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Una excursión a San Sebastián

 

                   Un viaje muy agradable gracias  a unos amigos de Etayo y de Olejua, en una mañana primaveral de mayo entre paisajes primaverales varios. Una casa-jardín en Miramar, entre hortensias, rosas blancas y rojas, arces negros, nísperos, rododendros…, con vistas a otras casas jardín y al mar infinito. Un recorrido por la espina dorsal de Igeldo, a un lado el mar y, al otro, una marea verde de colinas y montes que chocan contra el arrecife de las Peñas de Haya y de Larrún, en busca de cuatro túmulos de la Edad de Bronce, el cuarto de ellos con el hoyo fúnebre libre de piedras. Un almuerzo alegre en una sidrería jubilosa. Una siesta plácida mientras nuestro admirado conductor paga una elevada multa para poder recoger el coche llevado por la grúa. Un paseo final, casi romántico, por el Paseo de la Fe y por el Paseo de la Concha, con Igeldo, Santa Clara y Urgull como telón de fondo, la playa como escenario de la vida festival de las buenas gentes cotidianas, y el mar, oh, el mar, ese sueño primigenio, acercándosenos, llamándonos, arrodillándose ante nosotros, distraídos, y haciendo esfuerzos telúricos por revelarnos el misterio de la creación…

Las cosas del Espíritu

 

Sigo leyendo a Pablo d´Ors, que es inagotable:

 

                  (…)

            El mundo me parece un lugar precioso, incluso ahí donde los escenarios son más horribles. Las miradas de quienes sufren me parecen más hermosas que las de quienes se sienten satisfechos.

He dejado de estar enamorado de mí. Ya no miro qué dicen de mí las redes, o si mis libros se han vendido más o menos esta semana que la anterior. No tengo tiempo que perder con el ego, estoy demasiado fascinado con Dios y con su Creación.

En cuando me acecha una preocupación o una emoción negativa, la detecto, la detengo con mi mantra o con una afirmación positiva, y me maravillo de que quede atrás tan fácilmente, cuando antes  me resultaban directamente invencibles.

Ya no me fustigo, hago más pausas, me acuesto antes, comprendo que cada día tiene su afán, escucho con más paciencia, miro casi siempre con benevolencia, no me reconozco, la verdad.

Comprendo que estoy entrando en un largo y cálido Pentecostés, que confío que dure hasta la muerte.

*

¿No es en verdad reconfortante leer estas sabias palabras, de uno de los pocos sabios que en el mudo han sido?

La paz en la tradición benedictina (y II)

 

                  Al principio, los animales del desierto que iban por agua dañaban a menudo el huerto de Antonio. Pero él atrapó a uno de los animales, lo cogió con suavidad y les dijo a todos: -¿ Por qué me hacéis daño, cuando yo no os lo hago? Marchaos y, en el nombre del Señor, no volváis a acercaros por aquí. Y nunca más se acercaron al lugar, como si sus órdenes les hubieran intimidado.

                                              Vida de Antonio

 

No odies a nadie. No tengas celos. No obres por envidia. No seas amigo de discordias.

                                            Regla de San Benito

 

Antes de acabar el día, haz las paces con quien hayas reñido.

                                           Regla de San Benito

 

No hay nada bueno donde no hay paz. Dios es amigo de la paz y solo mora en los corazones pacíficos. Tenga uno lo que tenga, no da alegría si falta paz.

                                           Juan Tritemio, La Regla

 

 

La paz en la tradición benedictina (I)

 

 

                             Desde Antonio y los monjes del desierto, un símbolo predilecto de la paz monástica fue la armonía con la que aquellos se relacionaron con los animales salvajes. Antonio hizo las paces con los que revolvían su huerto. A Benito le ayudaban los cuervos, y en Suiza el monje irlandés Gall trabó amistad con un oso.

La paz bíblica es un don de Dios, pero también un objetivo básico de los esfuerzos humanos. La tranquilidad del orden, según san Agustín, basado en la observancia de las leyes establecidas por Dios. En el prólogo a la Regla, san Benito, citando a Jesús,  dice a los que desean la vida que busquen la paz y corran tras ella. La paz nace de la armonía entre el ser, el pensamiento, la palabra y la acción. Aunque siempre parcial y frágil en la tierra,  para el santo fundador la paz es la cima de la virtud.

La empresa monástica es crear personas y comunidades de paz. Que solo se puede conseguir cuando se reconoce sinceramente el conflicto; lo que conlleva valentía, humildad, compasión y predisposición al perdón. La alternativa es el conflicto abierto o, lo que es peor, una falsa paz, una fachada de orden que da a una casa reñida consigo misma.

 

 

 

Nina

 

                       No conozco la obra teatral de José Ramón Fernández, que fue la base literaria de la película de Andrea Jaurrieta, pero sí la de Chéjov, titulada La Gaviota, de la que procede el nombre de la protagonista -actriz aficionada. hija de un rico terrateniente- y una cierta inspiración o contra-inspiración. Todo un laberinto de amores  y desamores entre artistas, actores, actrices y escritores en torno a un lago y a una gaviota muerta, símbolo de un presentimiento. Entre ellos sobresale el maduro autor de cuentos maravillosos, B. A. Trigorin, a quien la adolescente Nina lee y de quien se siente atraída hasta el arrobo. En uno de los diálogos más nutricios del drama sobre la escritura, el escritor, la literatura y la fama, llega a decirle: Si un día necesitas de mi vida, ven y tómala. El escritor ya había manifestado antes su intención de conocerla: qué cosita es Usted.

Nina se fugó de casa y se unió a Trigorin, con quien tuvo un hijo, que se les murió. Trigorin volvió a sus mujeres y Nina siguió siendo una actriz mediocre, pero siempre enamorada hasta la desesperación del escritor. Lo que es motivo para que el amigo de Nina y director del grupo teatral, Treplev, el matador de la gaviota, siempre enamorado de la joven y odiador de Trigorin, se pegue un tiro, al verla alejada definitivamente de sus aspiraciones.

Una buena ocasión literaria para que Andrea Jaurrieta, una mujer creadora de nuestro siglo, convierta, al decir de Cinemanía, una melancolía pavisosa decimonónica en un furibundo alegato feminista. Y haga  de una bobita enamorada del siglo XIX una mujer consciente  y liberadora del XXI. Hasta qué punto su actuación es genuina liberación, discuten y discutirán de por vida los comentaristas y los  videntes de la película. Pues en eso consiste el llamado western sin tiros. Los caños de la escopeta de la Nina rebelde y actual en la boca depredadora del Trigorin contemporáneo es un interrogante moral decisivo, ocurra lo que ocurra después. Mejor, así. Porque eso es arte. Y que cada vidente juzgue por su cuenta.

Opera Gallery

Manolo Valdés nos enseña cómo tener una cabeza llena de mariposas y poder exhibirla en una de las mejores galerías del mundo.

 

Juan Genovés en su cuadro Rescoldos (2019), nos muestra las brasas que aún quedan de aquella hoguera que fue El Abrazo (1976), instalado en el Museo Reina Sofía.

 

Lita Cabellut, la artista española más cotizada en el mundo, ha dejado rayas hechas en su colección La niña en la mirada, retratos cromáticos, imponentes, minuciosos.

Castros de Carcastillo y Mélida (y IV)

           

 

             El otro castro de Mélida lleva el feo nombre de La Huesera. Buscándolo la primera vez, un paisano, que dijo tener 78 años, nos dijo que llamaban así al lugar en donde arrojaban, en otros tiempos, los animales domésticos muertos. Lo descubrió igualmente Sesma, y, como en el caso anterior, publicó los datos Amparo Castiella. Alcanza los 352 m. de altura y los 3.800 de superficie. Es un espolón de terraza alta sobre las tierras aluviales, tierras de regadíos y mayormente campos de cereal, a 425 m. del río Aragón y su tupida arboleda riparia. No lejos del cementerio y de la capilla del mismo, a los que se llega por un camino entre altos cipreses y en medio de un parque sereno y grave. Pero nosotros avanzamos entre anchos sembradios ya granados que terminan junto a un conjunto de granjas. Vamos levantando a nuestro paso alondras, calandrias y las torpes y moñudas cogujadas que se retiran a última hora. 

Al pasar, distinguimos de pronto el modesto cabezo que apenas sobresale por encima del trigal. No hay manera de llegar a él por la orilla de la serna y aprovechamos los hondos surcos que han abierto las máquinas en medio del cereal. La muralla defensiva del castro ha desaparecido, tal vez cuando el mogote fue aprovechado como cantera de áridos. Vivo ya en el Bronce Final, fue habitado en el período del Hierro, y antes quizá del final del mismo, la población se trasladó seguramente al vecino castro de Cara, de mayor envergadura y con mejores posibilidades de defensa; por esas fechas, este  deja ver un alto crecimiento de población. Aquí se encontraron agujas y botones de bronce, molinos de mano, puntas de flecha y cerámica de todos los estilos.

Nos queda un buen rato de tarde primaveral y lo dedicamos a buscar el castro La Encisa de Carcastillo que el sábado pasado no encontramos. Cambiamos de dirección. Tomamos la carretera de Sádaba y seguimos adelante cuando llegamos a la puerta de la Bardena, que no nos seduce esta vez. Avanzamos en paralelo a la que creemos Cañada de los Roncaleses hasta donde nos parece ver el castro de La Encisa entre el arroyo de este nombre al Norte y el Espartal al Sur. Un cerro testigo, que el otro día describí, no lejos de la carretera. Nos parece un lugar más apto para cobijar la granja de los monjes de la Olíva en el siglo XII, y desaparecida en el XIV. La acequia que pasa al pie del cerro bien pudo destruir el vicus o mansio de tiempos romanos. Al noroeste del lugar, ennegrece la tarde una línea de pinos quemados no sabemos cuándo.

Tenemos la esperanza de haber acertado esta vez, o, por lo menos, de habernos acercado un poco más al castro de La Encisa.

Castros de Carcastillo y Mélida (III)

 

                   En este segundo viaje el sol es seguro y directo, pero por todas las periferias del firmamento se apelotonan nubes blancas, llamadas cúmulos, que se preparan para la habitual borrasca de la tarde en estos días medianos de mayo. Sobre las cepas de las viñas se dejan ver ya los pámpanos adolescentes y enfurecen de rojo los campos rodales de amapolas, sobre todo en pendientes y ribazos, pero igualmente en llanos baldíos.

Antes de llegarnos a Mélida subimos una vez más al Alto de San Nicolás o Rada Vieja, en el término El Villar, perteneciente a Traibuenas-Murillo el Cuende. El Desolado de Rada fue antes castro prerromano, privilegiado de vistas y de defensas, con una superficie de 9.400 metros cuadrados, y 20.000 de recintos auxiliares en las laderas sureste y suroeste, sin contar el espacio extramural al noroeste, donde se encontraron varias cerámicas celtibéricas. No guarda nada, como es natural, del Bronce Final ni del Hierro, tras el poblamiento en tiempos de Roma y de la villa medieval destruida en 1455.

Mezquíriz, Tabar y Jusué dirigieron las importantes excavaciones que han dejado el lugar como un vivo museo de varias épocas históricas. Deambulamos, como siempre, entre muñones de antiguas casas, cercadas por un espeso ontinar, junto a tomillos, cardos, jaguarzos y lastones.

En la iglesia románica musealizada nos encontramos con dos solemnes maceros y varios caballeros armados, con los que hacemos unas fotos. Aquí no llega internet, y, como no tenemos moneda dejamos en fianza en la recepción 2,50 euros. Un pequeño foso, colmado de vegetación, nos separa esta vez de la torre circular, medio románico medio musulmana, y a la vez nos impide al paso a la proa meridional sobre los arrozales verdíazules de la Rada actual.

Ya le echamos el ojo, el otro día, al castro de Mélida, Morro de la Barca, a 342 m. de altitud sobre el río Aragón, pero unas torvas nubes amenazantes no nos dejaron bajar hasta el sitio. Hoy llegamos tranquilamente al pie del castro, allí donde el barranco de la Torre, ahora muy brioso, penetra, formando un hondo precipicio, en el rio, bajo las quebradas areniscas del monte en erosión. Lo encontró en su día el arqueólogo melidense Jesús Serna. Lo dató en el Bronce Final y Hierro Antiguo y allí encontró varias cerámicas manufacturadas. Debió de abandonarse pronto para pasar sus pobladores a otro castro vecino.

Lunes de Pentecostés

 

 Veni, Sancte Spiritus,
 et emite coelitus…

                                    El Espíritu
                                                                 es fuego:

                          Ven 
     ´                                                     y enciéndenos.

 

                                    El Espíritu
                                                                  es  viento:
                           Ven 
                                                            y  remuévenos.