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El relato pascual de Juan

(Jn 20, 1-10)

 

El evangelista Juan
escribe en las décadas primeras del siglo segundo
y no depende de sus tres predecesores,
los llamados Sinópticos.

El primer día de la semana,
cuando todavía estaba oscuro,
va María Magdalena,
de madrugada, al sepulcro.
Al  ver la piedra quitada de la tumba,
echa a correr
y llega a donde Pedro y el discípulo amado de Jesús:
-Se han llevado del sepulcro al Señor
y no sabemos dónde le han puesto. 

(Juan pone atención tan solo en María Magdalena,
cifra y símbolo de las discípulas.
Ella, por sí misma, avisa a los discípulos
de lo que ella sola acaba de ver).

Salen Pedro y el discípulo amado de Jesús
Este corre más que Pedro y llega antes que él.
Ve los lienzos en el suelo, pero no quiere entrar.
Llega Pedro, entra y ve
los lienzos, y el sudario que cubrió su cabeza,

plegado en lugar aparte.
Entra entonces tras él su compañero,
ve y cree.
Hasta entonces no habían comprendido
que, según la Escritura,
Jesús debía resucitar de entre los muertos.

(Pedro representa aquí la situación real
de los discípulos joánicos,
mientras el singular y anónimo discípulo amado de Jesús
es el discípulo ideal,
el modelo de los discípulos:
corre más,
llega antes,
sabe esperar al mayo de entre ellos,
entra y ve,
ve y cree).

El relato pascual de Lucas

 

       (Lc 24, 1-8)

Años más tarde que Mateo escribe Lucas su evangelio,
destinado a cristianos de habla griega,
y sigue fielmente a sus dos predecesores
en su relato pascual.
Pero añade, por su parte, algunas tradiciones de su Iglesia.
Por ejemplo, las mujeres son aquí
María Magdalena, Juana y María de Santiago,
y las demás que estaban con ellas,
que llevan al sepulcro los aromas  preparados el día anterior.

Entrando, no encuentran el  cuerpo del Señor Jesús,
la nueva identidad de Jesús resucitado

Los mensajeros son aquí dos hombres
con vestidos resplandecientes,
que ellas toman por ángeles,
que anuncian el mismo mensaje.

Lucas, buen helenista, lo redacta bellamente:

–¿Por qué buscáís entre los muertos al que está vivo?
No está aquí. Ha resucitado.

Y él mismo añade una breve catequesis
apologética:

Recordad cómo os habló
cuando estaba todavía en Galilea:
«Es necesario que el Hijo del Hombre
sea entregado en manos de pecadores
y sea crucificado,
para al tercer día resucitar».
Y ellas recordaron sus palabras.

(Esta vez, sin recibir encargo alguno,
se convierten en testigos
y anuncian el mensaje pascual a los discípulos)

Regresaron, pues, del sepulcro,
y todas estas cosas anunciaron a los Once y a todos los demás.
Pero a ellos todos aquellas palabras
les parecían desatinos,
y no les creían.

 

 

El relato pascual de Mateo

(Mt, 27, 62-66; 28, 1-8)

 

Mateo el evangelista,
que escribe quince o veinte años después de Marcos,
copia de este  casi todo su relato..
Pero cita solo a Magdalena y la otra María,
que no llevan aromas. Y el joven celeste
aparece como un ángel. en figura de relámpago,
que baja del cielo y hace rodar la piedra del sepulcro.
Mateo,
como le es habitual,
lo acompaña de un gran terremoto,
signo del poder de Dios.

Los guardias del sepulcro, atemorizados ante él,
se pusieron a temblar y quedaron como muertos.

(Solo este evangelista los menciona,
tras recoger la leyenda de que los sumos sacerdotes y también los fariseos,
temiendo que viniesen a robar los discípulos
el cadáver de Jesús.
que anunció en vida su propia resurrección.
consiguieron de Pilato una guardia en el sepulcro,
para impedir, según ellos, una doble impostura).

Tras el mismo mensaje del ángel sobre la resurrección
y la ida a Galilea,

Ellas partieron a toda prisa del sepulcro,
con miedo y gran gozo,
y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. 

(Mateo  une el miedo y el gozo de las mujeres,
que, sin duda, siempre trasmitieron  el mensaje a los discípulos.
Ellas, las discípulas de Jesús).

 

El relato pascual de Marcos

(Mc 15, 1-8)

 

Pasado el sábado,
y muy de madrugada,
María Magdalena, María la de Santiago y Salomé
que compraron aromas para embalsamar el cuerpo de Jesús,
van al sepulcro.

(Es un nuevo comienzo. Dios rige la historia,
El alba es el símbolo de las promesas.
Son las mujeres del Calvario,
y ellas solas, discípulas de Jesús).

-Quién nos retiraráse decían unas a otras-
la piedra de entrada al sepulcro?

(El amor rompe todas las barreras,
la fe no repara en obstáculos)

Pero ven que la piedra está corrida.
y eso que era muy grande.
Y, al entrar en el sepulcro,
vieron solo a un joven sentado a la derecha,
todo vestido de blanco.

(No se llama ángel.
No saluda. Tampoco se presenta.
Es un ser celeste, con poder de anunciar
la asombrosa y nueva realidad).

-No os asustéis.
Buscáis a Jesús el Nazareno,
el Crucificado:
Ha resucitado. No está aquí.
Ved dónde le pusieron.

(Una persona muy concreta,
la misma que fue muerta,
vive.
Ya no pertenece
al lugar los muertos).

Pero id y decid a sus discípulos
y a Pedro
que va delante de vosotros
a Galilea:
allí le veréis, como él os dijo. 

(La vida sigue. La misión
urge a todos los seguidores de Jesús
a proseguir los pasos del Maestro galileo).

Ellas salieron huyendo del sepulcro,
pues un gran temblor y espanto
se apoderó de ellas.
Y no dijeron nada a nadie,
porque tenían miedo.

(No es el miedo de los discípulos
al poder del Templo y de Roma.
Es la emoción–respeto a la presencia de lo Sacro,
ante aquello que al hombre le desborda y trasciende).

 

 

 

 

Jesús ante Pilato

 

La muerte de Jesús

Cuaderno de bitácora: 2 de abril de 2021

https://www.vmarbeloa.es/la-muerte-de-jesus/

 

 

Jesús ante Pilato

 

(Mc 15, 1-5; Mt 27, 1-2. 11-19; Lc 23, 1-5; Jn 18, 28-38; 19, 1-16)

A hora temprana,
los jefes de los sacerdotes, los ancianos del pueblo y los ancianos,
y todo el sanedrín,
tomaron la decisión de dar muerte a Jesús,
y, habiéndole atado,
le llevaron y entregaron a Pilato, el gobernador romano,
única autoridad competente en casos de pena capital.

*

Pontius Pilatus, del orden equestre –equites-,
la pequeña nobleza romana,
era Prefectus Judeae desde el año 26 de nuestra Era,
quinto de los Prefectos  (gobernadores romanos), que rigieron Judea
desde el directo gobierno impuesto por Roma.
No era especialmente cruel ni odioso a los judíos

De su residencia oficial en Cesarea Marítima,
venía por Pascua a Jerusalén
y residía, esos días, en el palacio del rey,
una lujosa fortaleza, habitada un día por Herodes el Grande,

en la colina occidental de la ciudad.
Residencia y centro administrativo a la vez,
se llamaba Pretorio, la casa del pretor (el que va delante).

*

Fue un proceso sumario, celebrado extra ordinem,
por  no ser Jesús ciudadano romano.

Informado por las autoridades religiosas sobre el reo,
el gobernador le preguntó:
¿Eres tú el rey de los judíos?
(Era el título que llevaron los Sumos Sacerdotes asmoneos,
y el mismo Herodes el Grande.
Era el único título que interesaba al Prefecto romano,
pues podía ser motivo de perduellio, o alta traición,
y penado por la vigente  Lex Julia de majestate).

Sí, tú (lo) dices- respondió Jesús
en una respuesta matizada y reservada.
(-Vosotros decís que yo soy, escribe Lucas,
porque él no es rey como muchos querían que fuera)

Pero Pilato no entendió la respuesta como una negación,
y los  sumos  sacerdotes aprovecharon la ambigüedad del momento
y le acusaban de muchas cosas.
El Prefecto hizo caso omiso de las protestas,

y, en un acto de equidad,
como Jesús callaba,
trató de  interrogarle nuevamente:
-¿No respondes nada? Mira de cuánto te han acusado.
Pero Jesús ya no respondió,

de suerte que Pilato estaba sorprendido.

*

Los cuatro evangelistas
recogen  en este punto
la preevangelica tradición de Barrabás,

de nombre personal Jesús, quien, tras ser encarcelado,
tras un motín en la ciudad santa,
fue puesto en libertad por Pilato, en alguna fiesta judía anterior.
Al presentarlo aquí, de modo dramático,
quieren subrayar la grave injusticia
de condenar a un genuino inocente y liberar a un culpable pernicioso.
Enfrentan al Prefecto con una multitud,
que pide insistente la muerte del Maestro.
Pilato aparece subido a un estrado o tribunal
sobre un enlosado delante del Pretorio

Litróstrotos, en griego, y en arameo, Gábbata
saliendo y entrando, en diálogo continuo
con una feroz multitud de acusadores:


–¿Qué haré, pues, con el que llamáis rey de los judíos?
escribe Marcos sobre el nuevo intento del Prefecto

de salvar al reo nazareno:
Crucifícale! -es el grito unánime de la turba-.
Pero ¿qué ha hecho de malo?
-¡Crucifícale! -aúllan todavía más-.
Y entonces, el débil y cobarde Pilato,
deseando satisfacer a la multitud, 
les soltó a Barrabás y entregó a Jesús,
tras haberle hecho flagelar, para que fuera crucificado. 

 

La traición de Judas

 

(Gen 37; Jr 18, 19 y 32; Za 11, 12-13; 2 M 9; Mt 26, 14-16. 20-25; Mc 14, 10-15.17-21; Lc 22, 3-6. 21-23; Jn 12, 4-8; 13, 21-30; Hch 1, 15-20)

 

Cuenta Mateo, poco antes de la última cena,
que Judas Iscariote
fue donde los Sumos Sacerdotes:
-¿Qué me daréis, si os le entrego?
Ellos le dieron treinta siclos de plata.

Y desde ese momento andaba buscando
una oportunidad para entregarle.

*

¿Era ladrón y, como dice el evangelista Juan,
guardaba la bolsa del dinero y se llevaba lo que echaban en ella?
¿Estaba impaciente porque Jesús

no acababa de inaugurar el reino prometido?
¿Le entregó con la esperanza
de que, forzado a mostrar su poder,
se impondría por fin a toda clase de autoridad?
O, perdida su fe en Jesús,
¿sintió el urgente deber de acabar con el falso profeta?

*

Mateo, el evangelista, 
y solo él,
nos cuenta que Judas,
habiendo cambiado de parecer,
devolvió los treinta siclos a los jefes de los sacerdotes  y los ancianos:
Pequé entregando sangre inocente.
-A nosotros, ¿qué? Tú verás- le contestaron.
Y, tras arrojar las monedas en el templo,
Judas se retiró y luego se ahorcó.

La imagen de Ajitófel, en el Libro segundo de Samuel,
consejero de confianza del rey David, que se ahorcó
tras haber intentado entregar al rey en poder de Absalón, su hijo rebelde,
influyó grandemente en Mateo a la hora de contar
el violento final de Judas el traidor,
que venía fijado en la tradición premateana.

En cuanto a los treinta siclos de plata
-el precio pagado por las heridas causadas a un esclavo-,

aprovecha confusamente citas mezcladas
de los profetas Jeremías y Zacarías,
para acabar diciéndonos, influido por ellas,
que los sumos sacerdotes
no quisieron echarlos en el tesoro de las ofrendas,
por ser precio de sangre,
y compraron el campo del alfarero
como lugar de sepultura de gente extranjera,
llamado  después campo de sangre. 

*

En el Libro segundo de los Macabeos
se cuenta el trágico final del impío Antíoco Epifanes,
que cayó violentamente de su carro,
descoyuntados sus miembros,

pululando gusanos de sus ojos
y cayendo a pedazos sus carnes,
entre un infecto hedor que apestaba a todo su ejército.
El evangelista Lucas, en su libro de los Hechos de los apóstoles
debió de inspirarse en  ello
y puso en boca de Pedro, en uno de sus discursos antes de Pentecostés,
cuando llegó la hora de sustituir a Judas,
la nueva leyenda del final del traidor,
que, cayendo de cabeza, reventó por medio  y todas sus entrañas se esparcieron.
Aquí la compra del campo de sangre -Haqueldamá, en arameo
la lleva a cabo el mismo Judas, con la paga de su crimen.

 

Las negaciones de Pedro

 

             ( Za 13, 7; Mc 14, 26-31. 66-72; Mt 26, 69-75; Lc 22, 54-62; Jn 18, 15-18. 25-27. 36-38)

 

Cuenta Marcos, el evangelista,
que, tras la última cena,
al salir hacia el monte de los Olivos,
dijo  Jesús a sus discípulos, citando al profetas Zacarías:
Todos vosotros os vais a escandalizar, porque está escrito:
-Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.
Aunque todos se escandalicen, yo no -exclamó Pedro de inmediato.
-Yo te aseguro – le replicó el Maestro– que, esta misma noche,
antes que el gallo cante dos veces,
tú me negarás tres.

*

Tras el prendimiento de Jesús en el huerto,
Pedro le siguió a distancia,
hasta dentro del patio del palacio del Sumo Sacerdote.
Mientras Jesús, de pie, en el piso alto,
confesaba ser el Mesías, el Hijo del  Bendito,
Pedro, sentado junto a los  guardias,
 se calentaba junto al fuego.
-¿Tú también estabas con Jesús el Nazareno?
le preguntó una de las criadas de la casa.
No sé ni entiendo lo que dices,
le respondió, amargo, el discípulo, y salió al patio exterior.
Pero ella no le creyó y siguió diciendo a los presentes:

Este es uno de ellos, mientras Pedro lo negaba de nuevo.
Otros igualmente led dijeron:

Tú eres uno de ellos, pues eres galileo; tu habla te delata.
No conozco siquiera a ese hombre,
replicó por tercera vez, entre juramentos y maldiciones.

Entonces cantó el gallo por segunda vez.
Pedro recordó las palabras de Jesús,

y, saliendo de allí precipitadamente,
amargamente rompió a llorar.

Los castros de Eneriz y Añorbe

 

                       El primer de abril nos ha salido nublado, a ratos nuboso y a ratos anubarrado. Y con un cierzo fresco, que ha rebajado la temperatura de los días anteriores.

Pasamos por medio del pueblo monumental de Enériz, hasta hace poco pueblo-carretera. Dicen que su primer dueño se llamaba Enero y que por eso se llama «el/lo de los de Enero», o enericanos. Nos desviamos por un camino próximo que pasa por debajo de la variante, y tras pasar entre campos de cereal y de anterior cosecha de colza, a kilómetro y medio de las últimas casas, damos en seguida con el castro llamado de La Nobla, espolón del monte Montemocho, o pelado, que parece un castro de exposición, castro modélico, como el de Murugain en Muruartederreta, con cuatro abancalamientos -los antiguos fosos-, especialmente visibles por el flanco  norte,

Con una altura de 475-485 metros y 12.000 metros cuadrados, a 235 metros del río Robo, tuvo su origen en el Bronce Final o Hierro Antiguo, pero no perduró en tiempos de Roma. Su población debió de trasvasarse a terreno más llano, cerca del actual monumento al Sagrado Corazón, más cerca del pueblo actual. El cultivo secular de los terrenos, que prosigue hoy en día, acabó con sus posibles murallas y su entera estratigrafía.

Pasamos de nuevo por el centro del lugar, atravesado por el río Robo, ahora cubierto, y por el Camino de Santiago, con un original monumento en su honor, y tomamos el Camino del Monte, que sube hasta el Portillo del Monte, cerca de donde resiste la ventolera de los siglos la ermita de Santo Domingo, desde donde se bendicen cada año los campos. Un paisano que lleva en su camioneta restos vegetales a un pequeño vertedero de compostaje, nos dice que el monte hacia el que vamos se llama también Montemocho, y a su espalda, El Chaparral. Cuando llegamos a pie a la ermita, rachas de lluvia y viento intermitentes nos hacen refugiarnos en su espacio inferior abierto, que tiene un fogón y una sillas. La ermita, respaldada por una fila de cipreses, fue restaurada y bendecida en 1916; hoy una grieta en forma de S rasga su muro meridional. Desde aquí la visión del caserío de Enériz es perfecta. Ampliado sobre todo por el este y el oeste, ha hecho crecer el número de vecinos tras un reciente declive.

El lluviazo cesa pronto, pero al cierzo nos impide subir al próximo castro de Gazteluzar o Alto de los Fosos, ya en término de Añorbe, de  695-708 de altura y 6.000 metros cuadrados de superficie, alto vigía sobre los valles Valdizarbe y Valdorba, bien cubierto en sus laderas por encinas, robles, chaparros y hollagas. Fue habitado tal vez desde el Bronce Final, a lo largo del Hierro y en tiempos romanos. Así lo muestran muchos molinos de mano barquiformes y vasijas manufacturadas, celtíberas, sigillata y dolias. Su población debió de congregarse después en torno a la ermita actual de San Esteban. El Fuerte carlista del siglo XIX  y el cultivo anterior del terreno no borraron del todo el doble foso visible encima del terraplén.

Volvemos por donde hemos venido, sin atrevernos a estrenar un camino por medio de las Nekeas que, según el paisano de las verduras, no merece confianza para un coche que no sea todoterreno. Pocas veces hemos visto en el cielo navarro tantas variaciones de  cúmulos y nimbos, tantos colores en su combinación, como en este rato que nos cuesta llegarnos desde Enériz, por el laberinto de cuestas de Añorbe, uno de los pueblos más resbaladizos de Navarra, hasta el monte de San Martín, de 710 metros de altura, nombre también de la  famosa ermita. Fue esta una de las sesenta  autorizadas en 1585 y luego cabeza del quinto distrito de ermitaños de Navarra: Puente la Reina, Eunate, Tiebas, Biurrun… El proyecto de Víctor Eusa, financiado por una donación particular, le añadió en 1947 una escultura del Sagrado Corazón. La actual ermita se montó sobre el Fuerte fusilero que levantaron los carlistas en el siglo XIX.

Pero debajo de todo él hubo, siglos antes, en tiempos del Hierro  Antiguo, Final y en tiempos romanos un castro o poblado protohistórico, cuyos bancales/fosos son evidentes, sobre todo en la parte septentrional, a pesar de la repoblación de pinos, que embelleció y sostuvo el monte pero acabó con lo que quedaba de  historia. Pero mira por dónde la tala reciente de muchos de los pinos más altos, seguramente que por dañados, ha dejado la cumbre un poco mocha, lo que ha disgustado a muchos vecinos. Las flores primaverales que identifiqué el otro día en el vecino Puente La Reina florecen también aquí, pero hoy están mustias, oclusas y tiritantes con esta tarde irregular que les ha tocado

Desde 2015 un panel municipal muy completo resume la historia del castro, del Fuerte y de la ermita, y tres grandes tableros de vistas panorámicas hacen las delicias de los visitantes y de los curiosos de los cuatro puntos cardinales, cuando el cierzo lo permite y la borrasca inminente no lo impide, como hoy. También hay bancos suficientes para sentarse en todo el espacio. Un día me tocó describir Añorbe y todos los años recorro este trozo de las Nekeas, el más rico en viñedos, olivares y campos de cereal. No es cuestión de demorarme en eso. Qué lenta avanza, sobre y bajo la tierra, la sierpe azuloscura del Canal de Navarra hacia la balsa de Artajona…

Terminamos la tarde sacando fotos en un cerezal o cereceda, al pie del monte San Martín, y sobre todo contemplando, ya libres de rachas de viento y lluvia, la pulcritud, la novedad, la belleza de la flor del cerezo.