Archivo de la categoría: Sin categoría

En Portugal (VII)

 

Océano Atlántico

 

El Océano Atlántico
de Enrique el Navegante
sigue nostálgico.

 

Y sueña Portugal
el sueño de su historia
universal.

 

Un cierzo fiero
bate las recias olas
sin miramientos.

 

No hay rari nantes.
El mar se va y se vuelve
amenazante.

 

Excelsitud.
Todo se estrena ahora:
mar, cielo y luz

En Portugal (V)

 

 

Pasan las nubes sobre Figueira da Fox 

 

Sobre las casas blancas,
sobre las dunas,
sobre la playa
y sobre el mar
pasan las nubes bajas
sin parar.

Pasan y pasan
como pájaros blancos
en desbandada
estival.

¿De dónde vienen?
¿A dónde van?

Vuelan las nubes
con alas invisibles
sin  detenerse
jamás.

Acaso vuelan
para decirnos
que los recuerdos,
que las bellezas,
que los amores,
que nuestras vidas
pasan y pasan,
vuelan y vuelan,
y…
no vuelven
más.

 

 

En Portugal (IV)

 

Fátima

 

Desde el santo lugar de la Cova de Iría
oigo rezar a Francisco, Jacinta y Lucía
la misma antigua invocación,
la misma sacra melodía:
¡Ave, María!

(La aparición-visión
no cambió la vieja teología)

En Portugal (III)

 

Ría da Aveiro

 

Pasamos por Aveiro:
Venecia portuguesa
con mar disperso.

 

Canales y lagunas,
huertas de aguas azules
con sal de espumas.

 

Costa nova do Prado
en la ría de Aveiro:
mar enjaulado.

 

Y mar abierto
más allá de las dunas
en crecimiento.

 

Grupos de jóvenes
entierran en las olas
sus aficiones.

 

Lechetreznas marinas,
espartos arenarios,
bordes barrillas

 

lentas se ensayan
en el suelo arenoso
de inmensas playas.

 

 

 

 

 

En Portugal (II)

 

El rey don Juan III de Portugal, que preside la plaza de la universidad de Coimbra

 

Soñó don Juan Tercero el largo sueño portugués:
ganar para su Imperio cristiano universal la India, la China y el imperio japonés.

 

Pero el jesuita Francisco de Javier, su embajador, fue mucho más allá de lo previsto:
soñó todo el Oriente y todo el mundo para el reino de Cristo.

En Portugal (I)

 

ÓBIDOS

 

En Óbidos

hay murallas, acueducto, iglesias numerosas

jardines, por doquier,

castillo con su foso.

Hay, además,

en tres calles largas y paralelas

todo

de todo Portugal.

Todo

lo necesario.

Todo

lo cotidiano.

Todo

lo nutritivo,

lo creativo

y

todo

lo decorativo.

Todo

lo

hermoso

del hermoso Portugal.

En Öbidos.

 

Hasta septiembre

 

 

                               Aunque todavía no haga mucho calor y aunque no estén tan cerca los Sanfermines -algunos de los motivos de la suspensión estival del cuaderno de bitácora-, las recientes elecciones municipales y autonómicas y la convocatoria de las próximas generales son razones más que suficientes.

No quiero ni repetirme ni empequeñecerme. Ya he escrito, estos últimos días, tal vez demasiado acerca de realidades y cuestiones políticas. La vida es mucho más rica y variada que todo eso. Y, sobre todo, aquí y ahora, no quiero, vencido por la presión de las circum-stancias, embarrarme en medio de esa moral cívica hegemónica, hoy a ras de suelo y a veces en el mismo subsuelo.

Sólo un recuerdo de aquel PSN-PSOE

 

                Cuando veo la zafiedad y petulancia con la que el secretario de organización del PSN-PSOE responde, a lo jayán, al partido mayoritario en Navarra, recuerdo los primeros resultados del partido socialista que fundamos en junio de 1982 en nuestra Comunidad Foral. Aquel partido, con voluntad mayoritaria, socialdemócrata y navarrista, alcanzó en varias legislaturas  el techo del 35% de los votos emitidos. Los casos de corrupción los hundieron hasta el suelo del 20%, y aún más bajo, del que no ha sabido salir. Tras 23 años de oposición por sus malas políticas, una nueva hornada de dirigentes, resignados más que militantes, encontró la posibilidad de tocar poder uniéndose con vínculo férreo a sus adversarios políticos. Un nuevo PSN-PSOE distinto sin duda de aquel, que con amplia base, y no solo suelo electoral, ganaba las elecciones.

Por el Valle de Lana (y II)

 

                          A los ochocientos metros  nos abre paso una buena pista que sigue varias direcciones, en un bosque prieto de encinas,  carrascas y madroños, mientras vamos admirando en nuestra lenta andadura rosales silvestres en flor, aulagas moriscas, coronillas coronadas, espanta lobos, tréboles de prado, mostajos. correhuelas…, que crecen en los márgenes del camino.

Muy pronto pasamos bajo un enorme peñasco de caliza blanca que se asoma sobre nuestras cabezas.  Allí arriba, una encina se contorsiona, agarradas sus raíces a la roca, a la que parece querer partir, amenazando seriamente a los viandantes En la primera curva, otra oportuna señal nos indica la buena dirección de la Peña de la Gallina. El nombre viene de  una batalla legendaria en esta montaña, ¡donde uno de los bandos, agotadas o inutilizadas otras armas, tuvo que defenderse con huevos gallináceos!

Subimos entre carrascas y madroños hasta las mismísimas piedras calizas derrumbadas de la muralla del castro en la parte meridional del mismo, llamado Peña de la Gallina o Berrabia, de 785 metros de altura, correspondiente al Hierro Antiguo y Final, por la vajilla de toda clase encontrada, canas de piedra y molinos barquiformes, comunes a todos los castros de la zona, y también en este caso algunos botones de bronce. La muralla es una larga hilada de cantos calizos, colocados a hueso, derrumbados en toda su extensión, más allá de los cuales no podemos avanzar hasta el espolón rocoso.

Al otro lado de la carretera y del arroyo Berrabia, que baja de Lókiz, en una cima cien metros más baja, está el poblado prehistórico llamado El Muro,  con doble espacio que el anterior, y que parece ser, al menos desde el Hierro Medio, una ampliación o relevo del mismo. Hace dos años llegamos hasta él partiendo de la ermita Santa María Beatasis, o de Santa María de Arriba, No cabe mucha duda de que que, tras la llegada de los romanos, los habitantes de estos castros montanos formaron en el llano la primera comuna de la que procede el municipio vecino de Zúñiga, que un día ya describió el viajero. Hoy he visto el pueblo más pintado y adornado que nunca, con el mismo bullicio de gente en torno a la cafetería ubicada dentro de la que fue escuela unitaria de niñas y niños, con  encantadores dibujos también en su fachada.

Al volver por donde hemos venido, encontramos una familia que pasea por la carretera. Pegamos la hebra preguntándoles por nuestros castros, y no habíamos reparado que estábamos cerca de la ermita de San Miguel, que no conocíamos. No acompañan gentilmente hasta el montículo donde se halla, casi oculta por los árboles que la circundan. Era el templo del desolado de Iriberriguchía, despoblado en 1402 y, veinte años más tarde, término de Gastiain. Está abierta y entramos. Cerca está también la ermita de San Sebastián, famosa por las siete lápidas romanas empleadas en su construcción, hoy en el Museo de Navarra. Pero nos dicen los paisanos que está poco accesible y cerrada, y renunciamos.