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Estación de Anayet

 

Me gusta un mundo con nieve.
Me gusta un mundo de nieve.

Qué hermoso el ir y el venir,
el subir y el bajar,
el continuo jugar
de los hombres de la nieve,
 seguros y fuertes,
 luminosos, coloridos,
lentos al andar,
veloces al volar sobre la nieve.

Picos de Anayet, Culivillas y Royo,
Punta Escarra, Pala de Ip,
estandartes de la nieve, 
gigantes guardianes de la nieve,
murallones de nieve,
que cercáis un nuevo país de ensueño,
aislándolo de cualquier profanación,
os sueño siempre altivos,
perennes, inconmovibles,
para hacer posible
la nueva creación de la belleza.

Pasan silenciosos y angélicos los aviones,
rayando de blanco
el cielo azul.
¿No buscarán acaso 
el país de la nieve?

Me gusta  un mundo con nieve.
 Me gusta un mundo de nieve.

 

 

 

La tiranía de la mediocridad

 

                      Todo el caso Koldo, o el caso Ábalos, o el caso Sánchez, podríamos catalogarlo dentro de esa tiranía de la mediocridad, de la que habla en el libro así titulado Sophie Coignard. Mediocridad frente a mérito, valor genuinamente progresista. Vasto terreno el de la mediocridad, donde el dinero o el poder, por pequeño que sea, juegan un preponderante papel frente al esfuerzo de la inteligencia.

Los que acusan en un principio a la inteligencia, al esfuerzo y al mérito de monopolizar el poder y de perpetuar los privilegios, acaban idolatrando el poder -no tienen otro objetivo mejor- y  perpetuando los privilegios. Los mediocres, con algo de poder, son los hombres  más peligrosos de la historia.

¿Ubi sunt?

 

  ¿Dónde están… los denunciantes. los enemigos, los debeladores de la corrupción, venga de donde venga y caiga quien caiga?

¿Dónde está el último que lo dijo en público, Pedro Sánchez, y la tiene dentro de su misma casa?

¿Dónde todos sus ministros y sus compañeros de la Ejecutiva, rodeados de corrupción por los cuatro puntos cardinales?

¿Y las Yolanda, y las Montero, y las Belarra…, que están donde están porque la gente pensó que venían a crear algo nuevo, y a luchar contra cualquier corrupción?

¿Y los Rufián, y los Oriol Junqueras, y los Errejón, y los  Aitor Esteban, y los Ortuzar, y los Otegi…, todos ellos santos padres de la nueva democracia y hasta ángeles exterminadores de todos los corruptos, sobre todo si son españoles…?

¿Ubi sunt, dónde están?

 

Mal de altura

 

                      Avezado a soñar que no llego a tiempo a un acto muy importante; que no sé nada de lo que van a preguntarme en un examen; que he perdido las maletas una vez más; que no encuentro un baño por ningún sitio; que me he perdido de nuevo en los suburbios de una gran ciudad, y, sobre todo, que estoy en un lugar muy alto, incitado permanentemente por el vértigo…, no debiera juzgar extraordinario el sueño de esta noche.

Pero el primer recorrido fue una antología de los lugares artísticos más bellos que haya visto en mi vida: fachadas de palacios y catedrales; retablos y  estancias palaciegas; altares con figuras románicas, góticas, barrocas; composiciones pictóricas o conjuntos esculturales entre los más hermosos que he podido contemplar… ¿A dónde me llevaba todo ese museo universal? Acababa de volver a  leer, la noche anterior, en  La Corte de los Milagros, de Valle-Inclán, esos primeros y breves capítulos, donde nos describe el salón de la duquesa de Torre Mellada, Carolina, con sus espejos y sus cornucopias, con sus generales ridículos y sus damas aristocráticas, pizpiretas o vejanconas. Pero lo que yo veía esta noche era mucho más bello y sublime.

Pero de repente me vi convertido en un gigante  frágil e inestable, en medio de un aeropuerto, junto con otro gigante, tan inestable como yo, con cara de un tío mío, ambos dudosos y temblones, sacudidos por el vértigo, que no acabábamos de ver la puerta de entrada al aeropuerto, y con miedo a caernos desde esa gran altura, si bajábamos la vista para mirar.

En un tercer momento nos encontramos en una especie de oficina siniestra, sin adornos artísticos de ningún tipo, buscando simplemente la puerta de salida.

Cuando me desperté, aún me temblaba la mente, como las piernas en el terrible aeropuerto.

 

Diálogos con la Historia (y XVII)

 

¿Es real el progreso?

            En el último capítulo de su libro los Durant no parecen satisfacerse con el lema de Francis Bacon: ¡El conocimiento es poder!  Tras afirmar que nuestro progreso en ciencia y técnica ha implicado cierta tintura del mal con el bien, escriben tres páginas enteras contraponiendo desventajas a ventajas, retrocesos a progresos en lo diferentes sectores de lo que llamamos civilización. ¿Todo el progreso de la filosofía desde Descartes –se preguntan, por ejemplo- ha sido un error al no reconocer el papel del mito en el consuelo y el control del hombre?  Y citan un verso del Eclesiastés: El que aumenta el conocimiento aumenta el dolor, y en mucha sabiduría hay mucho dolor.

Pero ¿qué es el progreso? Si lo definimos como el control creciente del entorno por parte de la vida, tenemos que preguntarnos si el hombre medio de nuestro tiempo ha crecido en habilidad para controlar las condiciones de su vida, y tenemos que reconocer  que miles de millones de seres humanos han alcanzado niveles mentales y morales que raramente se encuentran entre los hombres primitivos. Y esto nos lo dicen a todas horas las estadísticas sobre la mortalidad, la longevidad, el hambre, la alimentación, la vivienda, la educación, el ocio…

Algunos logros preciosos de las civilizaciones antiguas ha sobrevivido a todas las vicisitudes históricas: el fuego, la rueda, el lenguaje, la escritura,  el arte, la agricultura, la familia, la moral, la religión, la enseñanza… Si la educación es la transmisión de la civilización, hemos elevado el nivel y la media de conocimientos más allá de cualquier época de la historia, y el legado que ahora podemos transmitir  más plenamente es más rico que nunca. La historia es por encima de todo la creación y el registro de ese legado, mientras el progreso es su creciente abundancia, preservación, transmisión y uso.

En este punto capital los Durant tienen consigo la razón y sus muchas razones.

Diálogos con la Historia (XVI)

 

Crecimiento y decadencia

            Si la civilización es el orden social que promueve la creación cultural, ¿hay alguna regularidad en este proceso de crecimiento y decadencia? Un día lejano Virgilio anunció la repetición determinista del universo y, como sabemos, Nietzsche se volvió loco con el eterno retorno.

Pero la historia se repite solo en líneas muy generales, y no hay ninguna certeza de que el futuro repita el pasado. Saint-Simón dividía el pasado y el futuro en una alternancia de períodos orgánicos y críticos, y Spengler dividió las civilizaciones en dos períodos; uno de organización centrípeta y otro de desorganización. Y, mientras el primero miraba a socialismo como como una nueva síntesis, el segundo tenía a la aristocracia como la época de la plenitud de la vida y del pensamiento.

Si la mayoría de los Estados se formaron a partir de la conquista de un grupo por otro, ¿cuáles son las causas del declive? Casi siempre por el fracaso de sus líderes a la hora de enfrentarse a los desafíos del cambio: climáticos, demográficos, económicos, culturales… Resulta tentador, pero no es cabal  explicar el comportamiento de los grupos, de las naciones, de los Estados mediante la analogía con la  fisiología y la física.

Hablando de civilizaciones, tampoco nos sirve de mucho la similitud con la fisiología animal. Las civilizaciones -y este es el mensaje central de los Durant- no mueren del todo. La civilización greco-romana  vive no sólo en nuestras bibliotecas y universidades, sino en todos nosotros. E igualmente la civilización cristiana antigua y medieval. Y la humanista-renacentista. Y la civilización de las luces. Los romanos importaron al Imperio la civilización griega, los humanistas importaron a todo el mundo conocido la griega y la latina. Los europeos las exportaron a la América descubierta por ellos y a todos los países que conquistaron  y colonizaron. América y Europa  las han ido exportado a todo el mundo…  Y así, entre unas y otras, entre unos y otros, hemos constituido el patrimonio de la humanidad.