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La oración en la tradición benedictina (I)

 

                            San Benito no fue un teórico de la oración, pero organizó para sus monjes la liturgia de las horas o el oficio divino minuciosamente, asignando salmos, lecturas y oraciones a cada uno de siete oficios diurnos y nocturnos, desde laudes a  a completas. Más de tres horas al día leyendo u oyendo leer, lo que debía llevar a otra oración espontánea o sin palabras.

La oración benedictina no tiene tanto que ver con la técnica como con la perseverancia  y la atención. La lectio divina pasa  luego por la meditatio o reflexión, seguida por la oratio, hasta llegar a la contemplatio.

Hubo momentos en la historia benedictina, y sus ramas posteriores, en que la oración litúrgica se exageró y se exasperó, hasta conducir a una aversión a la misma. Y momentos en que esa oración se convirtió más en espectáculo que en contemplación, y hubo que buscar remedio en el silencio y el aislamiento,

La oración es un medio y una expresión del ofrecimiento de uno mismo a Dios, la entrega de nuestra vida y actividades a manos de Dios. La oración forma parte de la vida: Dios está presente  en todas partes y momentos de la misma.

***

Un hermano monje dijo al abad (abba) Antonio: –Reza por mí. El anciano abad le contestó: –No tendré piedad de ti, y tampoco la tendrá Dios, si tú mismo no haces un esfuerzo y no ruegas a Dios. (Antonio abad, Dichos).

 

Ante todo, al empezar cualquier obra buena, pídele al Señor con insistente oración que la lleve a término. (Regla de San Benito).

 

La oración debe ser breve y pura, a no ser que se alargue por inspiración de la gracia divina. (Regla de San Benito).

 

 

 

 

 

 

 

Estación de Anayet

 

Me gusta un mundo con nieve.
Me gusta un mundo de nieve.

Qué hermoso el ir y el venir,
el subir y el bajar,
el continuo jugar
de los hombres de la nieve,
 seguros y fuertes,
 luminosos, coloridos,
lentos al andar,
veloces al volar sobre la nieve.

Picos de Anayet, Culivillas y Royo,
Punta Escarra, Pala de Ip,
estandartes de la nieve, 
gigantes guardianes de la nieve,
murallones de nieve,
que cercáis un nuevo país de ensueño,
aislándolo de cualquier profanación,
os sueño siempre altivos,
perennes, inconmovibles,
para hacer posible
la nueva creación de la belleza.

Pasan silenciosos y angélicos los aviones,
rayando de blanco
el cielo azul.
¿No buscarán acaso 
el país de la nieve?

Me gusta  un mundo con nieve.
 Me gusta un mundo de nieve.

 

 

 

La tiranía de la mediocridad

 

                      Todo el caso Koldo, o el caso Ábalos, o el caso Sánchez, podríamos catalogarlo dentro de esa tiranía de la mediocridad, de la que habla en el libro así titulado Sophie Coignard. Mediocridad frente a mérito, valor genuinamente progresista. Vasto terreno el de la mediocridad, donde el dinero o el poder, por pequeño que sea, juegan un preponderante papel frente al esfuerzo de la inteligencia.

Los que acusan en un principio a la inteligencia, al esfuerzo y al mérito de monopolizar el poder y de perpetuar los privilegios, acaban idolatrando el poder -no tienen otro objetivo mejor- y  perpetuando los privilegios. Los mediocres, con algo de poder, son los hombres  más peligrosos de la historia.

¿Ubi sunt?

 

  ¿Dónde están… los denunciantes. los enemigos, los debeladores de la corrupción, venga de donde venga y caiga quien caiga?

¿Dónde está el último que lo dijo en público, Pedro Sánchez, y la tiene dentro de su misma casa?

¿Dónde todos sus ministros y sus compañeros de la Ejecutiva, rodeados de corrupción por los cuatro puntos cardinales?

¿Y las Yolanda, y las Montero, y las Belarra…, que están donde están porque la gente pensó que venían a crear algo nuevo, y a luchar contra cualquier corrupción?

¿Y los Rufián, y los Oriol Junqueras, y los Errejón, y los  Aitor Esteban, y los Ortuzar, y los Otegi…, todos ellos santos padres de la nueva democracia y hasta ángeles exterminadores de todos los corruptos, sobre todo si son españoles…?

¿Ubi sunt, dónde están?

 

Mal de altura

 

                      Avezado a soñar que no llego a tiempo a un acto muy importante; que no sé nada de lo que van a preguntarme en un examen; que he perdido las maletas una vez más; que no encuentro un baño por ningún sitio; que me he perdido de nuevo en los suburbios de una gran ciudad, y, sobre todo, que estoy en un lugar muy alto, incitado permanentemente por el vértigo…, no debiera juzgar extraordinario el sueño de esta noche.

Pero el primer recorrido fue una antología de los lugares artísticos más bellos que haya visto en mi vida: fachadas de palacios y catedrales; retablos y  estancias palaciegas; altares con figuras románicas, góticas, barrocas; composiciones pictóricas o conjuntos esculturales entre los más hermosos que he podido contemplar… ¿A dónde me llevaba todo ese museo universal? Acababa de volver a  leer, la noche anterior, en  La Corte de los Milagros, de Valle-Inclán, esos primeros y breves capítulos, donde nos describe el salón de la duquesa de Torre Mellada, Carolina, con sus espejos y sus cornucopias, con sus generales ridículos y sus damas aristocráticas, pizpiretas o vejanconas. Pero lo que yo veía esta noche era mucho más bello y sublime.

Pero de repente me vi convertido en un gigante  frágil e inestable, en medio de un aeropuerto, junto con otro gigante, tan inestable como yo, con cara de un tío mío, ambos dudosos y temblones, sacudidos por el vértigo, que no acabábamos de ver la puerta de entrada al aeropuerto, y con miedo a caernos desde esa gran altura, si bajábamos la vista para mirar.

En un tercer momento nos encontramos en una especie de oficina siniestra, sin adornos artísticos de ningún tipo, buscando simplemente la puerta de salida.

Cuando me desperté, aún me temblaba la mente, como las piernas en el terrible aeropuerto.

 

Diálogos con la Historia (y XVII)

 

¿Es real el progreso?

            En el último capítulo de su libro los Durant no parecen satisfacerse con el lema de Francis Bacon: ¡El conocimiento es poder!  Tras afirmar que nuestro progreso en ciencia y técnica ha implicado cierta tintura del mal con el bien, escriben tres páginas enteras contraponiendo desventajas a ventajas, retrocesos a progresos en lo diferentes sectores de lo que llamamos civilización. ¿Todo el progreso de la filosofía desde Descartes –se preguntan, por ejemplo- ha sido un error al no reconocer el papel del mito en el consuelo y el control del hombre?  Y citan un verso del Eclesiastés: El que aumenta el conocimiento aumenta el dolor, y en mucha sabiduría hay mucho dolor.

Pero ¿qué es el progreso? Si lo definimos como el control creciente del entorno por parte de la vida, tenemos que preguntarnos si el hombre medio de nuestro tiempo ha crecido en habilidad para controlar las condiciones de su vida, y tenemos que reconocer  que miles de millones de seres humanos han alcanzado niveles mentales y morales que raramente se encuentran entre los hombres primitivos. Y esto nos lo dicen a todas horas las estadísticas sobre la mortalidad, la longevidad, el hambre, la alimentación, la vivienda, la educación, el ocio…

Algunos logros preciosos de las civilizaciones antiguas ha sobrevivido a todas las vicisitudes históricas: el fuego, la rueda, el lenguaje, la escritura,  el arte, la agricultura, la familia, la moral, la religión, la enseñanza… Si la educación es la transmisión de la civilización, hemos elevado el nivel y la media de conocimientos más allá de cualquier época de la historia, y el legado que ahora podemos transmitir  más plenamente es más rico que nunca. La historia es por encima de todo la creación y el registro de ese legado, mientras el progreso es su creciente abundancia, preservación, transmisión y uso.

En este punto capital los Durant tienen consigo la razón y sus muchas razones.