Castros de Oricin, Olóriz, Solchaga y Orisoain (II)

 

                            Volvemos hacia  Oricin (otrora, Oriziain) -clara denominación de una propiedad romana de un dueño llamado probablemente Oriz-, la primera localidad del Valle, con su aseado cementerio-capilla a la entrada del lugar, su aparcamiento, su iglesita del XII-XIII, que aparece abandonada, pero con las dos campanas en la torre del XVII,  y su palacio de cabo de armería, del XVI. Sus ocho casas históricas son hoy casonas bellas y renovadas, algunas con su huerta. a las que se ha añadido alguna muy nueva, donde viven 15 paisanos.

Dejamos el coche junto a una de esas huertas y embocamos un camino bien cuidado que, sobre la honda regata del Oricin, primer afluente del Cidacos, parece llevarnos a donde nos  parece que se encuentra el castro de Casteluzar. Es  bajo, cómodo y recto, y nos resguarda del ventarrón, flanqueado en su lado sur por una hilada de encinas,  entre una estrecha pieza de girasoles, que bordea el barranco, y un elevado campo de trigo, cuya ladera conserva aún trozos de la cerca de piedra que la protege y la separa del camino. Luego nos dirán que es el camino que une Oricin con Echagüe y Bariain (Mairaga).

En el ribazo y a la vera del camino predominan las vivaces correhuelas; las flores blancas de los zarzales y de los velos de novia, junto a las perfumadas madreselvas, y, entre las no citadas estos días, contemplamos algunos corros de candeleras, de corolas amarillas, esa planta que tiene mil nombres curiosos: candileja, candilera, torcida de candil, oreja de liebre, hierba del ángel. matagalla, matablanca, salvión…; los delicados galios blancos en panículas terminales (del griego gala, leche, porque sus hojas se utilizaban para cuajarla): los hipéricos perforados, corazoncillos o hierbas de San Juan, amarillos dorados con pequeñas motas negras en los pétalos, de su aceite esencial; planta medicinal clásica en muchos pueblos para la cicatrización de las heridas y hasta contra las depresiones.

Desde el camino vemos ya trozos blanquigrises de la muralla del castro de Casteluzar  a media ladera del monte, ocupado por el bojeral y algunas grandes encinas. Y en esto que viene frente a nosotros un paisano, de recia complexión, barba blanca y andar pausado, que  dice tener 75 años y volver del huerto. Le decimos a dónde vamos y qué queremos, y, gentil y compasivo, nos acompaña en nuestra ruta. Pasamos  junto a su huerto cercado de piedra, casi a la altura de la regata, y seguimos por el camino que comienza a subir y deja de ser cómodo y fácil. Nos desviamos para ascender, burla burlando, hasta el cabo oriental del monte donde se encuentra el viejo poblado. Al llegar al collado, la ventolera es tan turbulento, que casi me arranca la gorra campera de la cabeza.

Desde aquí vemos Echagüe a nuestro izquierda y todo el Valle de Orba delante de nosotros, muy cerca el caserío de Olóriz, concejo y al mismo tiempo capital del ayuntamiento compuesto.
Martín, que así se llama nuestro guía, nos lleva por una pieza, ahora baldía, hasta la entrada, un día del castro y ahora de las máquinas agrícolas, y subimos hasta los 660 metros de altura, donde estuvo este importante poblado, de una superficie de 15.000 metros cuadrados, organizado sobre un farallón rocoso sobre la regata o río Oricin. Está dividido en dos claros recintos -hoy dos largos trigales a punto de teñirse del color de Ceres y sacudidos implacablemente por el cierzo-, separados  por un terraplén artificial. Pocos castros como este guardan tan  visibles los restos de las viejas fortificaciones.

En el costado sur de la roca  se excavó un gran foso, de una anchura de 15 metros, que genera un recinto subrectangular, defendido por un destacado cerco de muralla, llegándose a doblar en el sector occidental, donde se convierte en una doble cava. La muralla, que recorre todo el perímetro,  se levanta en piedra de sillarejo, con una anchura de 2 a 3 metros, en desgalgaderos de 3 y 4 metros de altura. Probablemente estaba reforzada con bastiones o torres angulares, como parece indicar el volumen de esos derrumbes. La muralla septentrional de media ladera que veíamos desde el camino es un gran despeñadero de piedras en forma de bancal.

Aquí encontró Armendáriz cerámicas celtibéricas, romanas y medievales, por lo que se da como probable que el poblado estuviera vivo también durante un cierto tiempo de la Edad Media, antes de bajar sus habitantes a las nuevas poblaciones de Oloriz y Oricin, o también a las otras cercanas del Valle.