Francisco hizo su entrada en silla de ruedas, a la semana de haber sido operado, entre una salva interminable de aplausos, diciendo a todos en voz alta: ¡Aquí todo es arte. Ustedes todos, bienvenidos!
La primera parte de su largo discurso trataba sobre la relación de la Iglesia con los artistas: Amistad natural, porque el artista toma en serio la profundidad inagotable de la existencia, de la vida y del mundo, también en sus contradicciones y lados trágicos. (…) El artista recuerda a todos que la dimensión en la que nos movemos, aun cuando no nos demos cuenta, es la del Espíritu. Vuestro arte es como una vela que se llena de Espíritu y nos hace ir adelante.
Citando la frase de su admirado Romano Guardini de que el estado en que se encuentra el artista cuando crea es similar al del niño y también al del vidente, continuó diciendo el papa:
-Sí, el artista es un niño -no se tome esto como una ofensa-, lo que significa que se mueve sobre todo en el espacio de la invención, de la novedad, de la creación, de traer al mundo algo que no había sido visto de esa manera… Abrir y traer la novedad. Vosotros, los artistas, realizáis esto haciendo valer vuestra originalidad. En las obras os metéis siempre a vosotros mismos, como seres irrepetibles como somos todos, pero con la intención de crear aún más. (…) La creatividad del artista parece así participar de la pasión generadora de Dios. Esa pasión con la que Dios ha creado. ¡Sois aliados del sueño de Dios! Sois ojos que miran y sueñan. No basta solo mirar, es necesario también soñar. Vosotros, los artistas, tenéis la capacidad de soñar nuevas versiones del mundo. Y esto es importante. La capacidad de introducir novedad en la historia. Por eso Guardini decía que os parecéis a los videntes. Sois un poco como profetas. Sabéis mirar las cosas en profundidad o en lejanía, como centinelas que aprietan los ojos para escrutar el horizonte y sondear la realidad más allá de las apariencias.