Contemplación del sol naciente

 


                                0cho de la mañana. Un cielo opalino, abierto sobre el cuadrante oriental, cuelga sobre el azul prusia del mar, visto desde la Costa Brava, este día de gracia del Señor, 6 de enero de 2025.

Unas gruesas nubes horizontales, color petróleo, manchan el color ópalo dominante, y, debajo de ellas, toda la franja inferior, entre las nubes y la frontera pacífica del mar, se arrebola gozosamente, y, poco a poco se deshila en efímeros matices amarillos pastel, limón, maíz, narciso…, que se tornan por segundos en naranja, azafrán, oro viejo, y en rojo fuego, que parece llamear sobre las ramas más altas de un pino carrasco, que sobresale de entre el rodal de pinos piñoneros, que adornan la urbanización.

Aparece de pronto el casquete rusiente del sol. Color fragua, color hoguera, que pugna por liberarse del límite del mar y saltar al espacio superior: dios arcaico, ojo estremecedor, disco vengativo, moneda única en el espacio, círculo modélico… Y, casi sin tiempo, va palideciendo hasta devenir blanco purísimo: hostia perfecta, luna llena del amanecer, amable, unos  momentos, a los ojos del contemplador.

Unas gaviotas vuelan lentas de sur a norte. Y dos aviones trasatlánticos que van del norte de Europa al hondo sur dejan una estela de plata irisada sobre el cielo, que es ya azul cielo, y sobre el mar, que ya es azul profundo.

 

Orto del sol. A Dios y a Cristo se les compararon durante siglos con el sol naciente, con el sol que asoma, baja, viene de lo alto. 
¿Qué más bello y más universal símbolo para la Epifanía de Jesús, Sol de Justicia y de Paz, mucho más alto que el sol imperial y victorioso de Roma?