Castillo de Arazuri

 

               Tal vez, en un principio, sólo una torre aislada sobre la vega del río Arga, el de Arazuri es uno de los castillos-palacios señoriales góticos mejor conservados en nuestro suelo. Mejor que el de Artieda, que tanto se le parece.

De las manos de don Lancelot de Navarra, uno de los muchos hijos naturales de Carlos III -que llegó a vicario general de la díócesis de Pamplona, protonotario del Papa Luna (Benedicto XIII), y patriarca de Alejandria-, pasó con el tiempo a las menos sacras y más belicosas de los Beamont. Si en el verano de 1512 sirivió de avanzadilla a las tropas del duque de Alba, meses más tarde alojó al destronado rey don Juan de Labrit, en su primer intento de reconquistar el Reino.

De planta rectangular, con cuartro torres cuadradas en los ángulos, parece, al anochecer o entre la niebla, o, un día cualquiera, cuando se le ve de lejos, el castillo-palacio que siempre uno había soñado. Pero ni los lienzos o paños de sus murallas, harto cansados, defienden ya nada. NI sus torres, desguarnecidas, exaltan ya a nadie. Ni siquiera la más alta, la del homenaje, que lleva ladroneras com matacanes en el muro y está coronada de un airoso adarve, ya deteriorado.

Vi un día, dejado a la intemperie de los tiempos, su vasto patio de armas con aljibe, abandonado, desarmado y vulgar. En una  de las muchas ventanas de la primera planta había ropa tendida de la familia del rentero o administrador de las tierras del último señor. Y me vinieron a las mientes aquellos versos magistrales de la Ilíada:

Como el linaje de las hojas, tal es también el de los hombres.
De las hojas unas tira a tierra el viento, y otras el bosque
hace brotar cuando florece, al llegar la sazón de la primavera.
Así el linaje de los hombres, uno brota y otro se desvanece.

Hoy, muy renovado y habitado de nuevo, ha vuelto a ser, cuando se le ve de lejos, o al anochecer, o un día de niebla, el castillo que siempre uno había soñado.