En una entrevista que le hacen en el semanal más vendido de España al prefecto de la Casa Pontificia, el alemán George Gänswein, secretario de los dos papas, le preguntan si el papa Francisco trae una forma distinta de religiosidad. Y contesta aquél: Francisco trae consigo una musicalidad religiosa que nosotros, en Europa, tenemos que recuperar, que volver a aprender. Y eso es algo que sólo puede hacernos bien. La alegría religiosa que allí se percibe es un gran regalo para nosotros en Europa. Revivo estas sabias palabras cuando veo, en medio de una intensa emoción, la ceremonia celebrada en los jardines del Vaticano, entre el presidente de Israel, el presidente de la Autoridad Palestina, el Patriarca ortodoxo de Constantinopla, Bartolomé, y el papa Francisco. Una iniciativa genial de éste último, por encima de la política y de la diplomacia. Nunca habíamos visto algo semejante: oración compartida por la paz, música, silencio, petición de perdón, compromiso personal, diálogo posterior entre ellos… Muchos siglos están presentes, con tantos momentos dramáticos, en ese gesto sumamente ecuménico que los ilumina, los rescata, los purifica, los redime, los proyecta hacia un futuro más sereno y pacífico. ¿Qué es todo esto sino un fruto de esa alegría religiosa, hija de la esperanza en el mismo Dios de las tres religiones?