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Premios Princesa de Asturias

 

                  La misma TVE, que me dio ayer la soflama mentirosa y disparatada de Pere Aragonés, me ha dado esta tarde una de la alegrías más sensatas del año: la concesión de los Premios Princesa de Asturias, esa bella promesa de 17 años, que quizás no nos merecemos, a pocos días de su juramento de la Constitución en las Cortes Generales. Un oasis en este desierto de buenas noticias. Un alivio bien fundamentado en esta España casi borrada por la confrontación, la ignorancia, el egoísmo y el  odio,

Los premiados nos han traído los mejores valores de la civilización, pero hechos vida y ejemplo en todos los sectores de la experiencia humana. No menciono a nadie para no discriminar. Y el  rey Felipe, en su discurso, modélico como siempre, y  siempre actual, no se ha olvidado de España y nos ha recordado que con la división no iremos a ninguna parte, y que con la unión podremos llegar a donde algunas veces -demasiado pocas, ay- hemos llegado.

¿Llegaremos a pedir la amnistía de este discurso del 20 de octubre, como algunos necios -suicidas, mejor- están pidiendo la de aquel del 3 de octubre de 2017?

Aragonés

 

                                        Como presidente que fui un día de la Comisión de Comunidades Autónomas en el Senado de España, que  con nosotros nació, veo bien, en principio, la reunión de los presidentes autonómicos en torno a ciertos asuntos granados en la vida política de España. Pero quizás esta vez hubiera ido mejor este encuentro, con mayor tiempo para el debate, cuando llegue el momento de la discusión parlamentaria de la probable ley de amnistía en el Senado, tras pasar por el Congreso, tiempo el más adecuado para que los presidentes regionales dejen oír su voz, y sin que puedan zafarse algunos de ellos con tan ligeros motivos como los presentados hoy. Hubiera bastado ahora con un manifiesto sobre la prevista, que no segura, ley de amnistía de los condenados por el golpe del independentismo catalán.

Pere Aragonés García, presidente de la Generalitat de Catalunya, representante ordinario del Estado español en Cataluña, nieto de andaluces, como él mismo se ha desnudado, pero  nieto también de rico alcalde franquista e hijo de rico concejal pujolista (lo que se ha callado), aprovechó la ocasión para decirnos en diez minutos -cosa que se agradece- toda la doctrina política fundamental de ERC, aquel partido fundado en 1929, lejano entonces, en su mayoría, del secesionismo, y solo recientemente vampirizado. Digo todo esto no como pulla, sino porque todo tiene más importancia de lo que parece.

Aragonés es buen orador –Pectus est quod dissertos facit, decía Cicerón-, entusiasta y convincente, con un buen decir y bien gesticular. Con poco sentido democrático, puesto que ha querido que todos le oyeran pero él no ha oído a ninguno, después de ponerlos como chupa de dómine, contraviniendo todos los votos de su partido por  el diálogo,  tolerancia y convivencia, de los que suele  presumir Su argumento principal es rematadamente falso: Cataluña es una nación, que tiene derecho a decidir en votación su futuro, que es para ERC la independencia, y que la supuesta amnistía no es más que el principio para aquella. Dicho así, prescindiendo  en todos los sentidos, de su pertenencia secular a la Hispania Citerior, a la España goda, al Reino de Aragón y al Reino de España hasta hoy mismo, es una mentira tan grande como la historia negada y, lo que es peor, es un discurso ridículo.

Decía el presidente de la Junta de Asturias, entre sus excusas para no asistir, que el que se iba a llevar el gato al agua en la performance (sic) era Aragonés. Más bien el gato se lo llevará, un poco más tarde, si el presidente del Gobierno, a fin de conseguir los siete votos de ERC necesarios para su investidura, satisface en todo o en parte los propósitos de Aragonés.

¿Todo ha sido una afrenta para la inmensa mayoría de los españoles? ¿Solo teatro, circo, ganas de perder el tiempo? Al menos, toda España ha oído de primera mano, y no  por los filtros habituales, lo que piensa y quiere no solo el presidente de la Generalitat, sino también Esquerra Republicana de Catalunya, uno de los principales actores del golpe separatista del 2017, condenado por la justicia española y europea y contrario a la Carta de las Naciones Unidas.

Me temo que tal intervención de un socio fiel del presidente socialista del Gobierno no le vaya a añadir a este alguna simpatía en muchas partes de España, y que  no acerque más a España -lo que Aragonés llama España- a lo que él llama Cataluña.

Ahora solo falta el otro cabecilla de la nueva nación catalana, el célebre Puigdemont, dándonos otros diez minutos de lección política, como la de esta mañana, por Radio-Televisión Española,

Objetivo: la destrucción de Israel

 

          La situación política  actual de Israel-Palestina tiene su origen en el resultado de la guerra de 1967, tras la cual  Israel conquistó la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán. Desde entonces Palestina quedó reducida  a lo que es hoy. De los 20.000 kilómetros cuadrados que tenía el Estado de Israel tras su victoria de 1948, había llegado a los 102.400, que son los que cuenta  actualmente.

Si la primera guerra 1948-1949 fue iniciativa inequívoca de los cinco Países árabes circundantes, tras la partición de la ONU, se ha discutido hasta la fatiga, y se sigue discutiendo, sobre la responsabilidad de la segunda guerra, la más decisiva de las habidas hasta hoy. Tras la guerra de 1956 entre el Egipto de Nasser y las potencias europeas Inglaterra y Francia por el Canal de Suez, donde Israel fue claramente aliado de los europeos, la relación con sus vecinos árabes se había deteriorado gravemente. En mayo de 1967 Egipto expulsó a  las Fuerzas de Emergencia e Interposición, instaladas en su territorio 1957 como medida máxima de seguridad y de pacificación; poco antes  había bloqueado los estrechos de Tirán, contra las leyes marítimas de la ONU, y remilitarizado las fronteras con Israel con siete divisiones que sumaban 100.000 hombres y 1.000 tanques, lo que, unido a las fuerzas militares de los otros cuatro Estados árabes les daba un evidente predominio sobre las capacidades militares del Estado judío.

Por si los hechos no fueran suficientes,  se había convertido en cantinela diaria en todos los países árabes hostiles  la destrucción de su principal enemigo, el Estado de Israel. El  17 de mayo, el  abogado Ahmed Shukeiri, presidente de la OLP (Organización para la liberación de Palestina), coalición de partidos formada bajo los auspicios de la Liga Árabe en 1964, no tenía reparo en proclamar: Los judíos que sobrevivan a la guerra que es inminente, serán autorizados a vivir en Palestina, pero no espero que muchos podrán hacerlo.  Nada extraño, pues la originaria carta orgánica de la OLP llamaba a la aniquilación de Israel. Diez días más tarde, el dictador egipcio, coronel Gamal Abdel Nasser, todavía le ganaba en claridad y valentonía: Nuestro objetivo básico será la destrucción de Israel. El pueblo árabe quiere luchar.

El  1 de junio siguiente, en la operación denominada Foco, dirigida por generales, que hoy son leyenda: Rabin, Dayán o Sharon, la aviación israelí machacaba, por sorpresa, en unas horas la aviación egipcia, y en seis días -La Guerra de los Seis Días- derrotaba ampliamente a las fuerzas coaligadas de los cinco Países árabes en lucha, al norte, su y este de Israel, y ocupaba todo el territorio atribuido a los palestino por las Naciones Unidas en 1947.

Exodus

 

                 Hace unos días, tuve la suerte de ver la célebre película de 1960, Exodus, llena de premios, y ya libre de la censura franquista, basada en la novela de Leo Uris, dirigida por Otto Preminger, y con el elenco de actores y actrices de primera división, donde Paul Newman, el  protagonista, comenzó a hacerse famoso.

Aunque ni la novela ni la película tengan que ser exactamente históricas, y la película sea claramente un canto a la épica de la partición de la antigua Palestina en dos entidades y a la fundación del Estado de Israel, los principales acontecimientos del tiempo están presentes en la obra de arte: los campamentos de refugiados judíos en Chipre, Francia o Alemania; la emigración judía a Palestina; los movimientos rebeldes judíos, moderados o fanáticos, contra el Mandato británico; la vida comunal de un kibutz; el ataque terrorista de los extremistas hebreos al hotel Rey David, sede habitual de mandatarios británicos; la exultación ante la noticia de la partición del Territorio  por la ONU.

No faltan en la cinta momentos de fraternidad entre musulmanes y judíos, aunque sean coetáneos a la lucha sorda o ruidosa entre las dos comunidades para disputarse un pedazo de tierra o el rectángulo de una casa en el Territorio hasta entonces común.

Historia, novela, cine: realidad, interpretación varia…, todo puede ayudar, con un poco de tiento, para conocer mejor y amar todavía más este frágil tablero en llamas de  Israel-Palestina, la Tierra Santa de las tres religiones, el lugar del mundo donde más se habla de paz, y donde la guerra no ha cesado, más o menos aparente o soterrada, desde 1948.

 

El antisemitismo cristiano

 

         Ya es clásica la acusación judía de que el papa Pío XII dejó de hacer una declaración pública inequívoca sobre la matanza de judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial (Hannah Arendt, 1964). Incluso, católicos alemanes como los Ratzinger, según testimonio del papa Benedicto en su última biografía, sólo tenían rumores sobre los campos de la cremación y de la muerte de los judíos. ¿Nadie se había enterado en las Iglesias alemanas?

La cosa venía de muy lejos. Repasando la historia de España para mis trabajos sobre el anticlericalismo, he quedado con frecuencia pasmado al ver las crueles injusticias que sufrieron los judíos españoles en no pocos lugares  de España antes de su expulsión definitiva.  Ahí está el libro del gran historiador francés, Joseph Pérez, Los judíos en España, para hacerse una ajustada idea de las penalidades sin cuento sufridas por los judíos en nuestro país y en toda Europa.

Demasiado tarde llegaron las peticiones de perdón por parte de la Iglesia Católica, ya desde los años cuarenta; las rectificaciones graduales en la misma liturgia (desde aquella infausta expresión, que aún suena en nuestro oídos de monaguillos: perfidis judaeis), y el reconocimiento del Estado de Israel (1948) por el Vaticano, estableciendo relaciones  diplomáticas con Israel en 1994, fue una prueba irrefutable de una nueva conducta: En este sentido el Vaticano reconoció a Israel como un moderno Estado de derecho y lo considera un país al que tiene derecho el pueblo judío (Benedicto XVI). Las memorables visitas al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau por el papa Juan Pablo II (1979) y de Benedicto XVI (2006), o las hechas por todos los últimos papas a la sinagoga de Roma ratifican esa  nueva y reconfortante  actitud.

Bien conocidos son los viajes apostólicos de los cuatro papas a Tierra Santa (Jordania, Israel y Palestina): Pablo VI (1964), Juan Pablo II (2000), Benedicto XVI (2009) y Francisco (2014), que, al mismo tiempo, fueron encuentros de histórico relieve con Patriarcas ortodoxos (con Atenágoras de Constantinopla en 1964, el primero desde 1054) y Rabinos judíos, así como con reyes y presidentes civiles.

En el libro publicado en 2018, que recoge, como homenaje al papa emérito Benedicto, el extenso diálogo con el joven rabino israelita de Viena, Arie Folger, el papa alemán no deja lugar a dudas y confirma el juicio general de los historiadores sobre este punto neurálgico: Esta disputa fue entablada [entre cristianos y judíos] a menudo, o incluso casi siempre, por los cristianos sin el debido respeto a la otra parte. Tanto fue así que se fraguó la triste historia del antisemitismo cristiano, que, en última instancia, desembocó en la triste historia del antisemitismo nazi y se alza ante nosotros con el triste culmen de Auschwitz.

 

El genocidio del 12 de octubre, según una ministra navarra

 

                       La ministra navarra, Jone Belarra, secretaria general de PODEMOS , ha calificado la obra de España en  América como invasión y genocidio contra los pueblos de América Latina, Así, con ese desparpajo seudohistórico y seudogramatical, propio de un hebén o de un jayán. No es nada original. Se lo ha oído muchas veces a  varios de sus ídolos políticos: Castro, Maduro, Ortega… No me extraña por tanto que, si entiende así la fiesta del 12 de octubre,  quiera dejar de conmemorarla como su día nacional . ¿Qué día nacional será el de Belarra, y de qué nación?

Lo malo es que no sólo Belarra, sino muchos niños y niñas de Navarra, de Euskadi y de otras partes de España han leído en sus libros escolares y han oído a sus profesores, más o menos, las mismas expresiones, las mismas falsedades. ¿Qué libros de historia han leído después? Pero de lo que aprenden nuestros niños y de lo que enseñan nuestros profesores no sabemos nada. Ni queremos saberlo. Y luego nos escandalizan lo que dicen cuando son mayores, y llegan, increíblemente en algunos casos, a ministros del Reino.

El Peine de los vientos

 

 

Octubre. Donostia.
Y un sol veraniego.
Multitudes surcan
playas y paseos.

El mar merodea,
sosegado y quedo,
en marea baja,
bajo el monte Igeldo.

Fijos en tres rocas,
tres peines de acero
vigilan, controlan
y peinan los vientos,
las olas del mar,
las lluvias del cielo.

Hoy nada se mueve.
Solo unos veleros
de color gaviota
velan mar adentro.

Solo una gaviota, 
sin prisa y sin miedo,
posa en el primer
peine de los vientos.

No imaginaba la Virgen del Pilar

 

No imaginaba la Virgen
del Pilar
que, el día de su venida,
en su honor no se formara
el desfile militar.

 

No imaginaba la Virgen
del Pilar
que la columna del pueblo,
en que poder asentarse,
fuera tan irregular.

 

No imaginaba la Virgen
del Pilar
que su predilecta España,
después de siglos y siglos,
fuera poco de fiar.

 

Sobre la guerra interminable en Palestina-Israel

 

No, la guerra de 1947-1948, una vez acabado el Mandato británico sobre Palestina, todavía no ha terminado, sobre todo teniendo en cuenta que en aquella guerra tomaron parte contra los judíos no sólo palestinos, sino  cinco Estados árabes aledaños.

Alrededor de 750.000 palestinos huyeron o fueron expulsados de sus hogares en esos dos años. Y siguieron siendo expulsados tras las guerras de 1967 y1973, y en las décadas siguientes. Desde 1948 Israel se negó contundentemente a readmitir a los expulsados. De 350 a 450 localidades palestinas fueron ocupadas, destruidas o reocupadas por inmigrantes judíos, cambiados sus nombres, sustituidos sus dirigentes. Sólo  Nazaret, entre las ciudades palestinas, fue respetada.

Los procedimientos, en muchos casos, para tal crueldad e inhumanidad, fueron parecidos a los empleados por los terroristas de Hamas en la espantosa, y siempre condenable, arremetida del pasado  sábado 7 de octubre contra Israel.

Baste decir que los palestinos, que en 1945 representaban el 87% de la población de Palestina,  eran tan sólo el 13% al final de la guerra.

Si esto no es un genocidio, se parece mucho. Los palestinos lo llaman Nakba  (catástrofe o desastre) y lo rememoran cada 15 de mayo. Pero casi siempre se olvida de recordar que más de 800.000 judíos fueron también desplazados de los países árabes circundantes donde vivían, lo que no fue en todos los casos un destino previsto y deseado.

Pensar que tal catástrofe se podía cerrar con el fin de las operaciones bélicas y con todas las buenas intenciones que ha despegado en la zona la Autoridad Internacional era pensar en lo excusado. La historia se ha ocupado en demostrarlo.

Lo ocurrido estos días es la última fase y, por última, mucho más atroz y condenable, de la guerra interminable.

Podrá haber, tras la nueva catástrofe, algunas posibilidades de alto el fuego, por aniquilación seguramente. Pero posibilidades de paz, ninguna. Mientras las circunstancias sean las mismas. Mientras no pasen muchas décadas. Mientras Israel viole, año tras año, las Convenciones de Ginebra. Mientras los Estados Árabes sean lo que son. Mientras Israel tenga la ayuda in-condicional de los Estados Unidos de América dentro y fuera de la Organización de las Naciones  Unidas…