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C. A. Osasuna-Athletic C. de Bilbao

 

                    Buen partido ayer el de Osasuna-Athletic, tenso, duro, sucio a ratos, veloz siempre, alocado a veces, con varias tarjetas amarillas, sin florituras en el juego. El gol del marroquí Abde (¿Abderrmán?) cambió las cosas para los navarros, que resistieron  bien, y sobre todo la última acometida de los bilbaínos, que no se lucieron mucho ni demostraron superioridad histórica alguna en una de sus competiciones favoritas.

Ay, el fútbol. ¿Qué sería de nosotros sin el fútbol? El único acontecimiento que llena semanalmente los mayores espacios. El único que llena páginas enteras en los periódicos. El único, cuya trasmisión se recita con grandes gritos, exclamaciones y aspavientos. El único que, cada día,  proporciona conversaciones sin fin a toda clase de públicos. El único que hace de los entrenadores filósofos y de los jugadores héroes populares.

Pero sus efectos sociales balsámicos van mucho más lejos. Hace 87 años los futbolistas navarros y vascos se enfrentaban a tiros en los campos de batalla. ¿Quién se acordaba ayer de todo aquello? En la misma guerra, en los momentos mejores, jugaban unos y otros al fútbol. Así siguen ahora por fortuna. En los equipos no hay conservadores ni progresistas, ni nadie les pregunta a quién votan, si es que votan. En los equipos de fútbol juegan mocetones de color, y es la mejor manera de admitir y aceptar socialmente esa hasta hace poco anomalía, aunque los estadios de fútbol sean a la vez las mejores tribunas para que una minoría vomite su racismo, pero con inmediata repulsa y castigo social.

Y, en cuanto a política más concreta,  mientras el Athletic de Bilbao aspire con tal pasión a ganar la Copa del Rey (de España), no hay mucho que temer del Nuevo Estatuto confederal y autodeterminista, que se guarda el lehendakari en la faltriquera. Y lo mismo habría que decir del Barça en su entusiasmo por ganar la Liga (Española) y seguir jugando en ella, diga lo que diga Puigdemont.

¡Bendito fútbol, aquel balompié, todavía vigente en el Betis, derrotado también por Osasuna!

Corruptos y corruptores

 

                      El nuevo caso de corrupción en el PSOE, llamado Tito Perni o el mediador, arrecia  cada día en las Islas Canarias y en toda España, y promete dar nuevas alegrías de morbo a todos los medios informativos. Adviene en las antevísperas de las elecciones, cuando aún estamos ojipláticos con la petición del fiscal de 15 años de prisión para un ex ministro del PP, en el llamado caso Kitchen (años 2013-2014),  y cuando aún tenemos vivo el caso de los ERE en Andalucía,  mientras comparece ante el juez por otro caso de corrupción antigua, la dirigente de Junts per Cat, y ex presidente del Parlamento catalán, Laura Borràs.

Toda una nueva estampa, una más, de un país con corruptos y corruptores.

Pero lo que podía ser una ocasión de arrepentimiento y de renovación común, deviene  habitual negación de responsabilidad de los acusados, tibieza en sus partidos a la hora de hacer autocrítica y propósito de enmienda, y sobre todo esa manía de proyectar sobre el adversario político parte del mal o todo el mal propio, sin llegar nunca a un programa común de regeneración  moral y política. Seguimos sin aprender de tamaños escándalos, porque no hay verdadera asunción de responsabilidades, y solo se intenta responsabilizar al adversario-enemigo, en una España, donde parece que la única moral pública, cuando existe, es la del mero derecho penal.

«¡Dejen de asfixiar a África!»

 

             Como era de temer, y siendo África el sujeto, el viaje del papa Francisco a la República Democrática del Congo y a la República del Sudán del Sur, ha sido olvidado de nuevo  por los medios de comunicación españoles.

Era el tercer viaje de un  papa (Juan Pablo II, dos veces) a la primera de las Repúblicas, el llamado diafragma de África, con más de 100 millones de habitantes, uno de los países más ricos potencialmente del mundo y, al mismo tiempo, al decir del papa visitante, atormentado por la guerra y que sigue sufriendo, dentro de sus fronteras, conflictos y migraciones forzosas, y continúa padeciendo terribles formas de explotación.

En su primer discurso, en el jardín del palacio presidencial, ante el presidente de la República, autoridades y cuerpo diplomático, Francisco pronunció una de sus alocuciones más denunciadoras, más proféticas, a las que ya nos tiene acostumbrados en sus viajes apostólicos:

-Tras el colonialismo político,, se ha desatado un colonialismo económico igualmente esclavizador. Así, este país, abundantemente depredado, no es capaz de beneficiarse suficientemente de sus inmensos recursos: se ha llegado a la paradoja de que los frutos de su propia tierra sean extranjeros para sus habitantes.

El papa romano tocó muchos puntos concretos: el abandono de la  escuela por los niños, muchos de ellos explotados y muertos, sometidos a un trabajo esclavizador en las minas; el veneno de la avaricia, que ha ensangrentado sus diamantes; la obstinación por la propia etnia por intereses particulares, alimentando espirales de odio y violencia… 

Y queda para las antologías este desgarrador apóstrofe profético:

-¡No toquen a África. Dejen de asfixiarla, porque África no es una mina que explotar ni una guerra que saquear. Que África sea sea protagonista de su propio destino. Que el mundo recuerde los desastres cometidos a lo largo de los siglos en detrimento de las poblaciones locales y no se olvide de este país  y de este continente!

«El nuevo orden erótico»

 

                         Diego Fusaro (Turín, 1983), joven filósofo marxista hegeliano y crítico de la globalización liberal, acaba de publicar su último libro titulado El nuevo orden erótico. Elogio del amor y de la familia.

Para Fusaro, con cuyas opiniones sobre la política actual estoy muy en desacuerdo, el capitalismo -un cierto capitalismo, corrijo yo- es escándalo y locura, porque deforma al hombre, lo deshumaniza, lo embrutece y lo pervierte, convirtiéndolo en un extraño para sí mismo, para el mundo y para los otros hombres.

-El capitalismo odia a la familia igual que odia al Estado y todo lo que no es inmediatamente atribuible a la relación mercantil. (…) Odia a la familia porque solo quiere átomos de disfrute sin estabilidad ni planificación. Sade, como don Juan, son sus iconos histórico-literarios: El amor, en tiempos del capitalismo, se convierte en mero goce, amor líquido, precariedad sentimental. La libertad para el capitalismo es la ruptura de todos los límites éticos y de todas las vinculaciones sólidas, la transgresión permanente, la desregulación antropológica sentimental y afectiva, así como económica.

Y en otro momento: Lo importante es que no se creen vínculos firmes y solidarios, presentando la alternativa del desarraigo amoroso como una experiencia seductora y emancipadora. A estas personas, tristemente convertidas en `átomos posidentitarios, solteras en el sentido ontológico más profundo, el capitalismo les brinda luego el venenoso premio gordo de la ideología de género que -como todas las ideologías- niega su estatuto ideológico y se presenta a los ojos de sus ilusos adeptos como una forma natural de ver, entender y habitar a realidad.

El Dios de F. X. Nguyen van Thuan

 

           Nacido en Vietnam en 1928, François Xavier fue consagrado obispo de Nha Trang en 1967. Ocho años después, habiendo sido nombrado obispo coadjutor de Saigón, fue apresado por el nuevo régimen comunista, que acababa de llegar al poder. Estuvo trece años encarcelado, nueve en absoluto aislamiento. Fue liberado en 1988 y puesto en régimen de arresto domiciliario en Hanoi, sin permitirle volver a su diócesis. Dos años más tarde, se le permitió viajar a Roma, pero no volver a su país. En la capital de la cristiandad fue vicepresidente (1994) y luego presidente (1998) del Pontificio Consejo de Justicia y Paz hasta su muerte en 2002. Durante sus años de cautividad escribió para sus feligreses varios libros sobre la esperanza cristiana. Al final de su vida, el libro Cinco  panes y dos peces (1997) sobre sus recuerdos de la prisión.

-Ayer por la tarde fui detenido. Transportado durante la noche a Saigón hasta Nhatrang, a cuatro cientos kilómetros de distancia en medio de dos policías, he comenzado la experiencia de una vida de prisionero. Hay tantos sentimientos confusos en mi cabeza: tristeza. miedo, tensión; con el corazón desgarrado de haber sido alejado de mi pueblo (…). Pero en este mar de extrema amargura, me siento más libre que nunca (…). De camino a la cautividad he orado: Tú eres mi Dios y mi todo (…). En la oscuridad de la noche, en medio de ese océano de ansiedad, de pesadilla, poco a poco me despierto: Debo afrontar la realidad. Estoy en la cárcel. Si espero el momento de hacer algo verdaderamente grande, ¿cuántas veces se me presentarán ocasiones semejantes? No, aprovecho las ocasiones que se me presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria.. No esperaré. Vivo el momento presente colmándolo de amor. La línea recta está formada por millones de puntitos unidos entre sí. También mi vida está integrada por millones de segundos y de minutos unidos entre sí. Dispongo perfectamente cada punto y mi vida será recta. Veo con perfección cada minuto y mi vida será santa.

-Meses más tarde, cuando me metieron en el fondo del barco Hai-Pong con otros mil quinientos prisioneros para transportarnos al norte, viendo la desesperación, el odio, el deseo de venganza en las caras de los detenidos, compartí su sufrimiento, pero rápidamente me llamó de nuevo esa Voz: Escoge a Dios y no las obras de Dios. Y yo me decía:  En verdad, Señor, aquí está mi catedral, aquí está el pueblo de Dios que me has confiado para que lo cuide. Debo asegurar tu presencia en medio de estos hermanos desesperados. Esta es tu voluntad, y, por tanto, esta es mi elección.

-¿Cómo llegar a esta intensidad de amor en el momento presente? Pienso que debo vivir cada día, cada minuto, como si fuera el último de mi vida. Debo dejar todo lo accesorio y concentrarme solo en lo esencial. Cada palabra, cada gesto, cada llamada de teléfono, cada decisión es la cosa más bella de mi vida.

«Los teólogos ya no van a la hoguera»

 

           Este título encabeza uno de los últimos números de una revista tan seria como VN. Lo que quiere decir que, corridos los velos del luto pontificio, volvemos a la vida normal, donde se cuentan las cosas tales como sucedieron.

La buena noticia es que en esta última década no ha ha habido amonestación pública alguna a teólogos y moralistas católicos por parte del nuevo Dicasterio (antigua Congregación, que dejó de ser sagrada ya con Juan Pablo II) de la Doctrina de la Fe. En el severo y hermoso Palazzo del Santo Uffizio priva ahora el diálogo con los investigadores y profesores por encima de la amonestación, la convocatoria disciplinar y los castigos varios, y se prefiere que las Iglesias locales no eleven las discrepancias a conflictos de alcance global.

En marzo de 2017 ocurrió la última amonestación a la religiosa norteamericana A. Farley, de las HH de la Misericordia por su libro sobre cuestiones de moral sexual, aunque no se le impusieran sanciones. Pero a ello siguió la polémica y desgraciada intervención del Vaticano de la Conferencia de Superioras Mayores de Estados Unidos de América, conflicto estruendoso entre los obispos católicos y las superioras religiosas, que acabó en tablas en 1915, ya en tiempos del papa  Francisco, y con muchas deserciones en los conventos.

Fue Juan Pablo II quien comenzó en abril de 1979l as amonestaciones oficiales,  teniendo como prefecto de la entonces Congregación al cardenal croata F. Seper. La primera víctima fue el dominico francés J. Pohier, al que siguieron el teólogo moralista norteamericano A. Kosnik; el sacerdote suizo Hans Küng (con remoción de su cátedra); el dominico belga E. Schillebeechk. El 25 de noviembre de 1981 el teólogo alemán del Concilio, J. Ratzinger sustituyó a Seper en la Congregación. Ante ella fue convocado de nuevo el teólogo belga; el franciscano L. Boff (con remoción de cátedra  y prohibición de predicar y publicar libros) y, el caso más escandaloso de todos, el eminente moralista redentorista holandés, Bernard Häring, icono del Alphonsianum de Roma, varias veces llamado a capítulo, que escribió primero un artículo resonante y luego un libro contra tales prácticas inquisitoriales, y llegó a afirmar que prefería encontrarse ante un tribunal de Hitler que presentarse otra vez ante el Santo Oficio. El mismo moralista acompañó ante el tribunal romano a otro colega en la misma Academia Alfonsiana, el teólogo norteamericano Ch. Curran, que fue separado de la misma. A este siguió de nuevo el dominico belga -una de las cimas de la  teología europea-; los teólogos oblatos A. Guindon, norteamericano, y T. Balasuriya, sacerdote de Sri Lanka (directamente excomulgado en 1997, aunque reconciliado un año más tarde); la obra del fallecido jesuita A. de Melo; la religiosa norteamericana J. Gramik y el salvatoriano R. Nugent (a quien se le prohibió cualquier cargo y ejercicio pastoral); el austríaco R. Messner; el jesuita francés J. Depuis; el redentorista español, discípulo de Häring y  profesor como él en Roma, M. Vidal, y el jesuita norteamericano R. Haight (con remoción de cátedra). Seguramente  me dejo algunos más.

Ya como papa Benedicto XVI, y con el prefecto americano W. Levada en la Congregación, la amonestación cayó sobre el célebre teólogo español-salvadoreño J. Sobrino en 2006, con la prohibición de enseñar y de publicar, pero el intrépido jesuita, avezado a mayores peligros, no hizo caso alguno de la sanción.

De entre los españoles en España, y dejando algunas amonestaciones más suaves hechas por la Comisión teológica de la Conferencia Episcopal Española, a teólogos, conocidos como el gallego Torres Queiruga y el vasco José Antonio Pagola, es lamentable el caso de los profesores jesuitas de la Facultad de Granada,  J. M. Castillo y J. A. Estada, destituidos en 1988  de sus cátedras por la presión de la Congregación de Roma y  de la CEE., sin capacidad alguna de defenderse.

A este triste período de la Iglesia, glorioso en otros aspectos, el príncipe de la teología católica del siglo XX, el jesuita alemán Karl Rahner, por algo  lo llamó el invierno de la Iglesia.

 

El desvergonzado Lope de Vega

 

            Estoy terminando la lectura y estudio de las Cartas (1604-1633) de Lope de Vega a su protector y amigo duque de Sessa, de las que hablé en su día. Además de escribirle las cartas para las sucesivas amantes del duque, compartía con él enredos amorosos y groserías eróticas, amén de diatribas contra los frailes de su tiempo. Así, por ejemplo, en su carta nº 229, de octubre de 1617:

Bueno se anda vuestra excelencia de paternidad en paternidad, duque mi señor. Los frailes son los más discretos  hombres del mundo. No van a la guerra, ni pagan millones. Gozan lo mejor y danles dineros, porque dicen las mujeres que los ponen debajo. Debe de ser más firme el eje, que hay mujer que tiene las nalgas como ruedas de torno, por quien decía Cicerón: «ábreme, que me torno». No sé a cuántos capítulos don Quevedo lo dijo mejor en una sátira:

Las, Dios nos libre, faldas levantadas

¿Qué le parece a vuestra excelencia del paréntesis? A la fe, señor, ellos hacen hijos y otros los crían.

 Y no continúo con lo que sigue para no manchar estas páginas.

Cuando esto escribía, enviudado dos veces, tras tener varios hijos legítimo  y de varias mujeres fuera del matrimonio, uno de ellos fraile franciscano, se había ordenado de clérigo en 1614, pronto oficial del Santo Oficio, y enredado después con la Loca (la actriz Lucía de Salcedo) y había tenido una nueva hija con la casada Marta de Nevares, cuyo marido le perseguía y estuvo una noche a punto de matarle.

¡Y aún tenía rostro para hablar mal de los frailes!

Los tres castros de Peralta (y III)

 

               Subimos, lo más despacio que podemos, pasando cerca de las calles CantarranasVerdura y San Juan, por una pendiente donde se tiraron casas o casuchas, se rehicieron nuevas, se rehabilitaron las cuevas ancestrales, se abrieron senderos y rampas, se pintarrajeó todo de cal y algunos colores, entre pitas y copiosos cactus como vegetación principal.

Contemplamos la torre barroca campanar exenta, símbolo de la villa, único resto de la iglesia parroquial, gótico renacentista, de San Juan Evangelista, de fines del XVI, toda de ladrillo rojizo sobre basa de piedra; de una nave, capillas laterales y cabecera poligonal. Airosa y elegante, la torre está compuesta de cuerpos prismáticos decrecientes y otro octogonal de remate, con pilastras cajeadas y labores geométricos, con varios vanos que alojan las campanas, coronado todo por pequeños pilares con bolas. No lejos de ella se levantó, con el mismo título, entre 1826 y 1833, la iglesia parroquial actual, neoclásica, impresionante por su magnitud y por la riqueza de sus retablos. Solo hace unos años se erigieron las dos torres laterales, de estilo herreriano.

Llegados a la altura de la torre campanar, descansamos un poco en uno de los bancos  acogedores, de madera, que se reparten por todo el circuito. Buenas visión sobre el poblado actual y sus polígonos industriales, entre el río, desviado de su antiguo cauce, y los últimos montes de Peralta, y sobre toda la Ribera Media. Seguimos rodeados de cactus hasta llegar a unas sencillas escaleras de tierra y madera, que nos llevan a la torre fusilera, erigida sobre una  de las viejas torres de la Atalaya.

En este promontorio, entre 355 y 377 metros, parque natural hoy, ocupado todo él por  pinos alepos y sisallos autóctonos, estuvo el castro celtíbero y después la ciudadela medieval. Armendáriz halló aquí cerámicas celtíberas y manufacturadas. El viejo poblado debió de extinguirse a finales de la Edad de Hierro.

El año 924, el ejército de Abderramán III llegó a la fortaleza de Bitra Alta, Petra Alta, en tierras cristianas, y se llevó, como cuentan las crónicas  árabes, el primer botín con que Dios los gratificó en el curso de esa campaña. La ciudadela medieval llegó a medir 4 hectáreas, y todavía son visibles hoy la puerta de acceso o puerta falsa, la rampa de entrada, el aljibe (Pozo de los moros), la muralla de tapial hecho de piedras de yeso y argamasa. el foso septentrional y el llamado Portil del lobo, poterna o puerta secundaria y arqueada en el extremo norte. La población medieval estaría en derredor de las actuales ruinas de la iglesia de Santa Lucía, del siglo XVIII, dos muros endebles aún en pie, sostenidos por cinturones de hierro.

Rodeamos todo el ámbito de la antigua ciudadela y bajamos esta vez, con un rodeo más cómodo, sobre las hondas quebradas yesosas del flanco occidental. A estas horas refulge cegadoramente el penúltimo sol sobre los techos metálicos de fábricas, naves y almacenes, mientras el Arga discurre sereno hacia los dominios no  menos accidentados de Funes, camino del Aragón y del  Ebro. Más oscuros, se adivinan en el ancho regadío peraltés los cardos  y los pimientos cucones, que tienen también sus días festivos en el calendario festival de Peralta.

Los tres castros de Peralta (II)

 

        Al Este del término municipal de Peralta dominan los aluviones fluviales, y al Oeste los yesos. De Norte a Sur se distinguen tres pliegues: el anticlinal de Falces, el sinclinal de Peralta y el anticlinal de Andosilla, con una serie de crestas en dirección NO-SE, separadas por valles excavados en las margas yesíferas: Alto de Carricas, Barranco de Vallacuera, Sierra de Peralta, Caluengo  (466 m.), Olivos, Los Prados, Dehesa y Montecillo.

Petralta (Piedra Alta) en los textos de los siglos XI y XII, fue reducto avanzado desde el siglo X en la naciente monarquía pamplonesa. Fue después tenencia del Reino bien documentada en los siglos siguientes. La fortificación, con nombre árabe de La Atalaya, significa torre, altura o posición eminente y fue realidad desde el siglo X. La torre principal estaba en ruinas en el año 1400, pero el resto del fortín seguía en pie. Fue derruido parcialmente por orden del cardenal Cisneros, junto con otros de Navarra, en 1516.

Pasamos el puente de origen gótico, muy reformado en el siglo XVII y en el XX, y recalamos en El Sotillo, junto al río Arga, que llega escaso, dejando toda la cascajera al aire. Seguimos avanzando por el camino fluvial que lleva hasta Falces, pero nosotros bordeamos por arriba la Canal de Vallacuera hasta llegar al raso, desde donde divisamos las huertas solares de Falces y desde donde podemos contemplar a placer la espectacular Sierra de Peralta (popularmente, los Montes de Peralta), que llega hasta Miranda, formación de arcillas y yesos alternantes desde el Oligoceno-Mioceno, en forma de puntas de diamante o diminutas pirámides, todas plantadas, como en todo el contorno, de pequeños pinos alepos, resistentes en la peores condiciones de terreno.

Nos acercamos luego a lo que queda del castro llamado Vallacuera, con orígenes en el Bronce Final, a una altura de 321 metros, de apenas 1.500 metros cuadrados de superficie, en gran parte vaciado por el río. En él se encontraron cerámicas manufacturadas y un molino de mano; abandonado probablemente en el Hierro Medio, fue aprovechado de nuevo en época bajo imperial, para terminar del todo en el siglo V.

Tomamos el desayuno sobre la hierba en un extremo de El Sotillo, junto al río. En una de las antiguas cuevas, bajo los acantilados de yeso, con sus variadas figuras geométricas, producto de la erosión, han puesto una perrera, donde un perro inoportuno no deja de importunarnos durante un buen rato, pero luego nos deja dormir. En los años Treinta del pasado siglo, el 20% de la población peraltesa vivía en cuevas.

Encima de nosotros tenemos la torre fusilera, del tiempo de las guerras carlistas, hecha de muros de yeso con aspilleras en los lados, quizás sobre sobre el lugar de unas de las torres de la Atalaya. Y hasta allá que nos vamos.