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Festival de Música Sacra

 

            El concierto de ayer en la catedral de Santa María llevaba como título el sanjuanista título ¿A dónde te escondiste, Amado? y corría a cargo de la ejemplar Capilla de Música de la Catedral de Pamplona, dirigida por su nuevo director Ricardo Zoco Lampreabe, y presentado por su director histórico Aurelio Sagaseta, que acaba de jubilarse.

En su repertorio, obras de músicos navarros, como Felpe Gorriti, Juan Carlos Múgica y el mismo Sagaseta (Cántico espiritual), más el valenciano pero maestro en esta catedral, Miguel Valls, junto a otros como Boulanger, Fauré, Poulenc, Casals, o Elgar.

Aunque el folleto de presentación atribuya por dos veces a santa Teresa el célebre soneto No me mueve, mi Dios, para quererte, que musica Múgica, está lejos hoy de atribuírsele (Siempre he pensado que es un soneto típico de Lope de Vega, aunque hoy siga estando abierta la autoría).

El concierto forma parte del ciclo Música Sacra, que el ayuntamiento de Pamplona viene organizando desde hace muchos años, con alguna desgraciada excepción, tanto al final de la Cuaresma como en tiempo de Navidad. Durante todos estos años, hemos podido gozar muchos miles de navarros el arte de innumerables músicos de todos los tiempos, especialmente en obras dedicadas a la Navidad y a la Pasión de Cristo. Hay que agradecérselo muy efusivamente a nuestra primera autoridad municipal. Aunque los ediles del mismo ayuntamiento, y también los canónigos, siempre hayan sido remisos en asistir a tan sublimes celebraciones.

Vientres de alquiler

 

           Vientres de alquiler. Alquiler de vientres. Alquiler de madres y niños. ¿Una nueva y moderna clase de esclavitud? ¿O gestación, voluntaria y gratuita, subrogada? Y las defensoras a ultranza del aborto libre y gratuito –¡Nosotras parimos / Nosotras decidimos!- ¿a quién pueden condenar?

Queriendo fotografiar el Big-Bang

 

           El telescopio espacial James Webb, lanzado el 25 de diciembre de 2021, es un observatorio espacial desarrollado con la colaboración de 14 países, construido y operado conjuntamente por la Agencia Espacial Europea, la Agencia Espacial Canadiense y la NASA `para sustituir los telescopios Hubble y Spitzer. Gracias a él los investigadores se acercan cada vez más a los primeros instantes del universo, hace 13.800 millones de años, y están facilitando imágenes con una definición sin precedentes. Los científicos buscan en ellas la luz de los primeros momentos de la creación.

Aficionado como soy a la astrofísica y de la astronomía, nuestra verdadera historia universal, recuerdo lo impactante que fue para mí lectura del libro de  Steven Weinberg, Los tres minutos del universo (1977). En la primera milmillonésima de segundo tras el Big-Bang, el sabio norteamericano, que cuatro años después ganaría el premio Nobel de Física, nos  describía el universo inconcebiblemente caliente, lleno de cuarks revoloteando unos alrededor de los otros. Al cabo de una millonésima de segundo, la temperatura seguía alcanzando los diez billones de grados, pero ya era lo suficientemente baja como para que los cuarks pudieran unirse y dar lugar  protones y neutrones. Diez segundos más tarde, la temperatura había bajado, pero todavía era era de  1000 millones de grados. En ese momento empezaron a formarse los  primeros núcleos atómicos.

El guión de Weinberg, afinados algunos detalles, sigue vigente. Los científicos de hoy día han calculado que al final de los tres primeros minutos la materia del universo estaba constituida en un 75% de hidrógeno y en un 25% de helio, con proporciones homeopáticas de litio y berilo. Justo la composición del universo actual; lo que confirma la teoría del Big-Bang, cuyos ecos, como ruido de fondo que llenaba el cielo por igual, registraron en el rango de las microondas, en 1964, los físicos y radio astrónomos norteamericanos Arno Penzias y Robert Wilson.

Tras miles de millones de años nacieron las primeras galaxias y las primeras estrellas. Eran verdaderos gigantes, cien veces más pesadas que el sol, veinte veces más calientes y un millón de veces más brillantes, que se movían con mucha más rapidez y virulencia y agotaban todo su combustible en unos pocos millones de años hasta colapsarse. Mucho más jóvenes son galaxias como la Vía Láctea y dentro de ella el sistema solar, cuyo centro, el sol, se formó hace solo 4600 millones de años. Muchas estrellas son mucho más jóvenes aún.

A todas ellas quiere llegar el ojo de águila cósmico del James Webb, que irá dándonos algunas de las noticias más relevantes de nuestro cosmos.

Qué alivio y sobre todo qué gozosa maravilla poder de vez en cuando despegarnos de los cotidianos y pequeños quehaceres de nuestro mundillo y entre-tenernos un rato en las verdaderas altas esferas del universo:

Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado…

 

De Gorbatón al monte Alburuz, en Puente la Reina (y III)

 

         Tenemos en frente, en la misma cordiline de San Guillermo, al monte Alburuz ( 527 m.),  de dudosa etimología, a cuyas espaldas imaginamos el Fuerte Infanta isabel, pero no lo vemos. Pensamos que podemos alcanzarlo por el camino que se abre bajo la ermita de Nuestra Señora de Arnotegi, pero a mitad del  trayecto, nos damos de bruces con la vía cortada y tenemos que volver. Tomamos otro camino que se dirige hacia el sur, pasado el complejo deportivo, que sube al Portillo de las Nekeas. Poco más adelante, dejamos el ramal que va al antiguo Fuerte de San Gregorio, y, según el poste de direcciones, seguimos un kilómetro en dirección al Fuerte Infanta Isabel. Aquí nos despistamos un poco y preguntamos a una pareja que viene en bici desde Añorbe, que no sabe más que nosotros, pero un nuevo indicador de madera nos asegura que Alburuz está paralelo a San Guillermo, a donde se llega, ya sin coche, por un camino irregular, áspero y empinado, sobre un suelo de yeso y tierra, entre jarales, romerales, escambrones,  escobizos y aliagas en flor.

Estamos en las Nekeas, ese laberíntico corredor Este-Oesste de montes, montículos, lomas, cabezos, cabezuelos, bosquetes de encinas, monte bajo, vallecicos, barrancos, sernas, olivares y viñedos, que se reparten entre Mendigorría, Artajona, Puente la Reina, Enériz, Obanos y Añorbe. Los montes circundantes son anticlinales y cabalgantes y el valle general está formado por un gran sinclinal. Lo atraviesa el barranco Nekeas, rodeado a ratos de juncos, carrizos y aneas, que tiene como uno de sus afluentes el rio Salado, que formaba las antiguas salinas, todavía bien visibles. El suelo, entre rojizo y blancuzco, está compuesto de areniscas, margas y yesos. Lo cruza también la tradicional cañada Aezkoa-Milagro, y ya son ruinas casi todas las casetas o corrales de otros tiempos. Acostumbrados a las tierras fértiles de Añorbe, de viñedos y olivares, que visitamos cada año en tiempo de rebusca, se nos hace extraño este terreno adusto que tenemos delante, solo moteado de verde en algunas de sus hondonadas. A un lado se alza la torre vigía de Mendigorria, entre pinos, y con sus cuatro cabezos piramidales orientales -cuatro sombreritos terrero- y, en el otro extremo, la ermita de San Martín de Añorbe, donde también hubo un castro en el primer milenio antes de Cristo.

El Fuerte liberal Infanta Isabel del siglo XIX desmanteló  el viejo castro del Hierro Antiguo. Uno de los mejores de Navarra, con planta  poligonal en forma de estrella, está circundado en sus cuatro costados por un profundo foso, con muchos trozos de piedras y de yesos en el fondo. Son bien visibles los aljibes y las troneras o bocas de los cañones, y uno imagina en la cumbre las distintas dependencias: cuerpo de guardia, cocina… Como en tantos otros sitios, muchas de sus piedras sirvieron para las llamadas entonces Casas baratas construidas en las proximidades. Los muchos pinos quemados, algunos tendidos en el suelo, dan un aspecto trágico al conjunto, que bien merecería limpiar, conservando lo conservable.

No parece que el poblado protohistórico llegara al final de la Edad del Hierro. Por aquí se hizo Armendáriz con algunas cerámicas manufacturadas.

Alguien más audaz que nosotros vuela en parapente sobre las Nekeas de Mendigorría

Volvemos por el mismo Portiilo. A estas horas penúltimas del sábado, Puente la Reina -¡aquel París de mi infancia!- conserva elegante el carácter de capital indiscutible de la Comarca.

De Gorbatón al monte Alburuz en Puente la Reina (II)

 

             Desde Gorbatón, después de una siesta apacible, llegamos al castro de Murugarren (la muralla de abajo), mucho más fácil de encontrar. A 90 metros al sur del río Robo, que corre aquí con prisas por desembocar en el Arga, tiene una altura de 375-387 metros y una superficie de 8.500 metros cuadrados.

El poblado medieval, documentado en 1049, aprovechó las someras estructuras del poblado del Hierro Antiguo-Final, del que el arqueólogo local halló algunas cerámicas manufacturadas y celtíberas. Seguramente que desde aquí bajaron sus pobladores al primitivo barrio de San Pedro (1122), a orillas del río grande. Hasta 1765 se conservó la ermita de Nuestra Señora, la iglesita primitiva. En siglo XIX se levantó, aprovechando a la vez los materiales anteriores, el Fuerte militar llamado El Reducto y El Reducto de Mendigorría, tal vez porque hacía frente a la dirección del pueblo vecino. El año 2000, se levantó, a unos metros del Fuerte una antena de telefonía y televisión, después de haber impedido que se plantara dentro del mismo.

El Fuerte, todo un complejo de parapetos en torno a un eje central, se conserva bien, y un panel cercano explica lacónicamente su historia, sin olvidar los usos anteriores del cerro.  Las flores primaverales también han llegado hasta aquí: los nazarenos, que en mi pueblo los llamábamos uvicas del Señor; las margaritas, las jaras blancas; los dientes de león, los jaramagos, las salvias azules, las orquídeas abejas negras, las fumarias… El flanco septentrional y oriental, sobre el cauce del Robo, está densamente ocupado por pinos, olivos y almendros.

El cerro, como casi todas las cimas de los castros, es un buen observatorio de muchos kilómetros a la redonda. En la parte oriental del mismo se abrió el camposanto, tan querido para mí, y , casi a los pies, todo un barrio nuevo, y junto a él el Club Deportivo, con el campo de fútbol y las piscinas. Nos cierra el horizonte  el Fuerte y ermita de San Guillermo, ya en Obanos; el monte Alburuz, con el invisible Fuerte Infanta Isabel a su espalda, salpicado de pinos quemados, y un montecillo menor en la misma línea montañosa.

La estampa de la villa, al sol de la tarde, es  primorosa. Puente la Reina es uno de los pocos lugares, donde las traseras del caserío viejo  de San Pedro y del nuevo de Santiago se asoman a un paseo airoso, recto y solemne, custodiado por la robusta guardia de los plátanos viales.

De poniente a levante, contemplamos el lugar del Fuerte de San Gregorio; el convento de las Comendadoras; la veterana iglesia de San Pedro; el monte de Santa Bárbara de Mañeru, que guarda otro Fuerte similar al que pisamos, pero mucho más descuidado; el lugar del Fuerte de los Topos ( el Real); el puente románico, emblema de la villa; la iglesia gótica de Santiago con su torre barroca y lanzal; Artazu, sus casas derramadas y su ermita de La Cruz, mirador de Valdemañeru; el río Arga, que viene escarmentado de Pamplona; Argiñariz, alto y oliendo a pan;  el monte Villanueva o Esparaz (1019 m.); el palacio y el silo de Sarria, con su ermita de San Marcial entre pinos y olivos; el lugar del Fuerte de Zabalzagain, con el nuevo barrio donde las calles llevan nombres de árboles; la iglesia románica del Crucifijo, de fundación Templaria, y el caserón-convento, de cuatro crujías, de los Trinitarios, después de los Sanjuanistas y ahora convento-colegio de los PP. Reparadores, que fue durante las guerras carlistas  cuartel militar, debajo del Fuerte de Murugarren; el lejano desolado de Villanueva; las Peñas calizas  de Etxauri (1138 m.), el Alto de Ecoyen (922 m.), y la única ermita puentesina, del siglo XI, de San Martin de Gomacin, bien renovada y caleada.

De Gorbatón al monte Alburuz, en Puente la Reina (I)

 

El sábado  25 de marzo sale primaveral como la fiesta litúrgica, anunciador de sol suave y viento tibio, avisador de felicidad.

Tomamos desde la carretera de Puente a Mendigorría el camino hacia Campollano. Y vamos directamente hacia las peñas de Aitzpea sobre el río Arga. Los libros hablan del Rincón de Aitzpea, donde el río hace uno de sus meandros. Por uno de los muchos caminos, surcados por los viejos canales de riego, andan dos grupos familiares festivos. Seguimos un poco más adelante y nos paramos un rato a almorzar en el pasillo entre dos hiladas de fincas. Delante tenemos las peñas de Mañeru («la peña de debajo de la peña», en la locución habitual),  el lugar clásico donde, en aquellos tiempos iban los mozos a nadar, los pescadores a mano y red a pescar el barbo y la madrilla, y las mujeres y chicos, en los peores veranos de sequía, a lavar la ropa casera. ¡Cómo pesaba aquella ropa al volver por la cuesta de Bargota! Las nuevas choperas recorren las orillas del cauce, junto a los viejos ejemplares. Los cortados sobre el río que en el pueblo llamábamos reventones –nombre que después dio nombre a una cuadrilla de mozos-están ahora totalmente cubierto de pinos. Revolotea un buitre sobre las peñas. Nunca había visto buitres en Aitzpea.

También la espalda del peñascal está  arropada por los pinares, y lo mismo todo el vallecico de Bargota, donde teníamos las viñas de garnacha mi madre, el tío Ricardo, Vitorino, los de Lambea… Por la parte alta cruza el Camino de Santiago, donde, hace un año, festejamos con unos paneles la continuidad de las actuales excavaciones del importante Monasterio de Bargota – Hospital de San Juan de Jerusalén ( s. XII-XVI), dueños del primer Mañeru. Todavía recuerdo el montón de ruinas blanquigrises que se veían en el lugar, de donde fueron desapareciendo en las últimas décadas muchas de sus piedras.

Estamos rodeados de las infinitas flores amarillas de la primera primavera: dientes de león, cerrajas, orejas de ratón, achicorias silvestres… Todas ellas de la familia de las asteráceas, y  por eso tan parecidas, además de las primeras caléndulas y los primeros jaramagos o mostazas blancas o amarillas, que en nuestros pueblos conservan todavía el nombre vasco de ziapes. Pero no encontramos los adonis vernales, los astrágalos, los pequeños narcisos o farolitos, salsetas de pastor y crujideras, que vimos anteayer con profusión en la sierra de Tajonar.

Qué pena da Campollano actual, comparado con aquel que veíamos, el siglo pasado, todo lleno de toda clase de hortalizas y árboles frutales. Hoy son los terrenos baldíos y las casetas y huertas abandonadas, y la mayoría de las antiguas huertas son campos de cereal. De vez en cuando algún cerezo y algún peral o melocotonero, unas hileras de cardos, cebollas y cebollinos. Hay excepciones, sí, con casetas y huertas ejemplares, bien cercadas, y con gente dentro. No lejos de nosotros, un cerezo cortado y tendido en tierra está lleno de flores, y en una   cuneta, en la orilla de un sembrado de trigo. florece una borraja aislada.

Está claro que por aquí no está el castro de la Edad de Hierro Antiguo que buscamos. Preguntamos a un paisano por el término de Gorbatón (¿de la raíz vasca «gor», altura?), y nos orienta bien. Ahí está,  al final de la llanada aluvial, no lejos de la carretera de Mendigorría, a 500 metros del Arga. Un cerro testigo triangular, hoy ocupado por un amplio campo de cereal y un olivar inmenso, con una larga fila de jóvenes ailantos (árbol de los cielos y falso zumaque) en el borde del escarpe.

Subimos a una altura de 345-363. La extensión posible del poblado es  de unos 13.000 metros cuadrados. Posiblemente cercó el perímetro una muralla defensiva, aunque en el flanco noroeste la pendiente era su mejor defensa. Más necesaria sería su defensa en el flanco opuesto, pero el laboreo secular del terreno y la reciente concentración parcelaria habrán acabado con cualquier residuo y todo tipo de estratigrafía.

Javier Armendáriz, hijo de Puente la Reina, encontró por estos andurriales cerámicas manufacturadas y molinos de mano de piedra en forma de barco.

Desde aquí vemos, por encima de Aitzpea, masas blanquigrises de yeso amontonadas en la famosa fábrica de mi pueblo.

 

 

El cerezo de debajo de mi casa

 

 

     Quisiera ser, un buen rato,
el cerezo de debajo de mi casa, 
más blanco que la blancura,
más limpio que la limpieza,
más nuevo que toda novedad.
Dando alegría a las mañanas, 
con sol o con lluvia,
ánimo a todos los que pasan y lo miran,
y enseñando a vivir
sin gritos ni aspavientos,
incluso sin palabas,
con esa explosión de primavera.