No sabemos qué hora es ni falta que nos hace. Hoy nos toca en vez de un déjeneur sur l´herbe, un déjeuner sur pierre. Con el telón de fondo de la sierra de Ujué, y a nuestros pies, la laguna apretada por el carrizal, nos tomamos el condumio sabatino o viático primaveral sobre la mesa de piedra de la atalaya. Cantan los picatroncos y las currucas. No pasan aviones. Solo una vez oímos el ruido de un coche pequeño que pasa cerca. Evocamos con nostalgia las veces que hemos estado aqui con la romería de la Sin Pecado, organizada por la Casa de Andalucía de Pamplona, hoy inexistente, cuando Rada se convertía en un lejano Almonte, y los caminos y los pinares y la laguna se contagiaban con el hechizo de lo sobrenatural/intranatural y todos volvíamos de aquí con más luz, más alegría y más gracia, aunque solo fuera la andaluza. Tras el almuerzo, la siesta insustituible, esta vez bajo la sombra del pino más cercano, junto a unas matas de romero, detiene todos los relojes que pueda haber en los aledaños y con ellos el tiempo-espacio.
Oímos al despertar unos tuenos lejanos y comenzamos a sentir el airecillo frío, heraldo de la lluvia. ¿Nos vamos a tomer el café al bar-restaurante de la plaza de Rada o al bar-restaurante del Ferial? Elegimos el embalse de El Ferial, que estos días está lleno, aunque nos tememos que el bar no esté tanto, si es que está. Y así es: el embalse parece un lago, las caravanas han aparcado cerca, una familia pasea por el puente de la presa, pero el café hay que tomarlo en otra parte. Comienza a llover levemente. Volvemos entre campos irrigados de cereal, de maíz y de tomate. Las alondras y las cogujadas nos preceden en el camino y alzan siempre a tiempo el vuelo celeste. La patrulla de los molinos de viento bracea bravamente con las acomtetidas del cierzo lluvioso; solo uno de ellos se ha rendido y está de brazos caídos. Durante un breve rato se nos echa el pedrisco y nos paramos.
Tomamos el café juto al puente nuevo de Caparroso, que ha venido a ser el centro del pueblo en días festivos, por el número de bares y por el número de jóvenes. El dueño del bar, mascarilla interpuesta, no se queja. Limpia las mesas vacías y cuida la distancias. Hablamos del paro en la villa. Y acepta la tarjeta de crédito. Entre una bar y otro bar, hay extendidos unos rodales de romero y de lavanda. Agradecemos el detalle, y, como la lluvia se ha adelgazado mucho, recorremos el paseo entre los dos puentes, junto a uno de los muchos sotos de que goza Caparroso. Fresnos y álamos sobre todo, con toda la variedad de vegetación de junio en torno al río Aragón, que viene copioso y limpio a los dos lados de la isleta que divide ls aguas. En el primer tramo de la ribera hay unas higueras no muy antiguas y han plantado algunos arbolitos, incluso exóticos, que nos llaman la atención. Bajo el único ojo del puente viejo que queda en el flanco del pueblo, cuyas altas piedras dan mucho respeto, hay varios rocódromos de colores, y alguna pintada de mal gusto, pero nadie a esta hora se anima a darnos un espectáculo tan poco fluvial. Unos recios cables eléctricos, no bien forrados del todo, atraviesan por la mitad la bóveda del puente, entre algunas presas de recódromo y entre placas con calaveras, que anuncian peligro de muerte. No parece que una u otra cosa esté en su sitio.
Al salir del pueblo, vemos que también aqui se han inundado algunas cuadrículas de terreno para el cultivo del arroz. La ermita de la Virgen del Soto, a pesar de la supresión forzada de la romería, sigue estando tan arropada por la primavera como la última vez