En torno a la Epifanía solía recordarse entre nosotros el continente africano. Los Magos venían de Oriente, pero podían haber venido también del África profunda, aquélla que se extendía desde las provincias africanas del imperio romano hasta las tierras desconocidas de los leones: hic sunt leones. Hoy muchos hablan de África con parecida ignorancia como un continente perdido, el continente del hambre, del sida y otras plagas. Hace bien poco se clausuraba en Roma, ante la indiferencia de casi todos y la irritante falta de información desde dentro, el II Sínodo para África, al que asistieron nada menos que 244 obispos. Los pocos comentaristas que se preocupan de estas cosas y leyeron el mensaje final, lo consideran un análisis excelente y sin pelos en la lengua: crítica de las dictaduras, de las multinacionales de rapiña, de los señores de la guerra, de los traficantes de armas, de la pena de muerte, de la campaña proabortista de la ONU… Pero todo no se reduce a eso: se parecería demasiado a la prensa occidental. Los obispos hacen un repaso de las experiencias positivas de la iglesia en África, de sus valores y compromisos. Lo cierto es que es ahí donde crecen más el número de católicos y las vocaciones apostólicas. Me parece muy significativo este rapapolvos a los dictadores que se precian de católicos, y que en Europa y en otras partes del mundo es impensable: El Sínodo invita a estas persoans a que se arrepientan o a que dejen el escenario público, dejando así de perjudicar ea pueblo y de crearle mala fama a la Iglesia católica. Según algunos observadores, la Iglesia africana es hoy la más profética de todos los continentes. Acaso porque la situación es más grave que en parte alguna del mundo. Acaso porque una militancia más joven y más libre ha irrumpido en los puntos claves de influencia.