Se nos murió, a los noventa años, en la enfermería de la residencia de Loyola el eximio jesuita vasco Alfredo Ayestarán, teólogo, filósofo, antropólogo, profesor en Deusto, en la UPV y en varias universidades hispano-americanas durante cincuenta años, especialista en Ernst Bloch… Pero para muchos de nosotros fue sobre todo uno de los pocos clérigos valientes -junto con el inolvidable Antonio Beristain- durante los años de plomo de ETA -la banda que propagó en Euskadi la enfermedad del odio (Bloch); el mismo que un día profetizó que la sociedad vasca tardaría varias generaciones en curar la enfermedad moral de insensibilidad con la víctimas, y denunció con frecuencia la imperdonable degradación moral del repugnante silencio del clero, que él encuadraba dentro de una patología que Erich Fromm llamó narcisismo de grupo de carácter maligno. – Nosotros también, que tanto le debemos, nos rebelamos, cómo él nos enseñó, contra su muerte, no por suya, sino por muerte, entendida como final radical y máxima anti-utopía, a la que él siempre opuso su esperanza cristiana profunda, provista de fundamento.