Desde Gorbatón, después de una siesta apacible, llegamos al castro de Murugarren (la muralla de abajo), mucho más fácil de encontrar. A 90 metros al sur del río Robo, que corre aquí con prisas por desembocar en el Arga, tiene una altura de 375-387 metros y una superficie de 8.500 metros cuadrados.
El poblado medieval, documentado en 1049, aprovechó las someras estructuras del poblado del Hierro Antiguo-Final, del que el arqueólogo local halló algunas cerámicas manufacturadas y celtíberas. Seguramente que desde aquí bajaron sus pobladores al primitivo barrio de San Pedro (1122), a orillas del río grande. Hasta 1765 se conservó la ermita de Nuestra Señora, la iglesita primitiva. En siglo XIX se levantó, aprovechando a la vez los materiales anteriores, el Fuerte militar llamado El Reducto y El Reducto de Mendigorría, tal vez porque hacía frente a la dirección del pueblo vecino. El año 2000, se levantó, a unos metros del Fuerte una antena de telefonía y televisión, después de haber impedido que se plantara dentro del mismo.
El Fuerte, todo un complejo de parapetos en torno a un eje central, se conserva bien, y un panel cercano explica lacónicamente su historia, sin olvidar los usos anteriores del cerro. Las flores primaverales también han llegado hasta aquí: los nazarenos, que en mi pueblo los llamábamos uvicas del Señor; las margaritas, las jaras blancas; los dientes de león, los jaramagos, las salvias azules, las orquídeas abejas negras, las fumarias… El flanco septentrional y oriental, sobre el cauce del Robo, está densamente ocupado por pinos, olivos y almendros.
El cerro, como casi todas las cimas de los castros, es un buen observatorio de muchos kilómetros a la redonda. En la parte oriental del mismo se abrió el camposanto, tan querido para mí, y , casi a los pies, todo un barrio nuevo, y junto a él el Club Deportivo, con el campo de fútbol y las piscinas. Nos cierra el horizonte el Fuerte y ermita de San Guillermo, ya en Obanos; el monte Alburuz, con el invisible Fuerte Infanta Isabel a su espalda, salpicado de pinos quemados, y un montecillo menor en la misma línea montañosa.
La estampa de la villa, al sol de la tarde, es primorosa. Puente la Reina es uno de los pocos lugares, donde las traseras del caserío viejo de San Pedro y del nuevo de Santiago se asoman a un paseo airoso, recto y solemne, custodiado por la robusta guardia de los plátanos viales.
De poniente a levante, contemplamos el lugar del Fuerte de San Gregorio; el convento de las Comendadoras; la veterana iglesia de San Pedro; el monte de Santa Bárbara de Mañeru, que guarda otro Fuerte similar al que pisamos, pero mucho más descuidado; el lugar del Fuerte de los Topos ( el Real); el puente románico, emblema de la villa; la iglesia gótica de Santiago con su torre barroca y lanzal; Artazu, sus casas derramadas y su ermita de La Cruz, mirador de Valdemañeru; el río Arga, que viene escarmentado de Pamplona; Argiñariz, alto y oliendo a pan; el monte Villanueva o Esparaz (1019 m.); el palacio y el silo de Sarria, con su ermita de San Marcial entre pinos y olivos; el lugar del Fuerte de Zabalzagain, con el nuevo barrio donde las calles llevan nombres de árboles; la iglesia románica del Crucifijo, de fundación Templaria, y el caserón-convento, de cuatro crujías, de los Trinitarios, después de los Sanjuanistas y ahora convento-colegio de los PP. Reparadores, que fue durante las guerras carlistas cuartel militar, debajo del Fuerte de Murugarren; el lejano desolado de Villanueva; las Peñas calizas de Etxauri (1138 m.), el Alto de Ecoyen (922 m.), y la única ermita puentesina, del siglo XI, de San Martin de Gomacin, bien renovada y caleada.