El 23 de junio, la Capilla Sixtina fue el marco incomparable para el encuentro del papa Francisco con 200 artistas, llegados de todo el mundo, que escucharon un discurso de Francisco sobre Dios, la Iglesia y el arte. Eran escritores, poetas, músicos, arquitectos, escultores, cineastas, pintores… Varones y mujeres que han dedicado toda su vida al arte. Allí estaba los españoles Javier Cercas, novelista; Vicente Amigo, músico; la escritora Cristiana Morales o el pintor Gonzalo Borondo. Junto a otros, internacionalmente más conocidos, como Marco Bellochio, Ken Loach, Roberto Saviano…
Fueron convocados para celebrar el 50º de la inauguración por Pablo VI de la Colección de Arte Moderno y Contemporáneo de los Museos Vaticanos, Una iniciativa del papa Montini, que enriqueció las ya muy valiosas, y a veces únicas, colecciones vaticanas con obras de Picasso, Matisse, Bacon, Dalí, Manzú, Rouault… Pablo VI celebró el 7 de mayo de 1964 en la célebre capilla decorada por Miguel Ángel una eucaristía ante un centenar de artistas, a los que el papa se presentó como un amigo y les saludó como maestros: Tenemos necesidad de vosotros. Nuestro ministerio tiene necesidad de vuestra colaboración. Pues, como sabéis, nuestro ministerio es el de predicar y hacer accesible y comprensible, más aún, emotivo, el mundo del espíritu, de lo inefable, de lo invisible, de Dios. (…) Si nos faltara vuestra ayuda, el ministerio sería balbuceante e incierto y tendría que hacer un esfuerzo, diríamos para hacerse artístico, o mejor, para hacerse profético. Para alcanzar la fuerza de la expresión lírica de la belleza intuitiva, necesitaría hacer coincidir el sacerdocio con el arte.
En 1999, Juan Pablo II utilizó un tono similar en su Carta a los artistas: Nadie mejor que vosotros, artistas, geniales constructores de belleza, puede intuir algo del “pathos” con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos. Un eco de aquel sentimiento se ha reflejado infinitas veces en la mirada con que vosotros, al igual que los artistas de todos los tiempos, atraídos por el asombro del ancestral poder de los sonidos y de las palabras, de los colores y de las formas, habéis admirado la obra de vuestra inspiración, descubriendo en ella como la resonancia de aquel misterio de la creación, a la que Dios, único creador de todas las cosas, ha querido en cierto modo asociaros.