Se llame holocausto o no, la matanza de civiles en Gaza, que por cierto no es la primera, sobrepasa toda consideración, paciencia y aguante humanos. Volver, y no es tampoco nada nuevo, a la situación muy anterior al ojo por ojo y diente por diente, matando 900 personas del enemigo por 15 de las víctimas propias, es retroceder siglos de civilización. Cada día soy más decidido partidario del derecho (y del deber) de intervención por causas humanitarias, por medio de una fuerza internacional de interposición que detenga e impida todo conflicto armado en el mundo de hoy, por encima de la sagrada y caduca soberanía nacional. Ya hemos sufrido bastante la vergüenza de dos guerras mundiales en el siglo XX y las múltiples guerras locales o regionales que les siguieron: Corea, Vietnam, Irak-Irán, Grandes Lagos, Angola, etc., con cientos y hasta miles de víctimas al día, ante la indiferencia general. Son patéticos, vergonzantes, odiosos, los gestos solemnes de los políticos que se dicen hondamente preocupados por la situación, mientras sonríen y ríen en las fotos que acompañan a sus hondas preocupaciones; de los políticos que tardan una semana en reunirse, mientras mueren cada día 20 ó 30 palestinos. No seré yo quien defienda a Hamas o Hezbolá, pero el miedo y la soberbia de Israel, laborista o conservador, debe tener un límite y alguien debe imponérselo, sin risas y sin sonrisas de políticos infames.