Lo mejor del programa de ayer, de las manos arrebatadoras del maestro Josep Colom, en homenaje a los dos centenarios de Chopin (1810) y Liszt (1811), fue la singular Sonata para piano en si menor s. 178 de éste último. Música pura, dicen los críticos del compositor húngaro, prototipo del artista romántico, que agota la vocación orquestal que el autor siempre soñó para el teclado. Que agota la unidad y coherencia entre los movimientos. Que agota las posibilidades armónicas con audacias inauditas. Que agota las posibilidades estructurales de una forma, a la que ya no le queda más que su disolución… Yo, tras las seis anteriores obras para piano de Chopin, a quien Liszt admiraba, terminé también agotado con los lentos y los allegros, los andantes, los grandiosos, los staccatos, los pesantes, los marcatos y appassionatos. Dulzuras y lirismos, escalas ascendentes y descendentes, acordes en fortísimo junto a acordes sostenidos en pianísimo… hacen de esta sonata una de las obras más difíciles y exigentes del repertorio pianístico, y de un virtuosismo sin precedentes.