Trata el vaticanista italiano Jacopo Scaramuzzi en su libro El sexo de los ángeles sobre las causas del cisma silencioso, que se está gestando dentro de la comunidad católica, cisma vivido por buena parte de los católicos al no seguir las enseñanzas de la Iglesia en materia sexual, congeladas hace siglos, cosa que no sucede en otros ámbitos, como el de la doctrina social, el ecumenismo, la liturgia o la relación con la ciencia. Ya el cardenal jesuita Carlo Martini, arzobispo de Milán, según nos cuenta, decía que el retraso de la Iglesia era en este punto de 200 años, desde la Revolución francesa.
Aunque, según el experto italiano, el papa Francisco mantiene la vigencia de la Humanae vitae o condena con los peores términos el aborto, se da cuenta también de que son muchos los fieles que no comparten la doctrina sexual de la Iglesia, pero respeta su libertad y no trata de convencerlos. Lo que para supone un cambio radical de estrategia respecto de sus predecesores. Siendo dificilísimo que Francisco y sus sucesores afronten alguos cambios doctrinales en el futuro, ve con todo algunas señales en ese sentido, por ejemplo en la publicación por el Vaticano de la génesis de la encíclica Humanae vitae, donde se refleja que el papa Pablo VI tomó la decisión sobre los anticonceptivos sumándose a la minoría y no a la mayoría de la comisión de teólogos que se había creado para el estudio de la cuestión. Lo mismo ha ocurrido con la publicación en el portal oficial de noticias del Vaticano de otro documento, donde aparece el futuro papa Juan Pablo I, entonces cardenal Albino Luciani, como opuesto a la prohibición absoluta de los métodos anticonceptivos.
Scaramuzzi repasa otros puntos concretos de la moral sexual católica: homosexuales, aborto, divorcios y segundos matrimonios -donde Francisco ha sido más innovador-, relaciones sexuales, métodos contraconceptivos, celibato, ordenación de mujeres…, cuya doctrina tradicional les parece superada a muchos moralistas y pastoralistas, y sobre la que el actual papa ha adoptado una política gradual, porque debe garantizar siempre la unidad de la Iglesia. El actual Sínodo alemán, del que escribí el otro día, va en la misma dirección, solo que sin la prudencia y el tacto del pontífice.
La Iglesia –dice el vaticanista italiano- ha llegado a un punto de ruptura en la moral sexual. En los últimos años se han acelerado los cambios con los abusos, los homosexuales, las mujeres. Hay como una energía acumulada que puede explotar.