El otro castro de Mélida lleva el feo nombre de La Huesera. Buscándolo la primera vez, un paisano, que dijo tener 78 años, nos dijo que llamaban así al lugar en donde arrojaban, en otros tiempos, los animales domésticos muertos. Lo descubrió igualmente Sesma, y, como en el caso anterior, publicó los datos Amparo Castiella. Alcanza los 352 m. de altura y los 3.800 de superficie. Es un espolón de terraza alta sobre las tierras aluviales, tierras de regadíos y mayormente campos de cereal, a 425 m. del río Aragón y su tupida arboleda riparia. No lejos del cementerio y de la capilla del mismo, a los que se llega por un camino entre altos cipreses y en medio de un parque sereno y grave. Pero nosotros avanzamos entre anchos sembradios ya granados que terminan junto a un conjunto de granjas. Vamos levantando a nuestro paso alondras, calandrias y las torpes y moñudas cogujadas que se retiran a última hora.
Al pasar, distinguimos de pronto el modesto cabezo que apenas sobresale por encima del trigal. No hay manera de llegar a él por la orilla de la serna y aprovechamos los hondos surcos que han abierto las máquinas en medio del cereal. La muralla defensiva del castro ha desaparecido, tal vez cuando el mogote fue aprovechado como cantera de áridos. Vivo ya en el Bronce Final, fue habitado en el período del Hierro, y antes quizá del final del mismo, la población se trasladó seguramente al vecino castro de Cara, de mayor envergadura y con mejores posibilidades de defensa; por esas fechas, este deja ver un alto crecimiento de población. Aquí se encontraron agujas y botones de bronce, molinos de mano, puntas de flecha y cerámica de todos los estilos.
Nos queda un buen rato de tarde primaveral y lo dedicamos a buscar el castro La Encisa de Carcastillo que el sábado pasado no encontramos. Cambiamos de dirección. Tomamos la carretera de Sádaba y seguimos adelante cuando llegamos a la puerta de la Bardena, que no nos seduce esta vez. Avanzamos en paralelo a la que creemos Cañada de los Roncaleses hasta donde nos parece ver el castro de La Encisa entre el arroyo de este nombre al Norte y el Espartal al Sur. Un cerro testigo, que el otro día describí, no lejos de la carretera. Nos parece un lugar más apto para cobijar la granja de los monjes de la Olíva en el siglo XII, y desaparecida en el XIV. La acequia que pasa al pie del cerro bien pudo destruir el vicus o mansio de tiempos romanos. Al noroeste del lugar, ennegrece la tarde una línea de pinos quemados no sabemos cuándo.
Tenemos la esperanza de haber acertado esta vez, o, por lo menos, de habernos acercado un poco más al castro de La Encisa.