De Puno a El Cerráo (Entre Ezperun y Zabalegui)

 

                Tras unos días mustios y de livianas lluvias, ha vuelto el sol pleno de marzo, acompañado de un cierzo moderado, que hace la mañana muy preprimaveral. La noche pasada, se blanquearon de nieve las crestas de Ízaga y de la Higa. Al final de la mañana vuelven a sus colores habituales.

Pasamos muy cerca de Guerendiáin, en las faldas de la sierra de Alaiz, ese pueblecito-jardín, de donde partimos hacia la cueva de Diablozulo, y la encontramos temporalmente cerrada. El viejo asentamiento de Puno (del latín podium: puyo, pueyo), en un cerro testigo de 100 metros de altura,  es fácil de ver, entre las regatas Xubiko y Talluntxe, en medio de campos horizontales de cereal y sobre el Canal de Navarra, que discurre bajo su flanco norte. Bien visible desde el castro de Tiebas. Se parece más a una pirámide que a un cono invertido. Excepto su casquete, lleco, todo él está cultivado. Menos mal  que los herbales todavía están tiernos y se levantan pronto cuando se pisan. Lo estudió Amparo Castiella en 1999 y encontró cerámicas varias a lo ancho y largo de toda la Edad del Hierro y algunos molinos de mano. Hoy el antiguo poblado es irreconocible y su conservación es casi nula debido al laboreo continuo de toda su superrficie de 17.500 metros cuadrados. Si no fuera por los restos encontrados, dudaríamos de su existencia. Claro que entonces la cima del cerro estaría más amesetada. Desde el oeste y el norte pueden vislumbrarse y adivinarse al mismo tiempo los tres fosos del castro, el último de lo cuales sostiene las grandes obras de cimentación y contención del terreno para la construcción del Canal de Navarra.

El antiguo indicador del concejo de Ezperun nos lleva ahora a una valla que no se puede pasar. Vemos la torrecita de la iglesia medieval, agrandada en el XVI, dedicada a la Purísima Concepción de Santa María, restaurada hace pocos años, según acabo de leer. Y, tras un rodeo, el palacio de cabo de armería, en manos durante siglos de los Santamaría. Lo que se ve bien es el conjunto de granjas. Hoy el despoblado es propiedad de la familia Elizari Redín.

Por debajo del puente del canal, seguimos hacia Torres de Elorz, aquel pueblo rural y tradicional, que nos describió su párroco, el historiador don Javier Larráyoz Zarranz, hermano de nuestro don Martín,  está ahora muy renovado, y con villas ajardinadas, a la vera del río Elorz, separado por la carretera de su poderoso polígono industrial. Subimos  por un carretil a la meseta del Valle, la más rica en cereal de Navarra, junto con la explanada aluvial inferior, que ve pasar tanto al río como al canal, entre Guerendiain y Yárnoz, ya que todo es el Valle de Elorz. En un cabo de la mesetilla está el concejo de Zabalegui, pueblo de apenas 2 km cuadrados de superficie y una cuarentena de  habitantes, donde el caserío rodea un parque central, con olivos rodeados a su vez por unos círculos de narcisos y jacintos, que es cosa de ver. En los extremos oriental y occidental  hay  unas villas ajardinadas y cercadas, las de Levante más recientes que las otras. A su iglesia, también medieval y ampliada en el XVI, peregrinan el segundo día de Pentecostés, los pueblos del Valle, con las cruces parroquiales alzadas y el bandeo de todas las campanas.

Avanzamos por una senda, entre herbales rozagantes, hasta la mitad de la meseta, donde almorzamos, como siempre, al aire cierzo y al sol recconfortante de mediodía, frente a la Higa, y, más cerca, frente a la sierra de Alaiz y los cuatro pueblecitos somontanos de Yárnoz, Otano, Ezperun y Guerendiain, nidos blancuzcos de seres humanos, apiñado cada uno bajo el verde montano  de las hondas quebradas, prietas de vegetación y de leyendas. A nuestra espalda, lucen su caserío compacto, recrecido y embellecido, los concejos más poblados de Zulueta y Elorz; este último se quedó con el nombre del río creador del Valle.

A la tarde, recorremos el castro, llamado El Cerrado o El Cerráo, descubierto por Armendáriz, encima del espolón de terraza, en el extremo sureste de de la mesetilla, a unos cientos de metros del tajante e imponente cortado sobre una de los recodos del río Elorz, cuyos álamos acompañantes ya están verdoyos de primavera. Una larga hilada de endrinos o arañones en flor blanquísima crecen en los límites meridionales del viejo poblado. El primer recinto, de unos 5.000 metros cuadrados, estaría sobre el campo de  colza actual y el segundo, espacio doble reservado para uso ganadero y servicios comunes, hoy inmensa pieza de trigo, ocuparía el resto. Al investigador navarro le sirvieron mucho las fotografías aéreas de 1927 y las posteriores de los años cincuenta para identificar el castro, pues no hay rastro de murallas ni de fosos en la parte noroeste del terreno opuesto al talud, que fue roturado y cultivado desde tiempo inmemorial. Pero el mismo nombre del castro, El Cerrado, indica ya el poblado primitivo, con sus propias  y visibles defensas. Más visible es el pequeño terraplén artificial a media ladera en la parte sur. Por aqui encontró el descubridor del yacimiento unas pocas cerámicas y algunos molinos  propios de todo el período del Hierro. No parece que hublera continuación en tiempos de la presencia romana, aunque cerca, en el término de San Andrés, kilómetro y medio al oeste, hubo un asentamiento romano. Probablemente, sus descendientes fundaron, siglos adelante, los actuales Torres, Zulueta y Elorz.

La visión de todo el Valle, alto y bajo, de Eloz es desde aqui esplendorosa, y evidenrte la buena comunicación con los vecinos castros celtíberos de Castillo de Monreal, El Castillo de Andricáin, Puno, Santo Domingo….