Al hombre de paz, calificativo que regaló Rodríguez Zapatero al etarra Arnaldo Otegi, se añade ahora el calificativo de fuerza progresista que otorgó ayer el presidente Sánchez a Bildu en el mismísimo Congreso de los diputados. Era el reconocimiento de jure a un partido al que ya había reconocido de facto, al pactar el voto para su investidura y en Navarra su abstención para la de María Chivite. Después de haber afirmado públicamente, una y otra vez, que había entre el PSOE y Bildu una línea roja, y que nunca pactaría con el partido de los herederos de ETA. Algunos ingenuos le acusan de blanquear a Bildu. Esto no es solo blanquearlos, sino elevarlos a su gloria de Bernini particular y laica.
Mejor así: que sea todo claro y a la luz de la opinión pública. Para que hasta los más torpes y ovejunos no tengan excusa ni pretexto para negar lo evidente a la hora de calibrar una de las mayores desvergüenzas de este presidente irresponsable sin escrúpulos, como le definió hace tres años El País de entonces. Y mejor que se salte todas las medidas y todas las rayas de la prudencia y del sentido común políticos, al pactar con Bildu a trompa y talega, para comprarle sus cinco abstenciones, la derogación nada menos que de la reforma laboral, en vísperas de las elecciones en Euskadi, sin contar con su Consejo de ministros, ni con los representantes del diálogo social (sindicalistas y empresarios). En el peor momento económico de España. En medio de la pandemia. Y tal vez para alardear de progresismo cuando desde las filas independentistas le reprochaban haber aceptado el voto del centrista CIUDADANOS. Un tahúr vocacional.
Todo es ya patético y hasta grotesco. Y es de temer que tengamos que calificar así sucesivas hazañas de este político sin idea de Nación ni de Estado, y por eso mismo horro de sindéresis política nacional.