De Gorbatón al monte Alburuz, en Puente la Reina (I)

 

El sábado  25 de marzo sale primaveral como la fiesta litúrgica, anunciador de sol suave y viento tibio, avisador de felicidad.

Tomamos desde la carretera de Puente a Mendigorría el camino hacia Campollano. Y vamos directamente hacia las peñas de Aitzpea sobre el río Arga. Los libros hablan del Rincón de Aitzpea, donde el río hace uno de sus meandros. Por uno de los muchos caminos, surcados por los viejos canales de riego, andan dos grupos familiares festivos. Seguimos un poco más adelante y nos paramos un rato a almorzar en el pasillo entre dos hiladas de fincas. Delante tenemos las peñas de Mañeru («la peña de debajo de la peña», en la locución habitual),  el lugar clásico donde, en aquellos tiempos iban los mozos a nadar, los pescadores a mano y red a pescar el barbo y la madrilla, y las mujeres y chicos, en los peores veranos de sequía, a lavar la ropa casera. ¡Cómo pesaba aquella ropa al volver por la cuesta de Bargota! Las nuevas choperas recorren las orillas del cauce, junto a los viejos ejemplares. Los cortados sobre el río que en el pueblo llamábamos reventones –nombre que después dio nombre a una cuadrilla de mozos-están ahora totalmente cubierto de pinos. Revolotea un buitre sobre las peñas. Nunca había visto buitres en Aitzpea.

También la espalda del peñascal está  arropada por los pinares, y lo mismo todo el vallecico de Bargota, donde teníamos las viñas de garnacha mi madre, el tío Ricardo, Vitorino, los de Lambea… Por la parte alta cruza el Camino de Santiago, donde, hace un año, festejamos con unos paneles la continuidad de las actuales excavaciones del importante Monasterio de Bargota – Hospital de San Juan de Jerusalén ( s. XII-XVI), dueños del primer Mañeru. Todavía recuerdo el montón de ruinas blanquigrises que se veían en el lugar, de donde fueron desapareciendo en las últimas décadas muchas de sus piedras.

Estamos rodeados de las infinitas flores amarillas de la primera primavera: dientes de león, cerrajas, orejas de ratón, achicorias silvestres… Todas ellas de la familia de las asteráceas, y  por eso tan parecidas, además de las primeras caléndulas y los primeros jaramagos o mostazas blancas o amarillas, que en nuestros pueblos conservan todavía el nombre vasco de ziapes. Pero no encontramos los adonis vernales, los astrágalos, los pequeños narcisos o farolitos, salsetas de pastor y crujideras, que vimos anteayer con profusión en la sierra de Tajonar.

Qué pena da Campollano actual, comparado con aquel que veíamos, el siglo pasado, todo lleno de toda clase de hortalizas y árboles frutales. Hoy son los terrenos baldíos y las casetas y huertas abandonadas, y la mayoría de las antiguas huertas son campos de cereal. De vez en cuando algún cerezo y algún peral o melocotonero, unas hileras de cardos, cebollas y cebollinos. Hay excepciones, sí, con casetas y huertas ejemplares, bien cercadas, y con gente dentro. No lejos de nosotros, un cerezo cortado y tendido en tierra está lleno de flores, y en una   cuneta, en la orilla de un sembrado de trigo. florece una borraja aislada.

Está claro que por aquí no está el castro de la Edad de Hierro Antiguo que buscamos. Preguntamos a un paisano por el término de Gorbatón (¿de la raíz vasca «gor», altura?), y nos orienta bien. Ahí está,  al final de la llanada aluvial, no lejos de la carretera de Mendigorría, a 500 metros del Arga. Un cerro testigo triangular, hoy ocupado por un amplio campo de cereal y un olivar inmenso, con una larga fila de jóvenes ailantos (árbol de los cielos y falso zumaque) en el borde del escarpe.

Subimos a una altura de 345-363. La extensión posible del poblado es  de unos 13.000 metros cuadrados. Posiblemente cercó el perímetro una muralla defensiva, aunque en el flanco noroeste la pendiente era su mejor defensa. Más necesaria sería su defensa en el flanco opuesto, pero el laboreo secular del terreno y la reciente concentración parcelaria habrán acabado con cualquier residuo y todo tipo de estratigrafía.

Javier Armendáriz, hijo de Puente la Reina, encontró por estos andurriales cerámicas manufacturadas y molinos de mano de piedra en forma de barco.

Desde aquí vemos, por encima de Aitzpea, masas blanquigrises de yeso amontonadas en la famosa fábrica de mi pueblo.