Religión e Historia (I)
Los Durant ponen en el haber de las religiones consuelos sobrenaturales para cualquiera, disciplina para los jóvenes, sentido y dignidad para las vidas más humildes, estabilidad para muchos.., y llegan a decir que en la pobreza o en la derrota la esperanza sobrenatural puede ser la única alternativa a la desesperación. Y algo más discutible: cuando la religión decae, el comunismo crece.
Afirman que, en principio, la religión no parece haber tenido ninguna relación con la moral (no creo que eso pueda decirse del judaísmo ni del cristianismo), y que solo cuando los sacerdotes usaron el miedo que, según Lucrecio, creó a los dioses, y los rituales de ofrendas, sacrificios y conjuros, efectos de ese miedo, para apoyar la moralidad y la ley, la religión se convirtió en fuerza crucial y rival del Estado. En Egipto, en Babilonia, en Israel o en Roma. Los gobernantes fueron así escogidos y protegidos por los dioses, y así casi todos los Estados compartieron sus tierras y sus ingresos con los sacerdotes. La historia del pueblo judío y del pueblo cristiano es mucho más compleja que todo eso.
Frente a los que han dudado de que la religión haya promovido alguna vez la moralidad, los autores aseveran que sin la ética cristiana todo habría sido mucho peor. La iglesia se esforzó en reducir la esclavitud, las disputas familiares y las luchas nacionales; alargó los intervalos de tregua y paz; reemplazó duelos u ordalías por juicios de tribunales; suavizó penas y amplió el alcance y organización de la caridad…
Es cierto que la Iglesia, autodefinida como maestra y dispensadora de moralidad, pretendió alzarse sobre todos los Estados, porque la moralidad estaba sobre todo poder, y se ofreció como tribunal internacional ante el cual todos los gobernantes debían ser moralmente responsables. Y lo consiguió parcialmente. Canossa y el papa Inocencio III vienen de inmediato a nuestra memoria. Pero el majestuoso sueño se rompió bajo los ataques del nacionalismo, el escepticismo y la flaqueza humana, según los Durant. Y yo añado que también gracias a la verdad del Evangelio (que es Jesús de Nazaret), la santidad y lucidez de muchos hombres clarividentes y el progreso de la razón y del humanismo en cada uno de los tiempos. Las flaquezas de la misma Iglesia, divina y humana, ayudaron también al cambio: la falsa Donación de Constantino; los Estados Pontificios y sus políticas temporales; la corrupción de muchas de sus jerarquías; las Inquisiciones y la guerras de religión…