Juan Mari Laboa, mi colega, más joven, en el Colegio Español de Roma en los últimos cincuenta, uno de nuestros mejores historiadores de la Iglesia de las últimas décadas, afirma que el Vaticano II fue un acto absoluto de la Providencia. Que Juan XXIII no buscaba convocar un Concilio en el sentido pleno de la palabra, sino un encuentro de los obispos y darles más juego como elemento dinamizador del Pueblo de Dios, frente al centralismo que propugnó Pío XII, con un autoritarismo que los trataba como monaguillos. Y que el mismo papa se dejó hacer en la sede de Pedro, sin poner traba alguna a cómo iban desarrollándose los acontecimientos, oyendo a todo el mundo, con el lema creador y propulsor de los signos de los tiempos, que es la misma Providencia impulsando y acompañando a los espíritus más creadores. Después, Pablo VI apostó por continuar con valentía por el camino abierto por su predecesor. Según Laboa, el aterrizaje conciliar ha estado paralizado por Juan Pablo II y Benedicto XVI, sin minusvalorar otras aportaciones trascendentales de ambos pontífices en otros ámbitos, mientras Francisco es la aceptación del signo de los tiempos, continuador de Roncalli y Montini.
Laboa no cree que tenga sentido abrir la puerta a un Concilio Vaticano III: La Iglesia vive hoy una división que no ha tenido seguramente desde el arrianismo de los primeros siglos, no por culpa del actual papa, sino por la fuerza institucional y económica de un conservadurismo, que emergió con Montini y que ha ido extendiéndose y fortaleciéndose hasta nuestros días, frente a la Sinodalidad, que hoy es ese signo de los tiempos: El católico normal y pecador está con el papa. Aquel que se siente hijo predilecto y heredero único le cuestiona porque no entiende ni quiere participar de la fiesta del Vaticano II, porque es para todos. Le parece al historiador maravilloso, por dificilisimo, lo que está haciendo Francisco: apostar por la comunión desde la escucha a la Providencia, aunque tenga que renunciar a parte de la hoja de ruta. Nada de cortar por lo sano y dar palos de ciego. El papa actual dirige la Iglesia con un respeto inmenso, demasiada caridad y una misericordia admirable al que quiere presentarse como enemigo (…). No para de abrir procesos, pero respeta y deja expresarse a una Iglesia que no le respeta a él. (…) Vemos que mantiene determinadas normas en lo oficial, pero claramente actúa por delante tanto en sus gestos como en sus palabras. Avanza lo que va a venir y actúa en función de cómo actuaría Jesús.
Juan Mari Laboa, por su parte, a sus 83 años, está convencido de que, en lo que toca a las reformas necesarias y urgentes, no se trata de un recambio de organización, sino de una conversión espiritual. Tenemos que volver a Jesús, todos y cada uno. No se trata de cambiar las estructuras para volver a Jesús, sino volver a Jesús para cambiar todo lo demás.