(Fragmento)
Llegaba al hospital
la masa de penados,
urgidos y urgentes.
Una estación frenética y serena
de viandantes, camillas y carritos, recorriendo
los blancos pasillos infinitos,
llevándose
todo el dolor del mundo,
cuando no la soledad, el miedo y la esperanza.
Algunos esperaban en los boxes,
inquietas madrigueras de descanso.
Pero pronto salían a buscarnos
la sonrisa fluvial,
el saludo amigable
tras el nombre propio pronunciado
-santo y seña de toda identidad-,
y todas las las palabras y gestos sanadores
de médicos, enfermeras,
auxiliares, celadores…
Todos, diligentes,
ya lentos, ya veloces,
multiplicados,
aqui y allí,
arriba y abajo,
antes y después,
en un alarde,
no competitivo,
de método,
de ciencia y servicios especiales.
(…)
Tras pasar por la quietante
sala de observación,
y dormir por fin sabiendo
distinguir entre el sueño y el espacio,
mi convicción se acrece:
El Complejo Hospitalario de Navarra
cuida a sus enfermos
como una madre.
Un sol de enero,
a mi salida,
me acogía en sus débiles brazos.
Algunos ya no saldrán de aqui.
Tal vez yo mismo en ocasión futura.
Otros seguirán,
urgidos y urgentes,
bajo estos nobles muros.
Pero ahora
puedo decir
lo contrario que el Dante
en el canto tercero del Inferno:
Prendete ogni speranza voi ch´uscite.