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¿A dónde va, cuando se va, la llama
¿ Adónde va cuando se va la llama
adónde va cuando se va la rosa
adónde amor
adónde la última luz
adónde los sueños si desvanecen
adónde el pensamiento
cuando tú te vas
adónde amor
adónde va la llama
adonde va rosa
adónde el impulso hostil de la materia
cuando tú te vas
adónde amor
adónde
( Del libro de Javier Asiain; Liturgia de las horas)
Tercer Domingo de Cuaresma
Luc 13, 1-9
¿Acaso somos menos culpables
que aquellos galileos infelices
que mandó matar Poncio Pilatos,
mezclando su sangre
con la de los sacrificios en el Templo?
¿Somos acaso menos pecadores
que aquellos dieciocho desgraciados
sobre los que un día fatídico
se desplomó,
sin previo aviso,
la torre
de Siloé?
–Que se sequen igual que una higuera,
decimos, severos, airados, de otros
que o tememos o queremos mal.
–Que los corten, que no llevan higos,
clamamos, violentos y feroces,
contra aquéllos que, injustos, condenamos.
Año tras año, nos deja el Eterno vivir,
higueras estériles, sin hojas y sin frutos,
en medio de su viña frondosa.
Los niños, sí, los niños
El último «milagro» de Benedicto XVI
La trampa nacionalista-independentista
Meteoroide. Degollado. Perfecto
– Perfectos. No podemos ser perfectos. Somos facientes (de facere-factum): estamos haciendo y haciéndonos. Pero per-fecto quiere decir hecho, o muy hecho. Estadio al que nadie de nosotros ha llegado.
Dos cómicos en Italia
Vargas Llosa y Benedicto XVI
Segundo domingo de Cuaresma
Luc 9, 28-36
Pedro, Juan y Santiago
siguieron al Maestro,
para orar, una tarde cualquiera,
en un cercano alcor.
No estaba lejos su partida,
su muerte en Jerusalén.
Él sabía que vino a cumplir y completar
la ley de Moisés, y las muchas profecías
sobre el Hijo del Hombre
que habían anunciado
desde Elías al último profeta.
Jesús, al recordarlos, meditaba
sus vidas serviciales y sus muertes
a menudo violentas,
a la vez que ponía su vida en manos de Yahvé.
Pedro, Juan y Santiago,
aunque el sueño los vencía,
vieron el rostro transfigurado del Maestro
y sintieron deseos de quedarse allí
con él y para siempre.
Jesús volvió a sentirse el Hijo amado,
Predilecto del Padre,
dispuesto a poner toda su existencia
al servicio de la gloria divina
y al servicio de los hombres.
Pedro, Juan y Santiago
le vieron entonces, sorprendidos,
todo lleno de luz,
y sintieron temor,
y, al mismo tiempo,
una recia voluntad
de seguirle siempre hasta la muerte.