– Con 33 grados en Madrid, la televisión en todas las casas, la crisis todavía haciendo de las suyas, el día de labor, el anuncio de que el coche real iría cerrado…, el clamor y el entusiasmo de los madrileños ante los nuevos reyes -muy superior a lo visto, recientemente, en Amsterdam o Bruselas- ha sido reconfortante para todos.
– Del discurso, que ha sido todo lo que completo que puede ser dentro de su brevedad, me quedo con la sabia humildad sobre el reducido poder «político» de la Monarquía parlamentaria, pero a la vez sobre su alto poder moral (¿»alta política»?) y ejemplarizante.
– Las anécdotas amables, y hasta entrañables, de la jornada han sido muchas. Elijo esos besos en las manos de las princesas por parte de Felipe González. Del pasado al futuro por medio del respeto, del amor y del servicio.
– Por vez primera, dentro de la espesa historia de la Monarquía española, se hace un acto real de esta índole en términos totalmene laicos (de laicidad, no de laicismo). Signo de los tiempos.–