Entre El Cerco de Aibar, hasta el Puy d´Ull, de Sangüesa (y III)

 

       Buscamos para nuestra comida campestre una mesa de piedra bajo los pinos del parque recreativo y bajo el nido de cigüeñas de la torre estilizada de la  iglesia de Campo Real, un pueblo de colonización de la provincia de Zaragoza, pedanía del municipio de Sos del Rey Católico, cerca de la raya geográfica entre Navarra y Aragón. Campo Real, con una veintena de habitantes, es un breve oasis humano en medio de vastos campos de trigo, cabada, maíz, colza y girasol, con una cosechadora por habitante. Alegrado por árboles ornamentales, plantas y flores.

A media tarde, impropiamente calurosa, como todos estos últimos días de mayo, nos vamos a la cercana Fillera, o Campo Real, o, mejor, Campo Real-Fillera, nombre que evoca una gran ciudad romana, que floreció en los  siglos I y II de nuestra Era, y cerca de donde Armendáriz identificó el castro celtibérico. Conocíamos la zona porque habíamos recorrido gran parte de la terraza alta del término, y habíamos bajado hasta el aforo de agua del río Onsella en términos de Sangüesa, admirando el gran murallón cortado por el río, la espesa vegetación alrededor del cauce y la vasta terraza aluvial a sus pies, que no por nada lleva los nombres de El Regadío y Val del Regadío. Pero no habíamos llegado más allá. Hoy entramos directamente por la senda próxima al Canal de las Bardenas, que nos lleva directamente al Corral de Maria Mola -hoy, un conjunto de naves-, y, pasado el puente del Canal, al mal llamado Corral y bien llamada Casa del Boticario.

Entre estos dos puntos, hoy separados por el Canal y por campos de cereal y un espeso encinar, se encontraron, gracias sobre todo a  las obras profundas del Canal, los restos más importantes de la ciudad romana -tal vez la Arsi, de Ptolomeo-, hoy depositados en el Museo de Zaragoza, en el de Navarra y en varias colecciones particulares de familias propietarias de estas fincas en Sos del Rey Católico: columnas romanas con sus capiteles, capiteles sueltos, fragmentos de frisos, fragmentos de pavimento musivo en estelas blancas y negras, miliarios, sarcófagos romanos y cristianos, cupas y estelas funerarias…, amén de pilares y capiteles procedentes de la iglesia medieval de San Pedro.

La Casa del Boticario es, además de un corral exento y distante, un conjunto compacto de  varias caserías, rodeadas por completo  de parras vírgenes y parrales de uva, con una galería abierta a poniente y patio exterior a levante, y rodeadas de cipreses, árboles frutales y flores. El inmediato solar suroriental parece una especie de museo de piezas romanas al aire libre, entre algunos pequeños árboles: sillares de labra, sillares con guías, depósitos cuadrados y redondos de piedra, tambores de columna, fragmentos de cornisas molduradas, contrapesos de torcularia (prensas) de aceite y vino, y hasta un molino celtibérico de piedra encima de una de ellos. En la leñera junto al patio hay incrustados fragmentos de columna romana y de columna romana acanalada, y algunos epígrafes. En el flanco occidental de la vivienda queda un gran hueco en el suelo, tapado de mala manera con tela negra metálica, que cubre el pavimento de una casa romana, único signo exterior de una reducida y lejana excavación.

Por lo demás, como en tantos lugares de Navarra, ¡ni un solo indicador, y menos un panel que recuerde lo que aqui hubo y anuncie lo que aquí puede haber!

De la aún desconocida ciudad romana sabemos algo por los trabajos y escritos antiguos y modernos del jesuita P. Francisco Escalada, J. Galay, Marcos Pous, Amparo Castiella, Joaquín Lostal, Manuel Martín, Miguel Beltrán, Juan Cruz Labeaga… En el desolado medieval de Fillera –Campo Real, El Real-, Armendáriz identificó un castro celtíbero sobre el escarpe de la alta terraza, que es de por sí la mejor defensa natural, completada por un foso en la parte superior, que hace del solar una prominencia difícil de expugnar. Durante los siglos, el río  ha ido dando  serios lengüetados de tierra, por ende es difícil calcular su superficie y sus dimensiones.

Las ceramicas celtibéricas encontradas nos hablan de una población del Hierro Medio, y donde se refugió más tarde la población medieval, tras la desaparicion de la ciudad fundada por Roma, como lo muestran los últimos restos de la torre defensiva en el sector más occidental del poblado, y las últimas piedras del ábside de la iglesia medieval en el lado opuesto.

Todavía nos da la tarde para refrescarnos en el próximo hotel Yamaguchi y llegarnos, en el primer  tramo de Sangüesa a Javier, al pequeño castro de Puy d´Ull (Puidul) o Puyo del Valle: Ul juxta Sangossa y Ul prop Sangossa, según el Fuero de la misma ciudad.  Reducido de superficie (algo más de 4.000 metros cuadrados), fue también asiento de un poblado medieval (s. XI-XIV). Cuando los habitantes del probable vicus romano, extendido en el llano, lo abandonaron, algunos o muchos de ellos volvieron al lugar má seguro del cerro en los siglos V y VI. Como en Campo Real. Desde el actual y polvoriento Camino de Santiago, asentado sobre la calzada romana, avanzamos por los orillos de un cebadal ya maduro, invadido por la alholba, que nos castiga sobre todo los pies, y ascendemos por el cerrado monte bajo, bancal por bancal, foso tras foso, entre coscojas, enebros, hollagas y endrinos, con alholbas también, hasta los pocos restos antrópicos. ¿Y en este reducido espacio estuvo todo eso que dicen  las fuentes sobre el poblado medieval? Excelente vista sobre el Val d´Onsella y Campo Real, hasta el fortín de piedras altas de Sos y los montes y caminos de Aragón. *

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*Rogelio Taboada, historiador de Sangüesa, me escribe amablemente, cosa que agradezco, que Ull no estaba donde yo digo que está, en lo que los mapas llaman el término de  Cantera Redonda, y añade: Por su parte, Ull ocupaba toda la cuenca norte del río, estando su villa en el cortado norte manteniendo aún en la actualidad el castillo que mandó edificar Sancho el Mayor a inicios del XI aunque en este último lustro ya se ha derrumbdo una parte importante del mismo. Ante el abandono de la villa en siglos posteriores, las dos últimas viviendas habitadas junto a con su iglesia cambiaron de ser «villa» de Ull al simple nominativo de Puy de Ull, o Puidul tal y como figura en el manuscrito que os enseñé en 1798. En dicha referencia señala que tanto Puidul como Santa Eulalia fueron deshabitadas para utilizar a sus vecinos como pobladores del nuevo burgo de Sangüesa tras su construcción. Cita que se confirma de manera solvente en la documentación medieval, compropbando que el señor de Ull en esas fechas, D. Fortún Garcés Cajal, Mayordomo y número dos del Batallador, pese a ser señor de Ull habitaba en un gran y nuevo palacio erigido en la ya mencionada calle Población, siendo uno de tantos pobladores conocidos como » de Ull» en dicho burgo nuevo. Y me adjunta una imagen de satélite para confirmar sus palabras.