Los arévacos y los vectones

Nos lo aprendimos de memoria en la clase de literatura. Uno de los trozos más brillantes era aquél: España, evangelizadora de la mitad del orbe. España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio (…) Esa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectones, o de los reyes de Taifas. A este término vamos caminando más o menos apresuradamente, y ciego será quien no lo vea.- ¿Qué hubiera dicho ahora don Marcelino, el autor de aquel glorioso Epílogo a su apasionada obra de juventud Historia de los Heterodoxos Españoles?. Claro que hoy sabemos bien lo que de excesivo y unilateral hay en esos patrióticos párrafos, pero millones de españoles, incluidos catalanes y vascos, lo creyeron y lo vivieron así. Tras la Ilustración y las Cortes de Cádiz, la religión no fue ya factor de unidad, sino de división. Ya no había un común enemigo religioso extraño, ni musulmán ni protestante. Ahora contendían ya sólo españoles: liberales contra realistas y carlistas; católicos confesionales contra agnósticos, indiferentes o ateos, también contra católicos liberales. Poco después, contra socialistas, comunistas, anarquistas, republicanos, y viceversa. Si la religión ya no unía, sino que dividía, la lengua tampoco unía a todos, porque había varias lenguas, que también servían de división. Un día cercano, tras una República sectaria y torpe, y una guerra y posguerra crueles, nos unió el deseo de la democracia y de la paz, y el sueño de Europa. Y una Constitución, que votamos abrumadoramente. ¿Qué nos une hoy? ¿Dónde está el proyecto sugestivo de una vida en común (Ortega)? ¿Qué nos une a los arévacos y a los vectones de hoy? ¿Qué une a nuestros reyes de Taifas? Son preguntas radicales que pocos se plantean y menos se contestan.