A los ochenta años

 

Ayer se cumplieron ochenta años del golpe antidemocrático y antirrepublicano, con máscara de federalismo, del presidente de la Generalidad de Cataluña, Luis Companys, que le llevó a él y a sus más cercanos colaboradores a la prisión de un buque de guerra, surto en el puerto de Barcelona, después de que el capitán general de Cataluña, el catalán y catalanista Domingo Batet, los hiciera rendirse con unos pocos cañonazos  disparados desde la plaza de Sant Jaume. No voy a comparar dos situaciones políticas muy diferentes, lo que sería antihistórico, pero si voy a subrayar algunos parecidos importantes. Hacía meses que el mismo Manuel Azaña veía a su viejo amigo Companys -otrora admirador azañista y el más republicano español en una Esquerra mayoritariamente no separatista- muy exaltado y como aislado en su campana neumática catalanista. Companys había cometido el error de meter en su Gobierno y poner al frente del orden público a la sección minoritaria pero muy activa de ERC, que era el Estat Catalá con sus dos hombres más significativos y dirigentes  al mismo tiempo de los escamots, grupos de jóvenes independentistas paramilitares, avezados a enfrentarse con los militantes de la CNT, la única  fuerza obrera, y mayoritaria, antinacionalista. La Alianza Obrera de los partidos y sindicatos minoritarios, entre ellos la débil UGT y el débil partido socialista, se había sumado a la revolución, es decir, al golpe socialista-comunista (y cenetista en Asturias) organizado en Madrid, la noche del día 4,  para toda España, con el pretexto de la entrada en el Gobierno de Lerroux de tres miembros de la CEDA -algunos de los mejores-, partido que había ganado las elecciones de noviembre-diciembre del año anterior. El golpe venia preparándose hacía meses y hubiera estallado en cualquier otra ocasión. No  circunstancia menor fue la negación al nuevo Gobierno del pan y la sal, rompiendo toda relación, por parte de los partidos republicanos, de izquierda y de derecha, sobre todo del de Azaña, derrotados ampliamente en las úlimas elecciones, que se habían resistido todo lo posible a abandonar el poder. El momento le pareció propicio a Companys , el antiguo republicano de Lerroux, el defensor de obreros de la CNT, siempre con el complejo de no ser un catalanista «de debó», que creyó poder hacer de Maciá redivivo, y  hasta superarlo; de llegar a ser el único republicano español-catalán al frente de un Gobierno fiel a la «República del 14 de abril» que podría enfrentarse al Gobierno central, traidor a la República genuina; de federalista desbordado dentro de («dins») una España federal, que, por cierto -y porque los socialistas y republicanos no quisieron-, no era federal, sino «integral»… Y se lanzó al vacío, a la desmesura, a la deslealtad, a la desobediencia civil, al no sentido político ni jurídico, al error y al disparate. Hasta creyó que la guardia civil, la policía de asalto y el ejército español le rendirían honores.- Las consecuencias fueron inmensas. Y siguen siéndolo.