No he leído -no hay tiempo para todo- los tres libros que mi estimado Luis Ordoki Urdazi, secretario general de la Cámara de Comptos de Navarra durante 33 años, desde que yo era presidente del Parlamento, ha escrito sobre Navarra. Espero leerlos algún día. Pero me ha interesado mucho la entrevista que Eva Fernández le hace en Diario de Navarra tras la publicación del tercero de esos libros: Navarra; reflexiones sobre su identidad y futuro.
Ordoqui habla en cierto momento de las dos almas básicas en materia identitaria, la navarra y la vasquista, y, si la primera pone el acento en Navarra como Comunidad Foral diferenciada, la heredera de Vasconia pone el acento en sus señas de identidad vascona y el euskera .
Ya comenzamos mal. No sabemos bien qué se quiere decir con eso de heredera de Vasconia, nombre muy indeterminado dado por los romanos, que ni de lejos quería decir que todos los habitantes del territorio de la futura Navarra fueran vascones, y que luego se repitió con una gran ignorancia de lo que fuera aquella prístina realidad. Pero sobre todo eso de reducir la Navarra vasquista a poner el acento en sus señas de identidad vascona (¿qué es eso?) y el euskera, o es una ingenuidad o una ocultación de lo que realmente la constituye.
La cosa merece un largo tratamiento, que dejo para otro lugar. Cuando el autor evoca e invoca esa tercera identidad, la vasco-navarra, el sentimiento vasco – navarro de cierta unidad entre mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX, que se empieza a quebrar con la Segunda República y la Guerra Civil, no da cuenta de un hecho capital: los éuskaros y hasta los nacionalistas vascos de la Comunión Nacionalista Vasca (1913-1930) no eran separatistas vascos. Seguían muy mayoritariamente el unionismo fuerista, todo lo crítico que se quiera, del maestro Arturo Campión, fuerista liberal, integrista y nacionalista vasco por etapas, supremacista geográfico e histórico donde los hubiera, pero no imitador del secesionista Arana Goiri; no defendían como principio fundamental el derecho de autodeterminación, que hace imposible todo Estado bien constituido, ni tenían como objetivo previo la integración de Navarra en la Euzkadi sabiniana, donde Navarra, dígase lo que se diga, se diluyera, se hundiera y se ahogara, con un solo Gobierno y Parlamento Vasco, cuatro Diputaciones y tres Juntas Generales más un Parlamento Navarro de pacotilla.
No sé si Ordoqui ha leído el libro de Antxustegi, El debate nacionalista. Sabino Arana Arana y sus herederos, y dentro de él el discurso de Eduardo Landeta Los errores del nacionalismo y sus remedios (1923). De él di cuenta hace tiempo en DN. Ahí se explica muy bien la diferencia entre aquel nacionalismo, aquel vasquismo, y el que comenzó a ser tan distinto en la República y en la Guerra Civil. Me pasma, por otra parte, la poca importancia que se da a ETA –Luego llega la Transición, aparece ETA y se revuelve todo- y a sus brazos políticos y sociales. ¿También la herencia vascona es parte nuclear de su identidad? ¿No tienen otra?
Eso sí, hay un momento feliz en que el autor deja ver una realidad capital y decisiva, que no se dilucida demasiado en toda la entrevista, cuando defiende la premisa que del hecho de defender la cultura y la lengua vasca no sea en detrimento de su independencia institucional [la de Navarra]. ¡Acabaramos!
Si el valor de los valores políticos es la confianza, como parece sostener el bueno de Ordoqui, tamaña virtud solo se fía de/en una sólida realidad.