Me adelanta Fátima Frutos, ganadora del último Premio de poesía Ciudad de Irún, este breve poema de su próximo libro, Andrómeda encadenada. Fátima, residente ahora en Pamplona, publicó varios poemas en nuestra revista Río Arga, donde la conocimos, y desde entonces no ha hecho más que crecer. El poema lleva por título Declaración póstuma de Henriette Vogel al príncipe del infinito o la estética del dolor. Adolfine -a quien su enamorado añadió el nombre de Henriette– acompañó en la vida y en la muerte al militar prusiano, poeta, dramaturgo y novelista romántico Heinrich Wilhelm Von Kleist (1777-1811). Ella padecía cáncer de mama, incurable por aquel entonces: él le quitó de un disparo la vida y luego se la quitó a sí mismo. Cerca del lago Wannsee (Postdam), lugar del doble horror, están las lápidas. La de él, siempre adornada de flores, lleva grabado un verso de su obra El príncipe de Homburg, y reza asi: Nun, o Unsterblickeit, bist du ganz mein. (Ahora, inmortalidad, eres toda mía). En la de ella, ni una flor, ni un epitafio, sólo una piedra gris. Alemania, al decir de Fátima, venera a sus poetas, no a las musas de aquéllos.
Cada vez que un atardecer cenital
nos dicta que es inútil toda esperanza
y de la frente vuestra vena atrapa el vacío,
volvéis a profesar la implacable sentencia.
Cada vez que el orden inexplicable del mundo
doblega la espléndida rebeldía de la inmortalidad
y de vuestro pecho un dios nace despedazado,
volvéis a prescindir del pletórico numen.
Si acaso en las benditas regiones del sosiego
honrado existir pudierais y el lago de nuestras nupcias
testificara sobre el lacerante pathos que nos fue dado;
tal vez entonces supiera percibiros henchida de estruendo,
amaros como Pentiselea al Príncipe del Infinito;
aprestándome a que la parte incurable de la Naturaleza
de mí se apoderase, y encarnada en desvastadora fuerza,
en amazona, presa ante la desmesura, os devorase la entraña
prendida en el Tánatos, desgarrándola del caos eruptivo.
Tal vez entonces esta muerte fuera la última gran tragedia.