Al bajar de Santa Coloma, preguntamos al único paisano que vemos por la romería a la ermita que acabamos de vvisitar. Nos dice que se celebra el 20 de mayo, pero que ya no es como antes, que a la gente de ahora no le gusta mucho ir a pie. En una de estas casas solía veranear en los años ochenta el secretario general de la UGT, Nicolás Redondo, pero no hay ahora nadie en la calle De Arriba para poder preguntarle.
Nos vamos, muy tarde, a dar cuenta de los bocadillos del almuerzo a las riberas del Odrón, que baja todavía crecido, al Cabo de Mues, que así llama la gente del lugar a la parte del pueblo tras la puente, al otro lado del río, bajo los pinos. Enfrente tenemos la ermita de la Magdalena, de propiedad particular, con unas bellas arquivoltas muy estropeadas, junto a las huertas. Desde aqui contemplamos también la juguetona orografía de la sierra de San Gregorio, que va desde el extremo occidental, sobre el congosto abierto por el Odrón, hasta el solemne santuario barroco del santo milagrero, que da nombre a la breve cordillera. Hay toda una serie de rocas calizas verticales, que parecen subir hacia la iglesia como peregrinos de piedra, de dos en dos o de tres en tres. Pero las hay también agrupadas, que simulan fortines o pequeños castillos defensivos. O aisladas, que podrían ser señales de aquellos primeros pobladores que ocuparon esas alturas acaso desde el Bronce Final, las amesetaron y fortificaron con piedras locales areniscas en aparejo de sillarejo a canto seco, como solían. De ahí, su nombre Murillo (del latino murus). En la ladera meridional son bien visibles cuatro bancales protegidos de muros, que fueron tal vez ampliación del poblado superior a través de la Edad del Hierro. Armendáriz encontró ahi abundantes cerámicas celtibéricas y también del Hierro Antiguo: escudillas, catinos, molinos de mano barquiformes…
No sabemos si, al final de esa Edad, sus pobladores se fueron a vivir a los castros próximos, ya citados. Lo cierto es que, a partir de Augusto, existió una villa romana en el término de Los Paliñares, cerca del congosto, donde, a mediados del XIX se encontró una gran cantidad de monedas, idolillos, cabezas de dioses, mosaicos, vajillas romanas… Blas Taracena estudió los restos romanos en 1942. Preguntamos a un paisano por la presa romana y nos dice que trabajan allí cuando tienen dinero y luego lo cierran hasta la mejor ocasión.
Vamos a verlo. Está tras la misma curva de la carretera, justo al pie del castro Murillo, a unos pasos del río que le traía el agua. Aunque la obra está parcialmente cubierta, vemos los grandes bloques sillería de la presa, de 50 meros de longitud y 5 de profundidad, que pudo ser la presa que recogía el caudal para el acueducto que llegaba hasta el actual de Lodosa-Alcanadrre y lo llevaba a Calahorra. La encontraron en 2018 los obreros de la Mancomunidd de Aguas de Montejurra, cuando colocaban una arqueta de distribiución en el lugar. La presa tenía, además, una capa de cal hidráulica y el espaldón de diverso material que unía la piedra y la cal. Se ha conservado la cámara interior de la torre de control de caudales, la estructura de madera y el tornillo para controlar el paso del agua, así como la una plancha de plomo, que cerraba el desagüe de la presa. En el siglo XV hubo aqui un molino que utilizaba el agua para mover una noria de madera, sustituido desde el siglo XVII por otro, aguas arriba, derruido en los Setenta del siglo pasado.
Una obra romana de primera división.