Entramos en el concejo de Elorz, pueblo convertido en pueblo – jardin, cercado por tres de sus cuatro costados, y tras pasar por la calle Andricain, tomamos fácilmente el camino que nos lleva al castro de su nombre –El Castillo-, por un lado, y al lugar del viejo despoblado, coto redondo y antiguo señorío, por el otro. Dejamos el coche junto a un almacén, no lejos de una casa con una placa solar en su tejado y de dos granjas aledañas, cerca de la señal viaria que indica la Sierra de Tajonar y Labiano. Bajamos hacia el poblado protohistórico, a solo unos cientos de metros.
Pasado el regato, que se precipita desde Oskuain con bastante agua y llena una tanqueta que hace de abrevadero, rodeamos el monte, que tiene la figura de una pirámide irregular, todo él valado de alambre sin pinchos. Entramos por donde nos parece más fáci y subimos, casi en vertical, hacia la cumbre, de 603 metros de altura, más alta que la del contracastro, situado al sureste. Sobre las laderas, que estuvieron un día parcialmente cultivadas, permanece, como en el castro vecino de Puno, un casquete duro de vegetación -tojos, tomillos, aliagas, enebros y bojes-, que marca la primera defensa o foso del poblado de la Edad del Hierro, del que Armendáriz encontró cerámicas varias, molinos de mano y percutores. El recinto interior fue destruido por una cantera medieval de piedra arenisca.
No parece que el poblado fuera romanizado. Desde la cumbre, y con ayuda de los catalejos, vemos la estructura de próximo castro de Oskuain, a 700 metros de distancia y a 741 metros de altitud, sobre un far allón de la Sierra de Tajonar. Entre pinos y robles y bajo una espesa vegetación se encuentra la muralla, hoy derrumbe de piedra, de dos metros de anchura y tres de altura. A treinta metros del poblado encontró Armendáriz en una finca cultivada cerámicas celtíberas y molios barquiformes. En 1956, en las fotos aéreas era muy visible la muralla. Hoy solo es visible una choza de cazadores de paloma. Más altoo y con gran potencia de visibilidad no solo sobre el Valle de Elroz, sino también sobre los Valles de Unciti e Izagaondoa, el castro de Oskuain fue coetáneo con el de Andricain, o tal vez su continuación, no lo sabemos. Seguramente sus pobladores dieron vida, siglos después, al señorío de Andricain y primer poblamiento del concejo de Elorz.
En el pueblo del Santo, una semana después de una Javierada multitudinaria, todo es silencio, solo cortado por unas pocas familias y algunos grupos de amigos. Ondea al cierzo de la tarde sobre la torre del homenaje la banderita de los linajes de Javier. La más popular imagen del misionero, abrasado por el fuego de Dios, en su marco gigante, se vuelca hacia la casa solar, pero él mira al horizonte lejano. Y el torso del peregrino san Juan Pablo II parece estar percibiendo aún los últimos ecos de la gente en la gran explanada. Se recoge, a la penúltima luz del día, la vieja iglesita y la vieja casa parroquial del pueblo bajo los cipreses que las guardan. Y unos últimos rayos solares iluminan las peñas rojizas más altas de la Sierra de Leyre.