Ha sido muy emocionante ver y oír al político Aragonés García, hijo y nieto de ricos y notorios franquistas, y que, aunque no parezca, es president independentista de la Generalitat de Cataluña, animar en castellano -para ellos en español- a sus correligionarios de Bildu-Sortu, en vísperas de las elecciones autonómicas vascas.
No lo ha hecho en euskara: no lo sabe, no lo ha aprendido, a pesar de su pre tensión de que todas las autoridades españolas aprendan los cuatro idiomas del Estado.
No lo ha hecho en catalán, porque sus correligionarios vascos tienen tan poco interés en aprender catalán como él y sus compañeros en aprender el vasco.
Ha hablado, ay, en el lenguaje común de los ciudadanos españoles. Y lo ha hecho sin traducción e interpretación simultánea, que es lo que ellos han exigido al Gobierno español tanto en el Parlamento Europeo como en las Cortes españolas. Qué discriminación y qué desprecio al catalán y al euskara.
Ha hablado en español. En esa lengua, en la que no se puede hablar en las escuelas catalanas de Cataluña ni siquiera en ese raquítico 25% a que les obliga, en vano, el Tribunal Supremo.
Es el acto más singular de toda la campaña, aparte el patinazo del candidato bildutarra y sortutarra de calificar a ETA de grupo armado, por lo que, para no perder votos, no por otra cosa, después ha tenido que pedir perdón a las víctimas, por si…, caso seguramente remoto y hasta hipotético, haya podido (subjuntivo potencial) herirlas en su patogénica sensibilidad.
Para mí, ha sido el acto más emotivo.