Historia y Religión ( y III)
Los Durant creen que el cristianismo, en cierto modo, se dio un tiro en el pie al estimular en muchos cristianos un sentido moral de no soportar más al Dios vengativo de la teología tradicional. Que la sustitución de las instituciones cristianas por las seculares es en verdad el resultado crítico y culminante de la Revolución industrial, y que mil señales proclaman que el cristianismo está experimentando el mismo declive que sufrió la antigua religión griega tras la llegada de los sofistas y la Ilustración griega. La comparación cojea y de qué manera. A renglón seguido afirman que el catolicismo sobrevive porque apela a la imaginación, a la esperanza y a los sentidos, porque su mitología (sic) consuela y alegra las vidas de los hombres. ¿Por nada más? Y añaden que ha sacrificado la adhesión de la comunidad intelectual, pero gana conversos entre las almas cansadas de la incertidumbre de la razón y otras que esperan que la Iglesia frene el desorden interno y la ola comunista. Desde la atalaya de la tercera década del siglo XXI, algo bien discutible.
A renglón seguido reconocen que la religión, según las lecciones de la historia, tiene muchas vidas y la costumbre de resucitar. Como vemos desde Akenatón hasta Napoleón. Si los autores hubieran conocido el fin de la URSS y sus satélites, hubieran tenido un ejemplo más reciente que citar. Y es que puritanismo -¡véase la moralización de la religión con este sustantivo!- y paganismo se alternan en la historia en una reacción mutua. Y aquí aparece el agnóstico Renán en 1866, quien, queriendo disfrutar de la libertad de los hijos de Dios, alertaba del peligro para la sociedad, si el cristianismo llegara a debilitarse: ¿Qué haríamos son él? Y apuntaba, aleccionador, hacia la Revolución francesa.
No hay ningún ejemplo significativo en la historia, antes de nuestro tiempo, de una sociedad que haya conseguido mantener la vida moral sin la ayuda de la religión. Y al anotar la excepción de los países comunistas, la entienden los Durant como la aceptación temporal del comunismo como la religión (opio) del pueblo: Si el régimen socialista fracasara en sus esfuerzos por destruir la relativa (sic) pobreza de las masas – que es lo que ellos no vieron-, volvería el Estado a hacer un guiño a la restauración de las creencias sobrenaturales como una ayuda a la hora de acallar el descontento. ¿Estaban imaginando a Putin?
Pero la línea final no es digna del capítulo: Mientras haya pobreza, habrá dioses.