Todos los15 de agosto, fiesta de la Asunción de María en cuepo y alma a los cielos, me gusta visitar un santuario alto para estar a tono con la fiesta. Este año, elijo para esta día la visita anual al santuario de San Miguel de Aralar, sustituto probablemente del de Mercurio, levantado aqui o cerca de aqui. Las nubes bajas, que exsudan algnas gotas, añaden un nuevo elemento al simbolismo. Hay bastante gente, mucho más que un día cualquiera, dentro y fuera del templo, en el refugio interior, en el bar y en el comedor. Sobre todo familias con niños.
Después de una saludable siesta en la explanada contigua a la Casa del Guarda, nos adentramos en el bosque buscando no fresas… sino dólmenes. Desde que veníamos de seminaristas al campamento de fin de semana, y después a cursillos y encuentros de vario orden en la vieja hospedería, en tiempo de aquel capellán extraordinario, que estuvo 56 años en Aralar, don Inocencio Ayerbe, me eran familiares los dólmenes. Pero sin orden ni concierto: mañana uno; pasado mañana, otro. Y sabiendo entonces mucho menos de lo que ahora sé. Así que esta vez vamos con un poco de método, siguiendo al amigo y maestro Julio Asunción, si es que nos dejan estas nubes, ahora un poco más altas, pero cada rato más espesas.
Siguiendo la pista principal, nos desviamos pronto y vamos por la pequeña vaguada, paralela a la pista. Remontamos un pequeño terraplén, que en las cercanías de un castro pareciera una obra defensiva antrópica y, a unos pocos metros, encontramos el dolmen llamado Aubia-2. Estamos a 1.068 metros de altitud, la más alta de esta tarde. Los megalitos están separados por el tronco de un haya que crece dentro de la cámara. La losa superior yace caída en el suelo junto a uno de los ortostatos. Y todo sobre un disminuido pero aún bien visible túmulo de tierra y piedras. Está al borde de un raso inclinado hacia el sur, desde donde divisamos la sierra de San Donato y el flanco norte de la de Urbasa. Solo algunos espinos, retorcidos de años, pueblan la pradera. Vueltos hacia la pista, damos pronto con el dolmen Aubia-1, en el que quedan dos megalitos de la cámara caídos de lado, formando una especie de triángulo agudo sobre el suelo, a los pies de un haya añosa, cubierta de musgo, que cubre también piedras del monumento sepulcral.
Seguimos por la misma pista poco más de medio centenar de metros, superamos un paso con alambrada; avanzamos, siempre guiados por el GPS, por un sendero que asciende a un loma y llegamos al dolmen Irutzulo txikita (algo así como tres pequeños agujeros), donde lo más visible es el túmulo, en el que quedan apenas los cantos calizos, entre los que crece la hierba, y en un un extremo del mismo dos grandes piedras caídas de la cámara. Poco después, a 200 m. al oeste, nos damos de bruces, en medio del hayedal, como el anterior, con otro túmulo mucho mayor (3 m.), bien visible desde la distancia, el Solitxiki, uno de los más grandes de Navarra, que me recuerda los dólmenes de las Limitaciones y de Urbasa. La gran losa superior se mantiene enhiesta aplastando uno de los ortostatos.
Todos ellos datan, según las placas de cobre fijadas sobre piedras de la Sociedad de Ciencias Naturales Gorosti, desde el 2000 al 900, entre el Eneolítico (Calcolítico o Edad de Cobre) y la Edad del Bronce. O tal vez algo más antiguos.
Caen algunas gotas y la tarde casi desaparece. Me recuerda algunas de las tardes pasadas, un 15 de agosto, en Roncesvalles, cuando, a la hora de comer o poco más tarde, nos bajaba la niebla mas rápida que un ángel del cielo y nos hacía levantar donde quiera que estuviéramos. Hoy hemos tenido más suerte.