A los ochocientos metros nos abre paso una buena pista que sigue varias direcciones, en un bosque prieto de encinas, carrascas y madroños, mientras vamos admirando en nuestra lenta andadura rosales silvestres en flor, aulagas moriscas, coronillas coronadas, espanta lobos, tréboles de prado, mostajos. correhuelas…, que crecen en los márgenes del camino.
Muy pronto pasamos bajo un enorme peñasco de caliza blanca que se asoma sobre nuestras cabezas. Allí arriba, una encina se contorsiona, agarradas sus raíces a la roca, a la que parece querer partir, amenazando seriamente a los viandantes En la primera curva, otra oportuna señal nos indica la buena dirección de la Peña de la Gallina. El nombre viene de una batalla legendaria en esta montaña, ¡donde uno de los bandos, agotadas o inutilizadas otras armas, tuvo que defenderse con huevos gallináceos!
Subimos entre carrascas y madroños hasta las mismísimas piedras calizas derrumbadas de la muralla del castro en la parte meridional del mismo, llamado Peña de la Gallina o Berrabia, de 785 metros de altura, correspondiente al Hierro Antiguo y Final, por la vajilla de toda clase encontrada, canas de piedra y molinos barquiformes, comunes a todos los castros de la zona, y también en este caso algunos botones de bronce. La muralla es una larga hilada de cantos calizos, colocados a hueso, derrumbados en toda su extensión, más allá de los cuales no podemos avanzar hasta el espolón rocoso.
Al otro lado de la carretera y del arroyo Berrabia, que baja de Lókiz, en una cima cien metros más baja, está el poblado prehistórico llamado El Muro, con doble espacio que el anterior, y que parece ser, al menos desde el Hierro Medio, una ampliación o relevo del mismo. Hace dos años llegamos hasta él partiendo de la ermita Santa María Beatasis, o de Santa María de Arriba, No cabe mucha duda de que que, tras la llegada de los romanos, los habitantes de estos castros montanos formaron en el llano la primera comuna de la que procede el municipio vecino de Zúñiga, que un día ya describió el viajero. Hoy he visto el pueblo más pintado y adornado que nunca, con el mismo bullicio de gente en torno a la cafetería ubicada dentro de la que fue escuela unitaria de niñas y niños, con encantadores dibujos también en su fachada.
Al volver por donde hemos venido, encontramos una familia que pasea por la carretera. Pegamos la hebra preguntándoles por nuestros castros, y no habíamos reparado que estábamos cerca de la ermita de San Miguel, que no conocíamos. No acompañan gentilmente hasta el montículo donde se halla, casi oculta por los árboles que la circundan. Era el templo del desolado de Iriberriguchía, despoblado en 1402 y, veinte años más tarde, término de Gastiain. Está abierta y entramos. Cerca está también la ermita de San Sebastián, famosa por las siete lápidas romanas empleadas en su construcción, hoy en el Museo de Navarra. Pero nos dicen los paisanos que está poco accesible y cerrada, y renunciamos.