adolescente, atribuido hasta hce poco a Leonardo, y compuesto quizás sobre el diseño del genio por sus discípulos Boltraffio o de Predis: Jesús adolescente, de medio cuerpo; abundante cabellera partida sobre media frente, que acaba en una nariz perfecta; ojos una pizca rasgados, sorprendidos, abultados los párpados inferiores; labio inferior semi partido; barbilampiño; túnica gris con cenefa superior y manto verde recogido sobre el hombre izquierdo. La más hermosa obra de Leonardo, o atribuida a él, que se conserva en España.