Escribe el mismo Giner de los Ríos en 1870, a los pocos meses de la Revolución gloriosa, radicalmente desilusionado del espectáculo concupiscente de esa misma revolución. Y, evocando las esperanzas suscitadas en la juventud universitaria en los diez años precedentes, hace un juicio crítico de esa misma juventud, entonces parte del poder gobernante. Pocos españoles habrán igualado esa crítica en precisión, aunque tantos de ellos habrán coincidido, en una u otra época, en todas o en casi todas las razones de tamaña diatriba: Ha afirmado principios en la legislación y violado esos principios en la práctica; ha proclamado la libertad y ejercido la tiranía; ha consignado la igualdad y erigido en ley universal el privilegio; ha pedido lealtady vive en el perjurio; ha abominado de todas las vetustas iniquidades y sólo de ellas se alimenta. (…) Ha lanzado a la insurrección a todos los partidos ajenos a la distribución del botín; ha desdeñado a los proletarios y atemorizado a los ricos; ha humillado a los racionalistas y ultrajado a la Iglesia; ha dado la razón a los esclavistas y a los negros, y se ha captado la antipatía de liberales y conservadores, de los hombres ilustrados y del vulgo.