¿Apariciones o visiones?

 

                           Medjugorje, Garabandal o El Escorial no son fenómenos nuevos en la historia de la Iglesia. El famoso teólogo mariólogo francés René Laurentin llegó a catalogar hasta 2000 presuntas apariciones de la Virgen María en todo el planeta durante dos siglos.

Ya Pablo VI dictó unas normas prudentes en febrero de 1978, que no se conocieron hasta el año 2011.  Por fin, este último 17 de mayo, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe  ha publicado el documento Normas para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales. El documento destaca que, en principio, debe descartarse la declaración de sobrenaturalidad de un fenómeno. Y, aunque se añade luego que el discernimiento  es tarea del obispo diocesano y se mantiene la posibilidad de que el Santo Padre autorice excepcionalmente llevar a cabo un procedimiento sobre la sobrenaturalidad de un hecho, el prefecto del Dicasterio, Víctor Manuel Fernández, fue tajante en este punto: Nunca se declarará la sobrenaturalidad.

Y es que ya es hora de terminar con esta historia de las apariciones, y de comenzar a interpretarlas como visiones, más o menos juiciosas, insensatas o hasta o esperpénticas, en todos los casos, y, en el mejor de ellos, experiencias que pueden tener efectos positivos en los videntes y en quienes los acompañan, y que pueden ser reconocidos y hasta bendecidos por la Iglesia: caso de Fátima y Lourdes.

No hay tales apariciones. El cuerpo espiritual de la Virgen María, Madre de Dios, no es visible, y, si lo fuera, lo sería para todo el mundo que llegara a tiempo.

Cuando el papa Francisco volvía, en mayo de 2017, de Fátima, en la celebración masiva del centenario glorioso de las apariciones de los tres pastorcicos, declarados santos por la Iglesia, llegó a decir: Yo personalmente soy muy «malévolo»; yo prefiero a la Virgen Madre, no la Virgen encargada del oficio telegráfico que  todos los días envía un mensaje a tal hora (…). Esta no es la madre de Jesús…