Para Unamuno, los ateos -mejor, los ateístas-, son los que más quieren creer, los que más lo necesitan, los que, ante el silencio insoportable de Dios, se rebelan contra él, pero nunca dejan de necesitarle: Los vedaderos ateos están locamente enamorados de Dios. El ateo que duda genera fe, porque la fe, según don Miguel, se alimenta de dudas. Para él, sólo el ateo de manual -concluye Navarra Ordoño-, el convencido por la pseudocultura libresca, puede considerarse ajeno a toda realidad espiritual.